Juan José Millás regresa tímidamente a los territorios que más gloria le han dado a él y felicidad a sus lectores. Una novela breve con gotas de la acostumbrada genialidad del autor que sin embargo se queda en insatisfactorio aperitivo.
Esta es una novela falsa. No lo digo yo, lo dice el propio Millás, lo que ya no sé es si lo dice el Millás de acá o el de allá. La mujer loca publicada por Seix Barral es el regreso de Juan José Millás a su particular universo propio, a ese feliz terreno conocido en el que utiliza lo aparentemente extraño o absurdo para contar de la mejor manera la realidad. O ese otro punto de vista de la realidad que muchos hemos disfrutado durante años y cuya vuelta no puede ser otra cosa que motivo de celebración. En este caso el leitmotiv de la obra es precisamente el bloqueo creativo del autor y el combate agotador con el lenguaje que mantiene cualquier escritor, en su caso acrecentado por el enfrentado desdoblamiento entre el Millás escritor y el Millás periodista. Por supuesto todo esto desde su particular óptica, su capacidad magistral para ver las cosas desde ángulos imprevistos, la fuerza onírica de sus imágenes y la brillantez de su discurso. En este caso por si fuera poco riza el rizo en cuanto a lo que tiene La mujer loca de ejercicio metatextual.
Sin embargo hay un pero, un pero muy gordo como una presencia invisible y fantasmal leyendo por encima de nuestro hombro que nos impide disfrutar de la novela y nos susurra chasquidos de lengua de decepción. Y es que La mujer loca es una novela que de alguna forma recuerda a los últimos títulos de Paul Auster y que evidencia precisamente ese bloqueo narrativo desde el que el propio Millás ha edificado la obra, es decir a ráfagas fugaces de inspiración. Es cierto que una sola de estas ráfagas de Millás valdría por la inspiración de toda la vida de ciertos autores, pero hablando del autor de Tonto, muerto bastardo e invisible no es suficiente. Es cierto como digo que el escritor valenciano deja gotas de absoluta genialidad pero no es menos cierto que el todo, el resultado completo no pasa de un gozoso pero insatisfactorio aperitivo de, lo que esperemos, está por llegar.
La mujer loca funciona a la perfección en la primera parte en la que Julia, ese personaje perfecto, es la verdadera protagonista pero comienza a decaer -o al menos a no volver a alcanzar nunca el nivel del principio- cuando es el propio Millás quien literalmente acapara la función. Sí, están la ironía y el humor excelente del autor, pasajes extraordinarios como lo que le sucede a otro personaje como Emérita y varias frases antológicas y disquisiciones fabulosas y metafóricas sobre el lenguaje y el pánico de enfrentarse a él a diario con sus trampas y recovecos. Pero que el autor abandone no sólo el personaje de Julia hasta diluirse por completo sino también el tono del inicio para luego ir saltando entre una narración fragmentada en el peor sentido es imperdonable. De esta manera el libro se queda en una deslavazada sucesión de ideas o argumentos reunidos que dan la impresión de no haber sido debidamente pulidos.
Lo mejor sin duda es que es el propio Millás, no sé si el de acá o el de allá, es el primero en advertirnos de la falsedad de esta novela que aunque no termine de convencer se me antoja tan sanatoria y necesaria para el autor como motivo de felicidad para sus lectores. Y es que, pese a todo, jamás se me ocurriría no recomendar leer a Millás, a cualquier Millás.