No juzgues a un libro por su portada, suele decirse. Sin embargo, para las bibliófilas empedernidas como yo es tarea harto complicada, pues las portadas son como imanes para nosotras. Cuando vi Mamá, quiero ser feminista y ahondé un poco más en la preciosa edición ilustrada por Malota, mi yo emocional e impulsivo quería tener ese libro en sus manos cuanto antes; mi yo racional, por otro lado, era reticente. ¿Por qué?, os preguntaréis. Digamos que la experiencia como compradora compulsiva de literatura me decía que, en muchas ocasiones, los libros bonitos intentan esconder una carencia en el contenido. No obstante, ya me había fijado en él, y no podía dejar pasar la oportunidad de hojearlo.
He olvidado comentar que estoy vinculada académicamente a los estudios feministas, algo que me hace huir todo lo que puedo del feminismo comercial que prolifera últimamente y que no ofrece más que contenidos vacíos, superficiales y enfocados al consumismo. Tenía la sensación de que me encontraba ante un producto así. Había visto ya el libro destacado en algunas grandes librerías, que habían preparado ya escaparates y stands para la campaña navideña. Así, mi suspicacia hacia los libros bonitos y la desconfianza hacia los productos feministas comerciales me predispusieron al rechazo hacia aquello que fuera a encontrarme. Craso error.
Creo que el chico que se sentaba a mi lado en el AVE no sabía muy bien dónde meterse cuando me vio derramar lágrimas sin control. Acababa de leer la última página de Mamá, quiero ser feminista y sentía una especie de conexión que me unía inexorablemente a Carmen G. de la Cueva, la autora, pero que iba mucho más allá. El sentimiento podría describirse como una “sororidad infinita”, un lazo sin fin que une a todas las mujeres. La propia autora describe esta sensación en el libro: “Todas forman dentro de mí una cadena invisible que me conectaba al pasado y al presente. Nunca estaría sola. Otras mujeres se habían sentido también a la deriva, pero habían encontrado hermanas a las que dar la mano en una noche de tormenta ya fuera en los libros o en otras mujeres de su presente”. Carmen G. de la Cueva lanza este mensaje de esperanza a cada lectora que desee conocer las dichas y desdichas de una soñadora chica de pueblo que quiere comerse el mundo, pero que ha sentido en más de una ocasión cómo el mundo la intentaba engullir a ella.
¿Nos suena de algo? Claro. Todas nos sentimos o nos hemos sentido así en algún momento y, apostillo, todas nos hemos sentido aplastadas por el mundo simple y llanamente por el mero hecho de ser mujeres. El problema quizás es que no hemos querido admitir la evidencia y que hemos podido obviar la verdad para no hacernos daño a nosotras mismas. Sin embargo, en la progresiva lectura de la autobiografía que es Mamá, quiero ser feminista, a partir de las vivencias personales de la autora, toda lectora sentirá aflorar esa cruda realidad que ha tenido que afrontar en más de una ocasión; se reconocerá en la historia, aunque sus circunstancias personales sean distintas a las de la escritora.
“Escribir este texto es como estar borracha y mostrarme en ese estado en el que no cabe la mentira, con una botella de vino de más, contando las veces que me caí, literal y metafóricamente, intentando convertirme en la persona que quería ser. Escribir es lo que más se acerca a contar la verdad”, admite la autora. Carmen G. de la Cueva abre la puerta de su vida y no deja ningún recuerdo incómodo debajo de la alfombra. De hecho, se detendrá especialmente en el término más controvertido y lleno de tabúes: la violación. A través de dos experiencias traumáticas, la escritora quiere mostrar cómo hasta en las situaciones más corrientes las mujeres no estamos protegidas contra la violencia más común y más ocultada por el sistema. La violencia sexual, las violaciones, no se sufren solo en callejones oscuros ni los violadores son locos inadaptados. Eso es lo que quiere mostrar la autora. Será imposible para la lectora no sentir rabia y ganas de luchar por ella y por todas las mujeres.
«Mamá, quiero ser feminista» es lo que manifestará con decisión cualquier lectora que no se hubiera planteado unirse a la lucha del feminismo. Y no se sentirá perdida porque Carmen G. de la Cueva ha dispuesto el libro no solo como una autobiografía, sino como una guía de iniciación a las lecturas feministas. Entrelazadas en sus experiencias personales, la escritora presenta a Louisa May Alcott, Virginia Woolf, Mary Wollstonecraft, Virginie Despentes o Emily Dickinson; nos descubre a mujeres de diferentes épocas que nos dan la mano desde sus manifiestos y creaciones literarias. Mamá, quiero ser feminista se convierte, así, en un instrumento de reconocimiento, descubrimiento y de orientación.