“¿Que si sé quiénes son Anaut?”, pregunta Rafa. “Unos pedazo de músicos de tres pares de narices”, añade. Rafa es una de esas personas a las que acudir para pedir asesoramiento musical, de los que nunca fallan y uno se puede fiar casi a ciegas, sabiendo que sus recomendaciones siempre cumplen con un único requisito: la buena música. Anaut actuó anoche en la sala Arena, dentro del ciclo de conciertos Madtown Days, un proyecto que ha nacido este año “centrado exclusivamente en el gozo y disfrute de la música en estado puro”, como explican en su página web.
El concierto arrancó puntual, eléctrico y vertiginoso, con dos temas encadenados y la certeza, tras las primeras notas, de que Rafa, una vez más, tenía razón: Anaut son unos musicazos. Dicen que los inicios de concierto trepidantes son propios de los artistas de pura raza, que nada más rozar las tablas del escenario sienten la energía y se agigantan, que no necesitan saltar entre bambalinas soltando los brazos mientras vociferan consignas motivadoras. El proceso es mucho más sencillo: talento, sensibilidad y transmisión.
Después de los dos primeros temas, breve pausa para dar las buenas noches y dedicar el concierto a “todas las víctimas de la estupidez humana”, en homenaje y recuerdo a los recientes atentados de París. En días así, con la memoria todavía tierna por la barbarie y la sinrazón, cómo actuar en una sala sin pensar en que ésta podría haber sido aquélla, cómo asistir a un concierto sin pensar en que éste podría haber sido aquél. La música, el arte en general, ayuda a restañar las heridas del ánimo.
Y música es lo que ofrece Anaut, música atemporal que por momentos evoca al Stevie Wonder de los setenta, que recuerda a los Creedence Clearwater Revival cuando interpretan una versión estratosférica del Black is black de Los Bravos, que traslada al delta del Mississippi con regusto a B.B. King o Bo Didley en cada acorde de guitarra, que tiene aroma a Otis Redding en la voz, que admira a Ray Charles en otra excelente versión del Drown in my own tears del genio de Georgia. Música inmortal, “le gustaba a mi abuela y me gusta a mí”, recordaba Alberto Anaut en la presentación del tema en cuestión. Buena música en estado puro, sin fecha de caducidad.
Alberto es de esos músicos que acarician la guitarra con los ojos cerrados y la boca abierta, flexionando las rodillas y echando la cabeza hacia atrás, como Jimi Hendrix, como Angus Young, marcando el ritmo con los pies, haciéndose uno con la melodía y erizando el vello del público. “Estoy flipando con ellos, son buenísimos”, le decía uno de los asistentes a su acompañante, que asentía mostrando su acuerdo. La banda dialoga constantemente sobre el escenario, la guitarra con los teclados, el bajo con la batería, los vientos con la guitarra, los teclados con el bajo, la batería con los vientos. Dialogan los instrumentos y los músicos no dejan de sonreír. Lo disfrutan, lo sienten y lo transmiten.
El sonido en la sala Arena es impecable, la iluminación acompaña la interpretación a la perfección, sutil en los momentos más íntimos, intensa en los más vibrantes. Una noche de música en directo inolvidable, con la banda caminando entre el sonriente público para cerrar la actuación entre aplausos. Seguro que más de uno de los asistentes hubiera deseado que el concierto no acabara jamás.
Anaut saca su segundo disco, Time goes on, en febrero de 2016. El primer single, You got me in heat, que también interpretaron anoche, suena excelente en su versión en vivo. En abril lo presentarán en directo en Madrid. Será una ocasión inmejorable para volver a disfrutar del faraónico talento de estos gigantes de la música que forman Anaut.