No tenemos más que acudir a Google para darnos cuenta de que la convocatoria del Sindicato de Guionistas ALMA era más una necesidad que una fiesta. El cine español, ese que nos eclipsa una vez al año, no hace justicia a lo que viven nuestros guionistas los días restantes del calendario. La figura del contador de historias “aparece” de forma intermitente en nuestra industria cinematográfica, de ahí que el buscador me recuerde la apreciación que tiene el mismo sector que lo margina. No se libra nadie, la vergüenza por su escasa influencia y visibilidad nos salpica al otro lado de la pantalla.

El guionista es esa figura que, cobrando todo el protagonismo (porque lo tiene), desaparece ante nuestros ojos para que tú, espectador/a, te adentres en la historia. Ya lo dijo Fernando León de Aranoa (Un día perfecto) tras romper el hielo, “las personas ven una película y sienten que son los actores, las actrices, quienes han escrito la historia. El guionista tiene esa doble paradoja: su última finalidad es que no se vea”.
Porque es verdad, “si no se ve” parece que la realidad devora el guión y las emociones resurgen del espectador más frío. Allí mismo, en la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas donde nos dimos cita, se esfumó el guión atendiendo a Manuel Burque, conductor y entrevistador del acto.
Pero, ¿cómo demonios consiguen lo improbable? Ahora recuerdo a quienes se quedan en el camino ante el síndrome de la hoja en blanco. Para este conjunto de guionistas, eso es impensable. El proceso creativo surge de la necesidad de contar algo, una historia que hace disparar los sensores por los aires. Pero, “el salto de la cabeza a la realidad, como en la vida, es un poco frustrante”, confiesa Paula Ortiz (La Novia), quien entiende que “los guionistas son narradores que articulan la realidad”. El salto al vacío, o a la gran pantalla, conlleva sus riesgos, especialmente cuando atraviesan el papel y aterrizan en la dirección, como es el caso de buena parte de nuestro elenco. La única guionista y directora del acto no se siente parte de ningún gremio, ni directora ni guionista, “soy una intrusa que viene del ámbito pedagógico”.
Hay quien entiende que guión es sinónimo de escritura, pero no toda escritura implica conversación. Javier García Arredondo, a cargo del montaje y guión de La Novia, “arremete” contra esta opinión: “Yo reivindico escribir con imágenes, la fuerza no sólo reside en los diálogos”. No hay más que acudir al cine y comprobarlo en carne propia; La Novia es el reflejo más fiel de puras imágenes narradas.
Una auténtica sorpresa y disfrute fue escuchar a Daniel Guzmán (A cambio de nada), para quien el guión es la base fundamental de la industria cinematográfica. Su primer largometraje ha conseguido dar trabajo a 300 personas, pero para ello ha tenido que trabajar, y mucho: “He pasado seis años encerrado para contar esta historia».
También resultó curioso escuchar a David Ilundain (B, La película), a quien no le interesaba la parte periodística de la historia, sólo la creación y desarrollo de su personaje, motor del conflicto.
A pesar del talento de muchas y muchos guionistas, hay más guiones escritos no realizados que aquellos que finalmente ven la luz, así lo aseguran nuestras talentosas plumas. Pero, ¿de qué depende? Agustí Villaronga (El rey de la Habana) y Alberto Marini (El desconocido) pusieron el acento en el público. El guionista italiano lo tiene un poco más fácil, le gusta “el cine palomitero”, como bien definió. Del thriller psicológico nos vamos al drama cubano. “Hay que pensar en el público, pero eso no significa hacer lo que el público quiere”, sentenció Villaronga.
Estos guionistas de Goya dibujan solamente una parte del rostro que vimos anoche, una gala que sirve, como apuntaron algunos, para visibilizar el talento de una serie de profesionales; injusta también con quienes no ocupan el foco, aunque derrochen talento por todas partes. Pese a ello, el guionista tiene nuestro total reconocimiento, siendo capaz de crear historias que nacen para no morir.