Una vez me dijeron que para diferenciar el rock del pop debía fijarme en el sonido. Si era alegre, positivo, que entraban ganas de acompañarlo con palmas o cantarlo, era sin duda pop. El rock, decían, tiene que ser guarro, aunque no entiendas la letra ha de sonarte sucio al oído. Algo que, comprendí mejor que nunca, el pasado martes en la sala Costello, viendo a Los Labios en concierto. Aquello sí era sucio, tanto como una hamburguesería de la Ruta 66, con la misma camarera que ya rozaba los setenta dando vueltas por las mesas con una mano en la cadera, sirviendo a los rudos camioneros con una cafetera roñosa. Tanto como las fans de los Rolling Stones haciéndose pis encima de sus asientos, al verles subir al escenario. Tanto como una pareja desnuda revolcándose por el barro de la granja de Bethel, donde Woodstock tuvo lugar. Tanto como los billetes de un dólar que cuelgan del hilo del tanga de una stripper americana llamada, pongamos, Winona. Disculpad la explicitud de los ejemplos, pero quien quiera que le ponga música de fondo a cualquiera de estas imágenes, se acercará ligeramente a cómo suenan Los Labios en concierto.
Los Labios representan la idea que todos tenemos de cómo tiene que vestir, tocar y actuar un auténtico rockero. Quien les vea en directo, experimentará sin duda una vuelta a 1970. Porque esas camisas de estampados excéntricos, esos botines horteras y ese abrigo de pelo, son una declaración de intenciones de lo que va a venir en concierto. Un show eléctrico. Y puede que, como yo, no les hayas escuchado en tu vida, que no conozcas ninguna de las canciones, pero algo tiene su música que te tendrá dando botes y sacudiendo la melena como si no hicieras otra cosa que escucharles. Cosas del rock de Los Labios, con los wah wah psicodélicos de Charlie Cepeda y Álvaro Suite, que te pegan viajes sin necesidad de consumir más que una cerveza y golpes de batería que se sienten como si las baquetas de Fernando Reina te estuvieran haciendo percusión en el propio centro del pecho. Pero la figura que te transmite la corriente, quién consigue meterte de cabeza en el concierto, es Sammy Taylor, una de las pocas personas del mundo que puede bailar en un escenario como Mick Jagger, después de Mick Jagger, no solo sin hacer el ridículo, sino comiéndose cada metro cuadrado del escenario . El cantante, que utiliza movimientos del rolling, se inspira también en la figura de su padre, el rockero sevillano Silvio, como por ejemplo cantando con el pie del micrófono en alto.
El show, como buen concierto de rock, acabó con menos ropa de la que empezó, solos de guitarra en el suelo y gestos desvergonzados con la lengua. A pesar de lo intensa que llegó a ser la hora, acabamos con la sensación de que nos habían dejado con la miel en Los Labios.