David González apuntala y da varios pasos más allá en la prodigiosa construcción de su imprescindible y genial universo literario. Una contundente obra maestra, lección única de vida y compromiso poético.
Parece casi imposible hallar algún texto sobre David González en el que inmediatamente no se encuentren los términos “poeta maldito” o “realismo sucio”. Da la impresión de que para acercarse a la poesía del de Gijón fuera necesario tratar de definirla de antemano. Sea como fuere, quien mejor lo ha hecho es Natalia Salmerón Suero acuñando el término “poética de la consciencia” en Aquello que conservamos después del naufragio, el fantástico libro que la editorial Origami regala junto a Campanas de Etiopía y que contiene el proyecto de final de carrera que Natalia realizó sobre la obra de David González. Una exquisita profundización sobre la figura y literatura del poeta. Personalmente me atreveré a asegurar que David González es uno de los mejores poetas vivos, no solo del panorama nacional.
Campanas de Etiopía, el nuevo libro del autor, es una clara muestra de lo que digo. González no solo apuntala su genial y único universo literario, sino que va varios pasos más allá en cuanto a virtuosismo técnico y concepción poética. Para colmo, parece ser solo el principio de lo que se adivina una serie de libros antológica y maravillosa. Así lo indica el subtítulo: Los que viven conmigo. Cuaderno I. Un libro en el que el autor aúna poesía y relatos con una brillantez insultante para los que alguna vez hemos diletado con la pluma y con apabullante cohesión. De hecho se podría decir que tanto la prosa como el verso de González son un todo diferenciado en la extensión, ya que en ambas disciplinas hallamos la magistral contundencia lírica, el inmenso realismo elevado a la categoría de puro arte del que hace gala el autor.
En este sentido, el relato que da nombre al libro, “Campanas de Etiopía” o “Gentes del bronce”, por ejemplo, rezuman una poética que traspasa el papel y eriza la piel gracias a esa capacidad inmensa para el detalle, para la evocación de lo mínimo expandido a lo universal. Por supuesto aquí está la deliciosa vehemencia, la rabia necesaria y genial de David González, las lecciones de vida, denuncia y posicionamiento siempre ineludibles del gijonés, pero también sorprende gratamente cierta tendencia a la caricia del verso como en “Fábula”, “Primavera” o “Ascensión”. El autor construye sus poemas con la férrea consistencia del artesano y con, más que un estilo, una voz única e indispensable. En ellos, el uso de la cursiva como intención, las citas al pie y no arriba como continuación de un diálogo, los nombres en minúscula salvo los de las mujeres y el tono confesional y conversacional, siempre interpelando al lector, siempre empujándolo a habitar el poema, forman un libro de exactitud literaria en todos los sentidos posibles.
Campanas de Etiopía es un absoluto prodigio, otro logro de David González, el poeta que bajó (a hostias) a la poesía de su pedestal y la situó de nuevo al pie de la calle. El escritor que “escribe con conocimiento de causa, de causa perdida.”