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El mundo antes de la historia: la América de Graham Hancock

¿Cuándo llegaron los seres humanos a América? El origen del poblamiento americano es una cuestión que aún intriga a los científicos: a la teoría oficialmente aceptada de oleadas de hombres prehistóricos que atravesaron el estrecho de Bering persiguiendo la caza desde Siberia, se suman hallazgos en otros rincones del continente americano que parecen indicar otras vías: ¿desde el norte del océano Atlántico, pasando por Groenlandia, durante la última glaciación?, ¿quizá por mar desde el Pacífico? A medida que se hacen más excavaciones, los yacimientos traen más atrás las fechas: de 15 000 años a 23 000 (herramientas de obsidiana y hombre de Tlapacoya, México), 28 000, 40 000…

Sin duda, el asunto es interesante y no está aún resuelto: parece hoy demostrado que debió haber presencia humana en el continente americano durante el Paleolítico superior (entre el año 50 000 y el 10 000 a. C.), pero, en América antes: La clave de la civilización perdida (editorial Luciérnaga), Graham Hancock plantea la hipótesis de que fue incluso anterior, hacia el 130 000 a. C., durante el periodo de la tercera glaciación, no solo de la cuarta, y de que hubo una civilización primigenia que pudo haberse desarrollado en Norteamérica y desaparecer por un cataclismo que borró casi todos sus restos.

Paso entre América y Asia durante la última glaciación, la cuarta, denoninada “Wisconsin” (Fuente: R. E. Leakey, La formación de la humanidad, Ediciones Orbis, 1981)

Bien, vayamos por partes. El libro cuenta con más de setecientas páginas repartidas en ocho capítulos y tres apéndices. En ellas se mencionan monumentos y yacimientos arqueológicos, como el Gran montículo de la serpiente (The Great Serpent Mound, en Ohio), los montículos del valle del río Misisipi o los del Amazonas, que demostrarían, para el autor, una mayor antigüedad del poblamiento en América y la existencia de restos de culturas previas aún no correctamente explicados por la historia; otros capítulos tocan las semejanzas en los sistemas de creencias de pueblos indígenas americanos con otros de culturas orientales que demostrarían “una religión internacional antigua en América del Norte” (p. 365) y las coincidencias de ADN entre indígenas de Sudamérica (específicamente, Brasil) y pueblos melanesios.

Ancient Monuments
Dos imágenes del Ancient Monuments of the Mississippi Valley (1848): «The ancient monuments of the Western United States consist, for the most part, of elevations and embankments of earth and stone, erected with great labor and manifest design. […] They are found on the sources of the Alleghany, in the western part of the State of New-York, on the east; and extend thence westwardly along the southern shore of Lake Erie, and through Michigan and Wisconsin, to Iowa and the Nebraska territory, on the west.»
Los temas tratados en este libro no son nuevos para el autor, que ha escrito ya otros sobre ellos: Las huellas de los dioses (Ediciones B, 1998), Los magos de los dioses (La Esfera de los Libros, 2016, aunque en inglés se hizo una versión ampliada en 2017, Magicians of the Gods) y hasta La búsqueda del Santo Grial (Martínez Roca, 2005): «Un “Indiana Jones” en busca de la Atlántida» es como lo define Javier Sierra (a pesar de que, en este libro, no aparece mencionada ni una sola vez).

Esta cercanía temática es la que hace dar la sensación de que algunos capítulos puedan proceder de esas otras obras anteriores y hayan sido reciclados aquí: el de “Mapas antiguos de la Edad del Hielo” (pp. 576-583) recoge algunos ejemplos de mapas con geografías anacrónicas (como el de Piri Reis, quizá el más conocido), pero es un apéndice desligado de pocas páginas, y la parte VI sobre religiones y creencias también podría haberse obviado; quizá si se hubiera centrado solo en las cuestiones arqueológicas, genéticas y geológicas habría obtenido una mayor uniformidad.

Sus obras estudian el mundo de las civilizaciones antiguas y lo que muchos denominarían pseudociencia, pero no se puede negar que, para este libro, el autor ha usado una abundante bibliografía —hay cien páginas de notas—, que abarca desde estudios arqueológicos a geológicos y antropológicos, todos publicados en libros o revistas de los últimos años (aunque también considera estudios muy anteriores, como el Ancient Monuments of the Mississippi Valley, 1848, de Ephraim Squier y Edwin Davis, que ha permitido conocer muchos de los túmulos que, con los años, han desaparecido); en este sentido, es encomiable la labor de síntesis de esos trabajos académicos, que son usados para confrontar o corroborar sus hipótesis (aunque realiza una selección de aquellas que corroboran las suyas, o las interpreta según su punto de vista y formula otras que no están aún demostradas).

En este uso de la bibliografía radica, en mi opinión, uno de los atractivos de la obra, pues, aunque el autor no es geólogo, ni arqueólogo ni antropólogo, sintetiza lo expuesto por otros en esos estudios (como en lo relativo a los análisis de ADN que vincularían poblaciones indígenas americanas con melanesias y premongólidas o las discusiones en torno a la cultura Clovis, Folsom y sus antecesoras) y podemos al menos buscar esos artículos para confrontar o ampliar información.

Una hipótesis aún controvertida extraída de estos estudios (nota 1253, p. 681) y más desarrollada en Magicians… es la del cataclismo que pudo haberse producido hace unos 12 850 años (Dryas Reciente o Younger Dryas), cuando varios fragmentos de un cometa gigante —el llamado “cometa Clovis”— podrían haber explosionado cerca de la superficie o directamente impactado en zonas de Norteamérica, Europa y el Atlántico Norte, matando buena parte de la fauna y flora del Pleistoceno y desplazando la masa de hielo de la última glaciación: tras veintiún años de devastación, “el deshielo de la capa laurentina cubrió la superficie del Atlántico Norte” (p. 461), el clima habría cambiado repentinamente y habría sucedido un periodo de 1200 años de frío: según los registros, no se habría producido un enfriamiento tan rápido nunca.

Esto habría supuesto el fin de la cultura Clovis y de cualquier otra que pudiera haber existido en América o el Atlántico; los restos de impacto habrían desaparecido por haber caído en zonas heladas y por el paso de los milenios. La parte VII del libro trata sobre las formaciones geológicas de forma elíptica halladas en determinadas bahías como la de Saginaw, en los grandes lagos, originadas quizá por los posibles impactos de hielo de glaciar eyectados como proyectiles debido a un impacto extraterrestre como los de los restos de ese supuesto cometa (cf. Antonio Zamora: «A model for the geomorphology of the Carolina Bays», Geomorphology 282, 2017, doi 10.1016/j.geomorph.2017.01.019).

Imagen LIDAR de 800 km2 de las bahías Carolina en el condado de Robeson, N.C. (Fuente: North Carolina Department of Transportation, https://en.wikipedia.org/wiki/Carolina_bays)

En resumen, el libro en su conjunto se lee con interés. Quien sea aficionado a las lecturas sobre civilizaciones antiguas, el libro de Hancock retoma algunas de las cuestiones aún no resueltas con otras claramente demostradas (como el seguimiento de pautas astronómicas en la construcción de monumentos de la antigüedad, especialmente alineadas con los solsticios y los equinoccios, en todas las épocas y en casi todas las culturas).

Pensándolo fríamente, nuestra civilización actual, con sus logros industriales y tecnológicos, sus catedrales, sus grandes obras artísticas, es consecuencia de una trayectoria de pocos siglos. Los registros escritos cuentan con unos cinco mil años, las pirámides, con unos cuatro mil; las pinturas de Altamira se pintaron entre hace quince mil y trece mil años, las de Lascaux algo antes, hace unos dieciocho mil, pero el ser humano se atestigua en Atapuerca hace ochocientos mil: en tan largo lapso, contamos con muchas lagunas y no sería descabellado pensar que no se hubieran desarrollado civilizaciones, “otra humanidad” anterior a la que ahora conocemos, extinguidas por guerras, cataclismos como terremotos o diluvios universales y empezadas otra vez casi de cero; sus registros se habrían perdido, perecido o los habríamos destruido, como ocurrió con las obras de los autores grecolatinos y los códices mayas, y quizá la historia no habría empezado en Sumer.

Solo de vez en cuando, bajo un gran manto de tierra, arena o hielo, se descubren restos arqueológicos que modifican nuestra comprensión de la Historia, cuevas o ciudades subterráneas, megalitos o petroglifos sorprendentes, mecanismos de Anticitera que nos demuestran lo poco que sabemos de nuestro pasado y lo mucho que se ha perdido u olvidado.

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