Richard Ford es uno de los grandes escritores de este nuestro presente y su novela Mi madre sirve sin duda de ejemplo. En ella salda cuentas con su madre desde el punto de vista de la revisión y fijación de ciertos acontecimientos del pasado –incluso anterior a su existencia-. Los mismos, en rebeldía, han condicionado su vida a día de hoy, un presente por lo tanto que no ha variado.
Ford se limita a narrar los hechos conocidos. Contados por alguien los que acontecen anteriores a su existencia; vividos los más recientes. De esta manera va armando un rompecabezas siempre incompleto, pero veraz y certero. Es verdad, en el caso que nos ocupa, que es el propio autor -el hijo- quien cuenta esos episodios de la vida de Edna -la madre- que ligan a ambos como progenitora y descendiente.
Ford sabe perfectamente que narrar la vida de una madre es, sin dudarlo, un acto de amor. Sabe además que su mirada nunca será objetiva, y que la realidad y su observación siempre está modificada. El autor se zambulle en esas aguas procelosas evitando remover los bajíos, fijándose solo en esos acontecimientos precisos que le son significativos personalmente -el lector queda rendido ante la brevedad, la capacidad de concisión y una sensación de lo que se nos cuenta es verdaderamente significativo; se pliega por tanto a la voluntad del autor cuando el tema tratado es próximo-.
El estilo de la novela no es afectado, tampoco florido ni artificial, ni tiende a lo sensiblero. Esta novela se aproxima a lo oral, nunca se pierde la noción de lo dicho, un navegar entre sobreentendidos. Esta es una narración desinhibida que habla de cosas personales. La vida no es grandilocuente, no habita en ella el heroísmo. La sencillez en lo fundamental no obvia la precisión ni cuando nos confiesa que habitan lagunas en su memoria. Trata de que al lector, en lo posible, pueda comprender el episodio hasta donde el narrador desea.
Nada nos distrae en la lectura, ni tan siquiera un alarde estilístico; lo que importa es lo que cuenta, su esencia. En justa correspondencia el material narrativo posee una posible engañosa capacidad de cotidianidad: es decir, la vida de la madre y la del narrador, en todo aquello que está referido a ella, se alimenta de episodios posiblemente banales y aquellos otros que son considerados determinantes pasan por encima de los protagonistas, sin afectarles siquiera. Sin embargo quedan revestidos de una importancia más bien cercana a la que sería esperable, cuando sirven al escritor para fijar nuevas coordenadas que facilitan al lector características fundamentales de comprensión de nuevas facetas del carácter del protagonista.
Ford llega a la conclusión que la independencia real que ambos deseaban, madre e hijo, no les permite otra cosa que reuniones casuales de compromiso, en las que se evitan los temas de carácter personal. Mi madre no es un tributo, no es una biografía, no existen calificativos posibles. Ford abandona por un momento el arte de fabular para mostrarse ante nosotros los lectores mediante pudorosos desnudos que recrean a sus ancestros.