El pasado día 1 de mayo irrumpió en el madrileño Teatro Alfil la obra suprema de Samuel Beckett, Esperando a Godot. El clásico de lo absurdo llega para quedarse algo más de un mes y medio, hasta el día 26 de junio. Es importante señalar que esta representación no se parece en nada a lo que estamos acostumbrados a ver en los escenarios. Hablamos de una obra de teatro del absurdo, difícil de entender si no se pone en contexto. Por ello, es conveniente explicar brevemente cómo es esta corriente artística.
Se trata de una vanguardia teatral europea que surge como consecuencia de la crisis social y existencial que se dio tras la Segunda Guerra Mundial. Fue especialmente relevante en la década de los 50, momento de prosperidad económica y tecnológica que sin embargo llevó a la sociedad a ser esclava del consumo y del dinero.
En el teatro de lo absurdo, los guiones se caracterizan por no tener una línea argumentativa coherente, por no seguir un objetivo concreto y por presentar diálogos vacíos y repetitivos. Está considerado como un tipo de teatro intelectual que exige atención, esfuerzo para su comprensión y un profundo análisis. Esto se debe a que los autores no buscaban que el público comprendiera sus obras, sino que disfrutaran de la irracionalidad de las mismas.
Fue Eugène Ionesco quien rompió los esquemas del teatro convencional con el estreno de La cantante Calva en París en 1950. Casi paralelamente, se da a conocer dentro de esta corriente a Samuel Beckett. Novelista y dramaturgo irlandés que en 1969 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Su teatro, muy similar al de Ionesco, se caracteriza por ser muy estático y por no dar importancia al tiempo ni al espacio. Destaca por los decorados simples y los personajes pobres y desamparados, lo cual simboliza la insignificancia del ser humano. Tras la publicación de varias novelas como Watt y Malone muere, en 1953 estrena Esperando a Godot, la cual está considerada como su obra maestra por los críticos.
Esperando a Godot, desarrolla la historia de dos personajes, Vladimir (Fran Freire) y Estragón (Agustín Otón), que cada anochecer se encuentran en el mismo punto con la esperanza de encontrarse con el misterioso Godot. Nada saben de él, sólo que en algún momento tiene que aparecer. En el trascurso de la noche, se topan con otros dos personajes, Puzzo (Miguel Marcos) y su esclavo Lucky (José Téllez de Cepeda), con los cuales entablan conversaciones absolutamente surrealistas.
La pieza se divide en dos actos, que se representan como dos días diferentes. En el segundo, ocurre exactamente lo mismo que el día anterior con leves diferencias. Los mismos diálogos incoherentes y las mismas situaciones absurdas, generan en el espectador la sensación de aburrimiento y desesperación que el autor busca provocar. Con ello, simboliza la tragedia que supone la falta de creatividad en el ser humano.
Por otro lado, en ningún momento se dice explícitamente cuál es el momento histórico en el que se desarrolla la trama. Sin embargo, debido a su fecha de publicación, se sobreentiende que hace referencia a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Se encuentran por lo tanto en plena Guerra Fría, cuando las dos grandes potencias mundiales están enfrentadas (EEUU y la URSS), gran parte de Europa está destruida y también lo están los ciudadanos.
Esperando a Godot requiere paciencia y esfuerzo para poder comprender que no es necesario entender nada. Además, su ritmo es bastante lento lo cual desespera en múltiples ocasiones. Es recomendable acudir a verla con la mente abierta y esperar algo totalmente diferente a lo demás. Por ello, es una obra reservada a un público muy particular que sepa apreciar la falta de sentido del argumento y el valor de lo incoherente.