Amanda Todd, una joven estudiante de secundaria canadiense, se ahorcó poco antes de cumplir los dieciséis años. Hacía unas semanas que había colgado en Youtube un vídeo en el que, mediante carteles escritos a mano que iba pasando, contaba su triste historia, lo que la empujaba a acabar con su vida. Llevaba tres años sufriendo ciber-acoso y acoso escolar, y eso la había sumido en una depresión que desembocó en autolesiones de todo tipo, desde cortes hasta drogas y alcohol, e incluso intentos de suicidio bebiendo lejía o con sobredosis de antidepresivos. Ni siquiera cambiando varias veces de colegio y de ciudad logró que el acoso del que era víctima cesara. Ante su terrible soledad, la única solución que encontró fue la muerte. Esto ocurría a finales de 2012.
Cuatro años después, el dramaturgo y director Àlex Mañas ha estrenado en la barcelonesa Sala Atrium Amanda T, obra inspirada en estos hechos, y que estará en cartel hasta el 20 de noviembre. A partir de la recreación del vídeo que colgó la joven, Mañas intercala diez escenas en las que nos presenta el día a día de Amanda y lo que rodea su caso: las quedadas con hombres que conoce en chats, las peleas en la escuela, las conversaciones con supuestos amigos, la relación con su padre, sus sueños y ambiciones, la repercusión de su trágica muerte en los medios…
Los personajes de la pieza son interpretados por la debutante (teatral) Greta Fernández y por el actor Xavi Sàez, y el contraste entre ambos beneficia al ritmo de la obra. Encapsulando el escenario del Atrium en un trapecio oscuro donde sólo hay un banco, una silla y un ordenador, pieza clave de esta historia, los dos actores se sirven de otro elemento clave, los carteles, para toda la utilería que van a necesitar. Así, dan vida a un texto cuya mayor virtud reside, sin duda, en el complejo retrato que ofrece de la protagonista y en saber mostrar la crueldad pura y dura. No sólo la del adolescente, sino también la crueldad adulta, con una escena de las más discretas pero, sin embargo, de gran valor, cuando el padre de Amanda cuenta su conversación con el padre de un amigo de la chica. Esa reacción entre adultos, secundando los peligrosos comportamientos de los chicos, refleja perfectamente la mezquindad del mundo.
La obra, además, no pretende una lectura aleccionadora y maniquea, sino que pone en escena todas las implicaciones que se esconden tras el caso. Ofrece una versión de cómo pudieron ser esos dos años que vivió Amanda desde el día en que enseñó sus pechos por webcam a un desconocido, sin imaginar las consecuencias que ello le acarrearía, hasta su suicidio. Y el espectador puede sacar sus propias conclusiones. Usar la realidad como material teatral puede ser un gran recurso si se hace bien, como en este montaje. Porque todo lo que lleve al público a reflexionar sobre el mundo que nos rodea es siempre bienvenido.