«Cuando la Reina de las Nieves secuestró a Key, él quiso decir una plegaria, pero solo le vinieron a la cabeza tablas de multiplicar. Si uno ya no siente, se pone a echar cuentas».
Son los años ochenta. Una joven francesa de quince años decide huir del internado junto a la compañera de la que está enamorada. Federica y la narradora, que mantiene oculto su nombre, se escapan a España dejando unas familias bien distintas, pero parecidas en las cadenas invisibles que les imponen. En su fuga, recalan en la costa de Murcia, en Águilas, donde conocerán la amabilidad, pero también la hostilidad de diferentes personas, hasta dar con Alberto, un profesor de filosofía que las acogerá sin vacilar y que carga con su propia historia aciaga consecuencia de su orientación sexual.
Esta es la sinopsis de Águilas, novela publicada por la editorial Dos Bigotes y contada desde una narradora en primera persona a través de la pluma de Fló Guerin, que basa la historia de su protagonista en sus recuerdos de adolescencia. Sin embargo, esta personaje fundamental en Águilas no revela en ningún momento su nombre. Podría llamarse Fló o quizás no. Tengo la sensación de que, aunque no todas las adolescentes atraviesen los Pirineos, todas podrían protagonizar esta historia.
Sí, la adolescencia es la época del desprendimiento de la familia, de la búsqueda de la identidad, del descubrimiento de nuevos horizontes y de la reafirmación de una personalidad todavía en formación. Sin duda, no todas las adolescentes vivieron en el contexto social de los años ochenta en Francia, no todas vivían en un internado y no todas tenían una familia desestructurada. De lo que sí que estoy segura es de que todas aquellas adolescentes que amaron a otras adolescentes, no lo tuvieron nada fácil. Y conjugo en pasado porque me gustaría creer que actualmente ninguna joven tiene problemas para expresar libremente su orientación sexual ni en su familia ni en sociedad.
«Hacía mucho que no mencionaba a su madre, todavía le duele. A mí no me pasa y me jode que a ella sí porque siento que no es del todo libre. Si nos marchamos, fue para empezar de cero, sin pasado, juntas; yo ya soy otra, cada vez hablamos menos en francés».
En Águilas conocemos todo a través de los ojos de la protagonista, que tiene una mente curiosa, analítica y, por momentos, poética. La sensibilidad de nuestra narradora contrasta con la pragmática Federica, que tiene una situación familiar muy distinta a la de su pareja. Federica quiere ser libre, pero a la vez no puede soltar el lazo que la une a su madre, no puede dejar de pensar en lo que es «normal» y en lo anormal de su situación. Federica no sabe si está cómoda con su propia orientación sexual ni con la de su pareja. Y es que la protagonista comienza a descubrir que también se siente atraída por hombres. Y será en estas dudas (y en las dificultades de viviri sin sustento) donde el amor adolescente muestre su cara más amarga. Sin embargo, espero que ella, nuestra protagonista, se quede siempre con el recuerdo de su primer amor tomando el sol en el balcón de la casa de Alberto, aquella temporada que volaron en Águilas.
«Levanto la vista y miro a Federica tomar el sol en el balcón. Ha sacado una silla, tiene los ojos cerrados, la piel de sus párpados está lisa. No sé en qué piensa, pero no se le nota nada. Ella puede hacer eso: volverse lagarto. Estar. Yo no puedo. Siempre me pasa algo por la cabeza y todo lo que siento se me ve en la cara».