Revista Digital

Marvin Gaye, el torturado príncipe del soul

Marvin Gaye
Marvin Gaye

Una historia de drogas, sexo, religión y música.

Muerto a manos de su padre el día antes de su cumpleaños.

Bang, bang

Al día siguiente hubiera cumplido cuarenta y cinco años pero dos balas del calibre 38 se lo impidieron. “Yo te traje a este mundo y yo puedo echarte de él”, le amenazaba su padre en sus habituales discusiones. “Sabes que tu padre no bromea cuando te dice esas cosas, ¿verdad?”, le advertía un mes antes Andre White, su jefe de seguridad. “No, no bromea, Dre. Lo dice en serio”, asentía Marvin. Y finalmente, bang, bang, un día cumplió su amenaza, con la Smith & Wesson que Marvin había adquirido para calmar su paranoia extremada por su adicción a la cocaína, para que su padre tuviera con qué defenderse en caso de que alguien le atacara. El hermano de Andre, fue quien se hizo con el arma, quien se la envió al padre de Marvin y quien le enseñó a manejarla. Éste no consideraba muy apropiado que un predicador, incluso uno que llevaba veinte años sin ejercer, tuviera un arma en casa pero, si tenerla iba a hacer que Marvin estuviera más tranquilo, bienvenido fuera. La guardó debajo de la almohada con la esperanza de no tener que usarla jamás.

En el 2648 del bulevar West Grand de Detroit se sitúa hoy la casa museo de la mítica Motown,

Motown - Detroit
Motown – Detroit

la discográfica que en la década de los sesenta del siglo pasado se convirtió en una fábrica de números uno. “Ningún otro sello tuvo jamás un porcentaje tan alto de éxitos por lanzamiento durante un periodo tan largo”, recordaba el ya fallecido Charlie Gillett en su más que recomendable Historia del Rock. En esa dirección estableció su negocio Berry Gordy en enero de 1959, lugar al que bautizó como Hitsville, la ciudad de los éxitos. El sonido motown, el que demandaba la joven América, nació allí, de la visión y el atrevimiento de Gordy y de la mano de un grupo de músicos que hacían los arreglos y se hacían llamar The Funk Brothers. Le dieron ritmo al gospel, a golpe del bajo de Jamie Jamerson, el genio detrás del sonido de la discográfica.

El sonido con aroma de iglesia no le era nada extraño a Marvin Gaye. De hecho, sus primeras actuaciones fueron, con apenas dos años de edad, en la iglesia donde su padre predicaba, en el distrito suroeste de Washington DC, apenas a veinte minutos caminando de la Casa Blanca. El barrio en el que Marvin y sus tres hermanos se criaron era un barrio de población cien por cien afroamericana, en consonancia con la segregada sociedad estadounidense de mediados de los cuarenta: el racismo casi estaba institucionalizado. Mientras por la mañana visitaban con la escuela los monumentos de la capital, en los que se conmemoraba a quienes defendieron la libertad y reivindicaron sus derechos, por las tardes se enfrentaban a la realidad del momento, con policías echándoles de los parques donde jugaban porque solo eran para blancos. Hasta noviembre de 1956 el Tribunal Supremo estadounidense no declararía inconstitucional la segregación racial en escuelas, autobuses, restaurantes, cementerios y otros lugares públicos. Marvin y sus hermanos crecieron “teniendo muy presente que éramos lo más bajo de lo más bajo”, como le reconoció el propio Marvin a David Ritz, su biógrafo, en Divided soul, the life of Marvin Gaye. Racismo y desigualdad pero, sobre todo, la infancia de Marvin estuvo muy marcada por la presencia siempre amenazante de su padre, Marvin Pentz Gay I.

La primera vez que Marvin padre usó un arma fue un 1 de abril, el fool’s day anglosajón, día de bromas muy similar al de los inocentes. Era domingo y a través de las ventanas del salón veía a las familias caminar hacia la iglesia. Su mirada fue de la ventana a la mesa, donde días atrás había dejado una carta del seguro sin abrir a la espera de un momento de calma para leerla con tranquilidad. La carta había desaparecido. Vocea desde la planta baja, preguntando a su esposa Alberta dónde demonios había dejado la maldita carta. Ella, convaleciente aún por una reciente operación de riñón que casi acaba con su vida, descansa en el dormitorio, en la planta de arriba y no escucha las voces de su esposo. Éste, casi más irritado porque su esposa le ignore que por el paradero de la carta, sube las escaleras hecho una furia, maldita mujer, si te hago una pregunta es para que me contestes. Entra en el dormitorio de ella y ahí se topa con su hijo que, desde hace unos meses vive en casa después de que una crisis provocada por una mezcla de cocaína, vacío creativo, agotamiento emocional y tristeza existencial casi se lo llevara por delante. Padre e hijo se enzarzan en una discusión que sube de tono enseguida; entre golpes e insultos, Marvin hijo lo saca del cuarto, mientras la madre se esfuerza en separarles.

Marvin padre abandonó sus estudios siendo apenas un adolescente y, con diecisiete años se convirtió en predicador. Viajó por todo el país hasta que conoció a Alberta, la que sería su esposa y madre de Marvin, con la que contrajo matrimonio pese a que ella estaba embarazada de una relación anterior, algo insólito para la época. Al poco de dar a luz él cambió y se transformó por completo, obligándola a dejar al bebé a cargo de una hermana de ella. Alberta aceptó la transformación con sumisión. Si esta cualidad era fundamental en las mujeres blancas mucho más en las afroamericanas. Del matrimonio entre Marvin y Alberta nacieron cuatro hijos: Jean, Marvin, Frankie y Sweetsie. Según Alberta, Marvin padre jamás quiso a Marvin hijo, como recoge Steve Turner en la biografía Trouble man, the life and death of Marvin Gaye. Quizás por este motivo los castigos físicos a los que sometía a su prole cuando quebrantaban sus normas eran especialmente severos con el pequeño Marvin. Disfrutaba con ello. Inspirado por su particular interpretación de los versículos bíblicos, “si me amáis, acataréis mis mandamientos”, Marvin padre estableció un peculiar sistema de evaluación moral del mundo: todo lo que no servía para glorificar a Dios era perverso. Lo divino y lo diabólico, no había nada más. La música también quedaba bajo el paraguas de blancos y negros a través del que Marvin padre juzgaba la vida. Solo el gospel cumplía los requisitos; el resto de los estilos, el jazz, el r&b o el doo wop por el que el adolescente Marvin comenzaba a interesarse, eran creaciones de Satanás.

Aquella calurosa mañana de abril de 1984 en Los Angeles Marvin Pentz Gay I regresó al dormitorio con la Smith & Wesson del 38 que el guardaespaldas de su hijo le había dejado meses atrás. Apuntó y disparó contra el pecho, tal y como le enseñó el tipo que le entregó el arma, un disparo seguro, de los que no fallan. “Quería morir. No podía soportar seguir viviendo”, recuerda su hermana Jeanne. Solo unos días antes Marvin hijo se había lanzado de un coche en marcha a casi 100 km/h, sin lograr su objetivo, saliendo del percance nada más que con rasguños y magulladuras. Ese domingo no iba a volver a fallar. “Eres demasiado cobarde para suicidarte pero si le sigues tocando las narices a tu padre ya sabes lo que te va a suceder”, vaticinó Andre. “Supongo que tienes razón”, convino Marvin. El segundo disparo que efectuó el padre de Marvin Gaye en su vida fue a bocajarro, sobre el cuerpo de su hijo que yacía en el suelo, junto a la cama, en el lugar en el que el primer disparo lo había lanzado. Tras este segundo disparo salió de la habitación de Marvin y se cruzó con su esposa, que a duras penas bajaba las escaleras de la casa implorándole que no le disparara a ella también. “No voy a dispararte”, le dijo. Terminó de bajar las escaleras, salió al porche de la casa, lanzó el revólver al jardín y esperó a que llegara la policía.

Portada Los Angeles Times
Portada Los Angeles Times

Du-du-du-da-da-da

Un grupo de adolescentes, casi todas mujeres, se agolpan junto a la escalera que está al lado del gimnasio del instituto. Escuchan embelesadas, hipnotizadas por las dulces y melodiosas voces del cuarteto de chicos que, debajo del primer tramo de escaleras, aprovechando la acústica, interpretan canciones sin música de apoyo, a pulmón descubierto. El doo wop es el sonido del momento; en España se llamó duduá. Dúos, tríos, cuartetos y quintetos de jóvenes se juntan en casi cualquier sitio para interpretar a capella las canciones que les hacen sentir. En las esquinas de las calles, bajo las escaleras de los portales, a la puerta de las fábricas, en un rincón del gimnasio del instituto, cualquier lugar es bueno como escenario musical. El grupo en el que participa un adolescente Marvin Gaye se reúne en el instituto donde se sienten libres y dan rienda suelta a sus emociones.

Marvin Gaye admira a Nat King Cole; aspira a ser un crooner como él, un cantante que pone voz a las canciones populares clásicas (lo que en Estados Unidos se conoce como standards) acompañado de una gran orquesta. Tiene la voz apropiada, la elegancia adecuada y la prestancia perfecta y, además, vuelve locas a las mujeres con su sensibilidad y timidez. Tiene todo para cumplir su sueño: cantar como Cole y seducir mujeres como Sinatra. Pero Washington no es la ciudad apropiada para desarrollar su evidente talento así que, tras un breve paso por el ejército, donde su rebeldía frente a las órdenes se aguzó aún más, hace las maletas y pone rumbo hacia su sueño. Carreteras polvorientas, vagones de tren de maderas chirriantes, asientos de tortura, noches frías durmiendo a la intemperie porque en el hotel no admiten negros, el calor del compañerismo del resto de músicos, el primer contacto con su adorada y fiel marihuana, el sexo con una, dos, tres mujeres, el éxtasis del escenario, la plenitud alcanzada entre aplausos, las peleas con el manager del grupo por tener más protagonismo y ser la voz principal de los Moonglows, el primer grupo y el destino final de este viaje, Motown.

Marvin Gaye sabía que moriría tiroteado. Durante su última gira, en la que su adicción a la cocaína desbordó su ya sobrexcitada paranoia, se rodeaba de guardaespaldas permanentemente, vestía un chaleco antibalas y hacía que su hermano Frankie y otro amigo, también físicamente parecido a él mismo, estuvieran siempre a su lado, para distraer y confundir a los asesinos. ¿Quién es el verdadero Marvin? En los hoteles en los que se alojaban los pasillos se llenaban de hombres armados. Después de un concierto en New Jersey uno de los miembros del equipo se suicidó en su habitación, ahorcándose con la cortina de la ducha. Cuando lo descubrieron se desató el caos: hombres corriendo por los pasillos con las armas desenfundadas, gritos de alarma, golpes en las puertas, carreras frenéticas en busca de los conspiradores y al final, nada más que otra noche en vela, entre marihuana y cocaína, estudiando las carencias del sistema de seguridad, poniéndose en el lugar de los asesinos, tú cómo lo harías, de qué modo te acercarías a mí para matarme. Marvin tenía muy presente el salmo bíblico número 91 y se lo recitaba a sus guardaespaldas prácticamente a diario: “porque él te encomendó a sus ángeles para que cuiden en todos tus caminos”. Quería que los ángeles de cielo y tierra velaran por él.

Visto para sentencia

Los detectives Woodrow Parks y Jim McCahn fueron los primeros en llegar a la escena del crimen o, al menos, los primeros del departamento de homicidios. La casa familiar de los Gay estaba rodeada por casi cien personas. Periodistas y equipos de televisión, vecinos y curiosos se agolpaban en el jardín. Había tanta gente y tanto coche que los detectives tuvieron que aparcar el suyo a una manzana de distancia y caminar desde allí. Marvin padre ya estaba en comisaría, detenido por la patrulla que llegó al domicilio minutos después del tiroteo, acusado de disparar un arma de fuego; la acusación de homicidio no se produjo hasta que no se confirmó el fallecimiento de Marvin hijo. “Lo que más me llamó la atención fue que no alteró el gesto cuando se enteró de que su hijo estaba muerto”, recuerda McCahn. “Parecía más preocupado por lo que le fuera a suceder a él que por su propio hijo”, explica. Una semana después un periódico de Los Angeles publicaba una entrevista con Marvin padre. Reconocía haber disparado el arma pero en legítima defensa; cuando su hijo se abalanzó sobre él y le golpeó repetidas veces temió por su vida. ¿Qué podía hacer un septuagenario frente a un hombre en plenitud de facultades?

Cuando Marvin llega a Motown no lo hace como cantante, sino como músico de estudio; toca la batería y el piano en las sesiones de grabación. Pero él quería más, quería ser una estrella. Anna Gordy era la hermana de Berry y también se dedicaba a la producción musical. Marvin, diecisiete años menor que ella (él tenía 20 y ella 37), la encandiló con su timidez; ella lo enamoró con su sofisticación. “Mucha gente piensa que en esta relación estoy buscando una madre, pero no es eso”, explicaba Marvin. Gracias a su apoyo e indudable influencia, Marvin grabó su primer disco como intérprete. Fue un rotundo fracaso, igual que los cinco siguientes. Marvin lo achacó a la falta de apoyo promocional de Motown: no soportaba que el público lo rechazara. Era una persona con múltiples complejos, el primero con su apellido. Al sacar su primer disco al mercado añadió la e final a su apellido. Por fin se iba a librar del chiste que le llevaban haciendo toda la vida, ¿es Marvin gay? Hasta 1963 no llegó su primer éxito, Pride & joy. Tenía veinticuatro años.

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“¡Todo el mundo en pie! ¡Llega el momento de presentar a un hombre que no necesita presentación! ¡Este hombre es una de las personas con más talento creativo del mundo del espectáculo! ¡Ni siquiera sabe la cantidad de discos que ha vendido!”, animaba al público un entusiasta maestro de ceremonias antes del concierto. La enardecida multitud ovacionaba cada proclama mientras empezaban a sonar los compases de la primera canción. George, el maestro de ceremonias, sosteniendo el micrófono junto a su poblado y enorme bigote, toma aire y expresa su orgullo por presentar al Príncipe del Soul, Marvin Gaye. “Me encanta todo lo que dice George. Me encanta porque todo es cierto”, admite Marvin. Diecisiete años antes de este concierto, en 1962, los artistas de Motown ofrecen un espectáculo conjunto en el mítico Teatro Apollo del Harlem neoyorquino.

Teatro Apollo - Harlem
Teatro Apollo – Harlem

Mary Wells, Diana Ross & The Supremes, un inseguro y acomplejado Marvin Gaye y un jovencísimo Stevie Wonder, todavía conocido como Little Stevie. “¿Por qué narices me haces cantar siempre detrás del puñetero ciego?”, se quejaba Marvin entre bastidores a su amigo Beans Bowles. “Porque es la única manera de que cantes de verdad”, le respondía. “Si no hubiera sido por Stevie, Marvin nunca hubiera sido una estrella. Al actuar detrás de él tenía que mantener el nivel y dar lo mejor de sí mismo”, admitía Bowles.

Semanas después de haber disparado a su hijo, a Marvin padre le operaron de un tumor en el cerebro. Tras la recuperación, un tribunal médico determinó que sus facultades mentales estaban en óptimas condiciones para someterse a un juicio. En junio, Alberta Gay presentó una demanda de divorcio, tras casi cincuenta años de matrimonio. “No quiero seguir siendo su esposa, no quiero que nadie me diga lo que tengo que hacer”, le contaba a David Ritz. Dos días después de haber presentado esta demanda ella misma pagaba la fianza para que su todavía esposo esperara el juicio en libertad y no en prisión. “Supongo que todavía siento pena por él y no veo ninguna razón para causarle un sufrimiento adicional”, explicaba. El 2 de noviembre de 1984 el juez dictó sentencia. Tomó en consideración la versión del abogado de Marvin padre, la legítima defensa, el informe de lesiones que aportaron, con las heridas y magulladuras que Marvin hijo le causó con sus golpes, el análisis forense que detallaba la presencia de cocaína en el organismo del fallecido y el historial de conflictos que existía entre ambos. La sentencia fueron cinco años en régimen de libertad condicional, sin prisión, aceptando la legítima defensa como justificación de los dos disparos que acabaron con la vida de Marvin Gaye.

Pieces of clay es el título de una canción que Marvin grabó en sus primeros años en Motown, un tema que no llego a incluirse en ninguno de sus discos. “Padre, deja de criticar a tu hijo”, dice la primera estrofa. “Madre, deja a tus hijas en paz”, dice la segunda. “Todo el mundo quiere a alguien para tener un trozo de arcilla propio”, concluye amargamente. Un trozo de arcilla, un pedazo de barro que modelar a su antojo. Así se sintió Marvin Gaye durante toda su vida, como una figura de arcilla, un ídolo de barro en manos de sus mujeres, su madre, sus músicos, sus seguidores y, sobre todo, su padre, a quien siempre quiso impresionar y nunca lo logró.

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