Ante la incertidumbre económica generada por la crisis cambiaria en Argentina a finales del mes de enero, son muchos los sectores que se cuestionan la efectividad de las medidas puestas en marcha por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su capacidad para hacer frente a la situación.
El pasado mes de enero el peso argentino se depreció más de un 34% alcanzando su mayor nivel desde hace 10 años. La respuesta del gobierno de Cristina Fernández fue flexibilizar el llamado “cepo al dólar”- restricción paulatina de la compra de dólares, en favor de la moneda nacional- permitiendo a los pequeños inversores comprar dólares para el ahorro personal. Ante esta medida el Banco Central argentino (BCA) decidió en primera instancia no intervenir y dejar al mercado seguir su curso normal. Finalmente, y debido a que la moneda nacional perdió hasta un 12% de su valor en un día, el BCA decidió vender unos cien millones de dólares procedentes de sus reservar para evitar que continuara depreciándose el peso. El problema es que las reservas del Banco Central hace varias semanas que bajaron la barrera de los 30.000 millones de dólares y se encuentran en su nivel más bajo desde hace siete años.
La depreciación del peso ha hecho sonar también las alarmas de la inflación, que según estimaciones privadas, la crisis cambiara se traducirá en un aumento del 30%. Además, según la Agencia EFE, la Fiscalía argentina investiga si ha habido empresas que durante la depreciación incurrieron en «maniobras especulativas» para aumentar los precios arbitrariamente.
Muchos economistas defienden que el problema argentino radica en las decisiones que Kirchner y su Gobierno han defendido durante años. La política puesta en práctica es según la propia presidenta «nacional y popular», refiriéndose a los esfuerzos para promover la industria y los intereses nacionales y para poner en práctica políticas que lleguen a las masas. Sin embargo, las recientes ausencias de la presidenta en la escena política –debidas en gran medida a su delicado estado de salud- están alimentando el debate sobre un hipotético vacío de poder que contrasta con la fuerte presencia demostrada por Kirchner en sus primeros años al frente del gobierno. Los votantes ya le asestaron un duro golpe en las elecciones legislativas celebradas en la mitad de la legislatura. Su partido, el Frente para la Victoria, quedó muy lejos de la mayoría de dos tercios que necesitaba en el Congreso para reformar la Constitución e introducir cambios que le permitiesen presentarse a las elecciones generales una tercera vez.
Ni la caída de la popularidad de la presidenta, ni la inestabilidad que han provocado las medidas puestas en marcha para contraer la crisis cambiaria, han logrado que Cristina Fernández se pronuncie públicamente y asuma responsabilidades al respecto. Kirchner sigue responsabilizando únicamente a los bancos de maniobras especulativas y negándose a introducir cambios hacia el neoliberalismo. Su actitud proteccionista y distante podría trabar la normalización macroeconómica y la recuperación de la confianza de su electorado.