La conmoción tras el atentado contra la revista Charlie Hebdo ha unido al pueblo francés contra el extremismo islámico. En contra de las predicciones, pierden fuerza los movimientos xenófobos como el Frente Nacional de Marine Le Pen, y la figura de François Hollande se ve reforzada por su firmeza para luchar contra el terrorismo y defender la diversidad religiosa en Francia.
El ataque yihadista del 7 de enero contra el semanario satírico Charlie Hebdo en París desató una oleada de reacciones tanto en Francia como en el resto del mundo. Miles de personajes de renombre y ciudadanos anónimos de todo el planeta se unieron bajo el lema Je Suis Charlie para expresar su rechazo al acto terrorista. La libertad de expresión se convirtió en el cordón umbilical que unía a todas estas personas.
Tras el atentado de aquella jornada y los posteriores ataques de los días 7 y 8, los sentimientos predominantes en la sociedad francesa eran la ira y el disgusto. Así lo recoge una encuesta de Ipsos/Sopra-Steria para Le Monde. Ese mismo sondeo ahonda en la opinión de los encuestados sobre la amenaza del islamismo radical. La mitad de las personas consultadas consideran que Francia está en guerra, bien sea contra el yihadismo (84%) o contra el Islam en general (16%). Además, el 51% ve incompatible la religión musulmana con los valores de la sociedad francesa. Este último puede parecer un dato preocupante; sin embargo, el porcentaje ha disminuido 12 puntos con respecto al pasado año y 21 en comparación con 2013.
La complicada situación tras el ataque a Charlie Hebdo ha abierto el debate sobre los límites de la libertad de expresión. ¿Son las caricaturas de Mahoma publicadas en la revista una ofensa al pueblo musulmán? Los franceses parecen estar muy divididos al respecto: un 57% considera que las viñetas se acogen a la libertad de expresión del medio, mientras que un 43% cree que las caricaturas vulneran los derechos del pueblo musulmán. Lo que está claro es que, controversias aparte, la sociedad francesa ha sabido unirse contra la crueldad de aquellos que, en nombre de una religión, han impuesto sus pensamientos a balazos.
Pese a las dificultades, el pueblo francés supo canalizar la rabia y la incomprensión tras los ataques para defender la tolerancia y la interculturalidad. Esa misma “interculturalidad característica del pueblo francés” que el presidente François Hollande defendía en su discurso navideño, sin imaginar que dos semanas después Francia sería víctima de la barbarie despiadada del yihadismo. Hollande, el presidente peor calificado de la Quinta República, reaccionó con rapidez y eficacia nada más conocer lo sucedido. Se puso al mando de todas las actuaciones políticas y operativas para hacer frente a la amenaza terrorista. Demostró ser el presidente de los franceses y recuperó la autoridad que muchos habían cuestionado desde su llegada al Gobierno. Además, consiguió reunir a 44 jefes de Estado o de Gobierno y a un millón y medio de ciudadanos en una manifestación histórica en París, convirtiendo la ira y el disgusto en fraternidad y orgullo para el país. Su actuación fue tan impecable que hasta Sarkozy declaró resignado: “ha hecho lo que tenía que hacer”. Esa eficacia le ha catapultado en las encuestas, en detrimento de su principal rival en las últimas elecciones: Marine Le Pen, presidenta del partido ultraderechista Frente Nacional. Según el último sondeo del Ifop, un tercio de los seguidores de Le Pen están decepcionados con su actitud tras los ataques. La líder del FN decidió no acudir a la manifestación en París el día 11. Por el contrario, sí aceptó la invitación de su compañero Julien Sanchez, alcalde de la ciudad de Beaucaire, para asistir a la concentración en la localidad sureña. Entretanto, el índice de confianza hacia Hollande se ha disparado hasta el 20%, nivel que no alcanzaba desde abril de 2014, y su popularidad hasta el 40%, 21 puntos más que en diciembre. Es el mejor resultado en dos años para el presidente francés.
Sin duda, el drama de los atentados en Francia ha sido positivo para la figura de Hollande. Pero cuando las heridas comiencen a cerrar, probablemente el presidente socialista vuelva a caer en las encuestas si no consigue mejorar la coyuntura económica y social. Hollande deberá esforzarse para mantener su popularidad y Le Pen debe ahora recuperar el apoyo de buena parte de sus militantes. Pero quienes más han perdido con los atentados han sido los ciudadanos franceses. Ahora deben recomponerse del golpe que ha herido a su país. Tienen que volver a levantarse y demostrar que la convivencia de culturas y religiones es posible, respetando la libertad y la pluralidad. Los extremismos pueden ser el argumento más recurrente para partidos xenófobos como el de Le Pen, pero las encuestas demuestran que en Francia, un país con un 8% de población musulmana, la mayoría de las personas entienden la diferencia entre religión y fanatismo. Aún así, el Observatorio Nacional contra la Islamofobia revela un dato alarmante: en las últimas dos semanas se han producido 28 ataques y 88 amenazas a centros de culto musulmanes. Son más ataques que los sufridos en todo el año pasado. Los extremistas, que se nutren del descontento social en momentos de crisis como la actual, saben cómo hacer ruido y, pese a ser minoría, pueden representar una amenaza para la sociedad francesa. Por ello, Francia tiene ahora la tarea de limpiarse los tintes xenófobos que la manchan desde la era Sarkozy con la expulsión forzosa de gitanos rumanos. La prueba de fuego será el próximo mes de marzo en las elecciones departamentales, para las que parte como favorito el partido de Le Pen pese al descenso en las encuestas. Cuando voten, los franceses deberán mirar hacia el futuro. Pero, sobre todo, no podrán olvidar que aquel fatídico día de enero todos fueron Charlie Hebdo.