De la mano de La Felguera Editores nos llega este librito sobre la vida y obra del reverendo Jim Jones: paranoico, drogodependiente, estafador, evasor de impuestos, vendedor de monos e hijo de un miembro del Ku Klux Klan, mundialmente famoso a raíz del suicidio masivo de los integrantes del Templo del Pueblo en la Guyana en 1978 -concretamente en el paraíso que prometió a sus adeptos: Proyecto agrícola del Templo del Pueblo o Jonestown-.
Antes de esto, Jim Jones había pasado de crear su propia congregación dentro del movimiento pentecostal a largarse de ella y fundar su propia iglesia y, posteriormente, a crear una comuna en su Indiana natal, para terminar fijando su mirada en la por aquel entonces radical, hippie, pacifista y new age California. Abrió sedes del Templo del Pueblo en San Francisco y Los Ángeles, en cuyas redes cayeron muchas personas negras y algunos blancos pobres para ser exprimidos económica y espiritualmente. A medida que la congregación iba haciéndose más conocida -debido a su feroz defensa de la igualdad racial y sus ideas aparentemente socialistas- Jones percibió que los políticos demócratas locales le veían con buenos ojos y poco a poco se fue convirtiendo en una pequeña celebridad. Así, dio lugar a reportajes en algunos periódicos locales sobre los malos tratos dentro del Templo del Pueblo y una inminente investigación del fisco por evasión de impuesto. Esto, además de las denuncias de antiguos miembros de la congregación, es lo que llevó a Jones a fundar la colonia en Guyana, lejos de Estados Unidos, en 1974.
Al interesante aunque corto prólogo del gran Jordi Valls (Vagina Dentata Organ), que narra cómo se hizo con la grabación del suicidio en Jonestown gracias a un amigo con contactos en el FBI y cómo después la editó en vinilo, le sigue un texto quizá demasiado compacto escrito por Servando Rocha, quien nos desgrana ligeramente la vida del protagonista hasta llegar al terrible final en el que 918 personas, entre ellas 260 niños, fueron envenenadas (los niños, evidentemente, fueron asesinados), además de Leo Ryan, quien tiene el dudoso honor de ser el primer y único congresista estadounidense asesinado en Guyana. La parte final del libro es la transcripción de la cinta encontrada en Jonestown durante el suicidio masivo, la prueba número Q042: Jonestown Death Tape, en la que se puede apreciar cómo el reverendo Jones está notoriamente drogado, y cómo su discurso se va haciendo más incoherente, apocalíptico y paranoico a cada momento -un documento imprescindible y turbador-. Mientras Jim Jones habla y debate con sus adeptos (que le llaman «papá»), docenas de niños están siendo envenenados y el llanto de algunos de ellos interrumpe constantemente su discurso.
Para quienes no estén familiarizados con la historia de Jim Jones, el libro supone un documento valioso en el que se exponen muchas de las tácticas y estafas que se perpetraban en el Templo del Pueblo, como las famosas «curaciones por la fe», que aún hoy se realizan en muchas iglesias fundamentalistas, en las que se le hacía creer a gente enferma que se les había extirpado un tumor por obra divina -uno de los delirios de Jones consistía en presentarse a sí mismo como la reencarnación de Jesucristo- enseñándoles un trozo de carne podrida dentro de una bolsa. Enfundado en una indumentaria de estilo country, escondido tras unas gafas de sol, imaginándose a sí mismo como una especie de Elvis socialista y cristiano o el mismísimo Jesucristo, pero físicamente más parecido a Roy Orbison, Jim Jones es hoy una especie de siniestro icono pop que llegó en el momento adecuado a la Costa Oeste de Estados Unidos en la época en la que el radicalismo político no iba de la mano del racionalismo.