En 1990, un enérgico Mario Vargas Llosa se valió de su oratoria y de su crítica mordaz para calificar a México como la Dictadura Perfecta , refiriéndose al largo periodo del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el poder. Lo cierto es que aquellas palabras retumbaron e hicieron cuenta atrás hacia la consecución de lo que debía ser una democracia, provocando el despertar de una nación con agridulce letargo en cultura política. Nueve años después, la comedia satírica dirigida por Luis Estrada, la ley de Herodes, mostró, representó y difundió la frase e idea del escritor peruano en plena época de campaña electoral, no sin pasar desapercibida por las autoridades cinematográficas, que si no hubiera sido por la presión de la ciudadanía, los poderes mediáticos y el propio contexto, la hubieran censurado.
El mismo partido que provocó las palabras del escritor hoy lidera México con Enrique Peña Nieto, un personaje televisivo, no presidente; un hombre que contempla la peor crisis de su gobierno por la desaparición de 43 estudiantes desde el salón de su casa. La respuesta a ¿qué está haciendo Enrique Peña Nieto? podría ser: ver, oír y callar, como quien desde casa ve la televisión sin crítica. Su reacción tardía por la desaparición de los estudiantes no podrá ser olvidada. El pasado 20 de noviembre, México (y también España) vivió la conmemoración de la Revolución Mexicana manifestándose contra un Estado opresor.
La revolución mexicana, que portaba los postulados hacia el cambio, desencadenó la lucha contra un régimen caracterizado por la existencia de latifundios; una producción minera y petrolera que adelantada en cuestiones técnicas respondía a merced de empresas extranjeras; una industria atrasada en organización y técnica dueña de élites que no velaban por el desarrollo de México y, sobre todo, un pueblo que pareciera destinado a ser mendigo en su propio territorio, incapaz de levantar una nación entera. Su indudable aspecto simbólico no logró, sin embargo, lo más básico de su surgimiento, dotar a hombres y mujeres de conciencia política, logrando una verdadera transformación “desde abajo”; pero aquél suceso se quedó en el imaginario colectivo agonizando la eterna lucha.
Dando un salto grande, y con acontecimientos como las manifestaciones de 1968 lideradas por el movimiento estudiantil, en 1994 el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) marca un antes y un después, obligando a ver forzadamente la situación. Suponía la alternativa contra el monstruo liberal; retomó con fuerza un lenguaje social que en 1995 serviría para dar mayor impulso al contexto mexicano. Hoy, ese lenguaje social se acentúa más que nunca. México vive su peor situación en décadas. La desaparición forzada de los 43 estudiantes se suma a un cúmulo de horrores: feminicidios, asesinatos a dedo, de ciudadanos y ciudadanas, de periodistas.
«Que no te haga bobo Jacobo»; hoy recuerdo la canción de Molotov en alusión a la posición que durante décadas caracterizó a la sociedad mexicana, ridículamente desinformada tras la figura de Jacobo en un noticiario, pero también tras la cara de Televisa. Hoy continúa manifiesta en grandes medios de comunicación. No es normal que se trate este suceso como mera noticia de dos minutos en televisión, como suelto en un diario, como corte de pocos segundos en la radio. No se puede comunicar, se debe informar, ¿qué está ocurriendo en México para llegar hasta el hartazgo? Ayer, la manifestación vivida en Madrid apuntaba a la desinformación, entre otras muchas cosas, pero, sobre todo, se trataba de exigir justicia; clamaban por el cese de la impunidad del Estado mexicano. El lema más sonado fue una cita de Emiliano Zapata, líder de la revolución: «si no hay justicia para el pueblo, que no haya paz para el gobierno». Palabras que retumbaron las calles de Callao a Ópera en una preciosa y dura marcha por la desaparición de quienes alzaron la voz para protestar.