Ahora, escribo, es uno de los libros más destacados de Lolita Bosch, editado por Periférica en 2011. Una obra tan inclasificable como emotiva, que trata de dar respuesta a preguntas intransferibles.
La voz de Lolita Bosch (Barcelona, 1970) posee una poderosa capacidad de transportar con palabras, incluso de convertirlas fácilmente en imágenes. Entre otras cuestiones, este libro mestizo y personalísimo (¿novela, ensayo, memorias?) aborda el esfuerzo emocional que le supuso a la autora dar forma y concluir su novela La familia de mi padre, años después de que su progenitor falleciese. En el momento de su muerte, la autora se encontraba al otro lado del océano y no pudo llegar a despedirse de él ni presenciar su entierro. Gracias a la literatura nos enfrentamos, junto a ella, a nudos hechos de silencios y a una sombra que no desaparece. El cordón umbilical, compuesto de delicados recuerdos, que une a padre e hija se explora en la primera parte, el Primer Libro, que desprende una sensibilidad poética única.
Ahora, escribo, se fija la ambiciosa meta de arrojar luz sobre la identidad del escritor, nuestra relación con las palabras, la vuelta a la infancia, el modo que tenemos de explicarnos el mundo o la vida entre la enfermedad y la muerte, entre otras delicadas partituras que podemos encontrar en el pentagrama de su estructura. Pero es asimismo un libro de aviones, de llegadas, de rutas y de casas-hogares, de lazos familiares invisibles, de fotografías que sustituyen a las más preciadas prosas. De vuelos larguísimos en los que la autora, obstinadamente, se empeña en escuchar una sola canción mientras piensa en sus textos y, quizá, con algo de suerte, coincide con magos. O de regresos a Barcelona, la ciudad natal de la que, de alguna manera, se huye, pero a la que siempre apetece volver. De aterrizajes en México –la ciudad donde Bosch se instaló a largo plazo-, de amigos, música, de tiempo que pasa lentísimo, de escritura infértil, bloqueos (No Escritura) y catarsis.
Mediante un sutil juego estilístico -intencionado o no- el lector puede sentirse atrapado en la telaraña creativa de Bosch, ser cómplice de su escritura y el depositario de unas emociones tan vibrantes como la misma experiencia de estar vivo. La prosa se sirve de recursos propios que llaman la atención desde el propio título (Ahora, escribo, tiene esa graciosa y última coma, que parece pender, vacilante, de un abismo) para dar vueltas en torno a la problemática de existir, de encontrar la melodía y el ritmo para expresar nuestros sentimientos, para dejar constancia de que hemos vivido y de que nos hemos vivido. Porque, está claro, el instrumento (que es a la vez arma y escudo) idóneo es la literatura: de eso no tenemos duda alguna.