La cita es en un barrio de Madrid. Jorge y Carlos esperan a la salida del metro, puntuales como un reloj suizo de los de antes, que ahora todo está hecho en China. Medio Cassandra (la voz y la guitarra rítmica de Jorge Pérez, el bajo y los coros de Carlos Bravo) para empezar a charlar, sentados a la mesa de un bar, compartiendo unas cervezas.
Cassandra son un grupo de garaje mediterráneo, como ellos mismos se definen, etiqueta que ha gustado a otros grupos de su entorno y que «nos han copiado», como recuerda Carlos entre risas. Lo de mediterráneo lo adoptaron por un doble motivo: por un lado, por las influencias y sonidos propios de la Península Ibérica, que enriquecen su garaje con matices muy particulares y por otro, porque «le tenemos mucho cariño al Mediterráneo, nuestras familias proceden de allí», explica Jorge. Son madrileños, tienen veinte años y compaginan los conciertos y los ensayos con los estudios universitarios, aunque admiten que el tiempo que le dedican a la música es sensiblemente superior que el que dedican a los estudios. Normal. Imaginen que tuvieran veinte años y les dieran a elegir entre estudiar o tocar en un grupo de rock.
Cuenta Carlos que Jorge y él se conocen a través de amigos comunes, que se contactaron por internet intentando formar un grupo para tocar. Para Jorge era su primera experiencia, Carlos ya había tocado en otras bandas. Los amigos comunes desaparecen y quedan ellos dos. Posteriormente se unirían Nacho Sevillano, Sevi, a la guitarra solista y voces, y Juanjo Perea, a la batería y percusión. Carlos aprendió a tocar la guitarra en el colegio, a los 12 años. A Jorge le enseñó las notas su padre y los tutoriales de youtube hicieron el resto. Benditos tutoriales que enseñan desde cortar jamón a cambiar un neumático pinchado.
“El estilo del grupo ha ido evolucionando poco a poco”, recuerda Jorge. “Nada más juntarnos empezamos a tocar, al principio un sonido muy indie, luego fue cambiando hasta el actual, que es el que nos gusta”, continúa. “Cuando nos juntamos cada uno trajo sus canciones”, añade Carlos. Contando cómo han sido sus primeros pasos musicales, es inevitable hablar de las influencias. “Yo parto del pop/rock británico de los noventa”, comienza Jorge. “Después descubro la psicodelia y el blues, el jazz y el soul, y me centro más en estilos clásicos”, termina. “Yo sigo escuchando lo mismo que escuchaba antes de Cassandra. Grupos mexicanos y latinoamericanos, sobre todo. Ahora también jazz, claro. Cuando estamos en el local e improvisamos, es lo que sale. Sevi y Juanjo sólo escuchan jazz y la influencia es evidente. Además, en el jazz está todo”, sentencia Carlos.
En sus composiciones cuidan mucho la melodía, es la base de la que parten. “Primero hacemos la música y después encajamos la letra”, explica Carlos. Tienen un par de días a la semana destinados para componer, cada uno trae sus ideas de casa, un riff de guitarra, una frase, y las trabajan y desarrollan juntos, encerrados en el local de ensayo dos, tres, cuatro horas. “O cinco o seis”, señala Jorge entre risas.
“Priorizamos la música por encima de la voz”, reconoce Carlos. “En ese sentido nos inspira más la forma de trabajar británica, con mayor presencia de la música y la pista de la voz algo más baja”, concluye. Sobre las letras de sus canciones, cuentan que son frases aleatorias, intentan expresar ideas o conceptos y que, al final, sí tenga un sentido. “Yo sí escribo mucho, aunque necesito que sean cosas que me hayan pasado. A lo mejor un mes no escribo y después saco tres canciones seguidas”, cuenta Jorge.
El alquiler del local de ensayo lo comparten con otros dos grupos. Se organizan para no coincidir. Es la manera de poder pagar los quinientos euros mensuales. Las relaciones con otros grupos son constantes, sobre todo para tocar en directo. “Casi somos promotores”, se ríe Carlos. A veces alquilan la sala donde van a actuar entre varios grupos. Cada uno actúa entre 45 minutos y una hora y así comparten los gastos y los beneficios. Sus próximos conciertos en Madrid son el 25 de febrero en Gruta 77, el 11 de marzo en Costello y el 2 de Abril en El Perro de la parte de atrás del coche. Además, este sistema les permite ir a tocar a otras ciudades. Contactan con grupos de otros sitios, “ellos nos organizan un concierto en Valencia y nosotros uno en Madrid”, explica Carlos.
¿Saben ese tópico que dice que en el escenario en una banda de rock el que manda es el bajista? Pues en el caso de Cassandra el mando se traslada fuera de las tablas. Jorge se refiere a Carlos, al que llama Bravo, como el alma, y con sus gestos y miradas lo define como líder, corazón y referencia. Bravo eleva ligeramente los dedos, con modestia, con ese gesto tan habitual en los buenos líderes, «no sería nadie sin vuestra ayuda».
“Antes del primer concierto yo estaba cagado”, recuerda Jorge. “Fue en un local en Alonso Martínez”, añade Carlos. Cassandra empezó tocando desde el principio, nada más juntarse se subieron a un escenario. “Yo ya venía de tocar con otros grupos y quería seguir haciéndolo”, cuenta Carlos. De montar y desmontar se ocupan ellos, claro. Cuentan con los coches de la familia para el transporte de los instrumentos, aunque en alguna ocasión les ha tocado llevar el material en el metro. “No somos niños de dinero”, dice Carlos.
El paradigma en la música ha cambiado enormemente en los últimos años. La llegada del mp3, las descargas ilegales, el colapso de las discográficas… Los nuevos grupos se ocupan de muchas más cuestiones, como la organización de conciertos. “Con la música pierdes dinero. Los conciertos no dan mucho. Las entradas son baratas, la gente que viene a nuestros conciertos es de nuestra edad, no pueden pagar más de cinco euros”, cuenta Carlos. “Los instrumentos los teníamos comprados ya, afortunadamente… Bueno más bien heredados de nuestros padres”, añade entre risas. Las salas les exigen un mínimo de personas para dejarles tocar y, si no, el alquiler no baja de los cien euros. La única opción para tocar es juntarse con otros grupos. “Al principio nadie te ofrece lugares donde tocar”, admite Carlos.
Dicen que internet y las redes sociales permiten llegar a todos los rincones del planeta, que el mundo es completamente digital y ya no queda rastro analógico. “Cuando hemos sacado disco, no hemos notado mucha repercusión. Sin embargo, después de un concierto, sí. Al final se trata de tocar, tocar y tocar. Que a la gente le merezca la pena verte en directo”, explica Sevi, el guitarrista de Cassandra, que se acaba de incorporar a la mesa en la que estamos sentados. “Pasa una cosa con internet, tienes bandas que tienen muchos seguidores en redes sociales, muchos me gusta y tal, pero luego en un concierto nosotros, que tenemos muchos menos seguidores virtuales, llevamos mucha más gente que nos viene a ver”, señala Carlos. La virtualidad de la red y la realidad de la vida, la apariencia y el postureo o la certeza y la naturalidad. Parece que por muy digital que sea el entorno, las personas siguen prefiriendo el contacto directo. “Después de un concierto se me acercó un chaval al que no conocía de nada, que ni siquiera había ido allí a vernos a nosotros, y me dijo que le había encantado el concierto”, recuerda Jorge. “Al final eso es lo bonito de verdad, no tener dos me gusta en tu facebook. Eso sí es real”, concluye.
La difusión de la cultura, un tema siempre recurrente en la música. Nadie le pide a un fabricante de coches que regale una versión básica para que se conozca y entonces, una vez que la gente lo ha probado, adquiera un modelo superior. Tampoco le sucede a los fabricantes de muebles o a los de electrodomésticos. Sin embargo, los grupos de música sí deben afrontar esa realidad, la descarga ilegal de su trabajo y la constante difusión de su música, con la vista puesta en incrementar el número de conciertos. Asumen que ya ningún grupo vive de la venta de discos. “No puedes evitar la descarga, siempre se va a inventar algo que la permita. Hay que aprovecharse de esa difusión”, explica Carlos. Y se multiplican, produciendo sus propios vídeos, como han hecho con Mamachamán. “El videoclip es algo que llama mucho la atención, la imagen es muy llamativa. El problema es que puedes descuidar la música y quedarte sólo con la imagen”, apunta Sevi.
¿Y el futuro? ¿Dónde os veis dentro de diez años? “Yo espero seguir tocando con estos”, dice Jorge señalando con la cabeza a Carlos y Sevi. “Esto es como una relación de pareja, evoluciona y cambia y esperas que no termine nunca, pero nunca sabes por dónde tirará”, añade Sevi. “A los treinta sabemos que no vamos a tener una vida estable, como le pasa a toda la gente de nuestra generación, así que seguiremos en la música, eso seguro”, empieza Carlos. “En la música al final triunfan los cabezotas”, concluye.
https://www.youtube.com/watch?v=V9F9x_sC9QE