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«París no se acaba nunca», biografía apócrifa de la otredad

Enrique Vila-Matas compone un exquisito tratado de autoficción imprescindible no solo para todo aquel que desee convertirse en escritor, sino también para cualquier amante de la literatura en mayúsculas.

244_P327241.jpgGracias a la colección Debolsillo de la editorial Penguin Random House podemos recuperar a un más que buen precio joyas como este París no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas. Da cierto pudor y vértigo intentar escribir una reseña de esta obra que daría para un sesudo análisis o tesis literaria, de modo que tan solo trataré de aportar unas cuantas pinceladas o apuntes. Para empezar cabría advertir que aunque no estamos ante un libro farragoso o terriblemente complejo es muy posible que solo interese a amantes devotos de la literatura o a escritores noveles en busca de alguna suerte de guía o brújula. Sea como fuere cualquiera que se acerque a París no se acaba nunca encontrará una obra clave en la literatura contemporánea española.

Con la excusa de una conferencia de tres días sobre la ironía Vila-Matas construye un artefacto que mezcla autobiografía, ensayo y novela. Un ejercicio puro y magistral de autoficción y metaliteratura  extremadamente divertido que narra de manera apócrifa sus años en París intentando convertirse en escritor y sus encuentros con monstruos míticos como Marguerite Duras, Paloma Picasso o Georges Perec, entre otros que incluyen una visión lejana de Beckett leyendo airado un periódico. Gracias a la ironía, el sentido del humor y la excelsa e inteligente prosa del autor, lo que podría haber sido un simple, agradable, y mitómano recuento de anécdotas se convierte en un poderoso ensayo sobre la vida y la compleja aunque maravillosa dicotomía entre persona y escritor, ser humano y artista. Una erudita y hermosa reflexión sobre la pulsión imperiosa de escribir.

París no se acaba nunca arranca con un Vila-Matas que funciona como narrador autoparódico, un joven que quiere ser escritor auspiciado por su admiración por Hemingway y su convencimiento de parecerse a él físicamente además de estar ligado al autor estadounidense por alguna absurda conexión cósmica. Según vamos avanzando en la lectura participamos del periplo y crecimiento del autor. Vila-Matas parte de lo ridículo para llegar a lo sublime atendiendo al consejo de un amigo escritor de que para sobrevivir como escritor debe construirse un doble. De este modo su casi obsesión por Hemingway sería la parte inocente e ingenua, una forma de aferrarse a la juventud, mientras el descubrimiento de Borges y sus falsificaciones compondrían la madurez del autor. Esto se refleja claramente cuando el embrujo de París, la mitificación de la ciudad de la que tiene buena culpa la novela de Hemingway París era una fiesta, se va desmoronando para el protagonista ante la cruda realidad. Es precisamente Borges, el genio argentino, quien da la clave de toda la ironía y autoficción del libro en aquella afirmación tan triste y brillante de que cada vez que recordamos algo matamos el primer recuerdo rememorando la última vez que recordamos el recuerdo primigenio.

Enrique Vila-Matas es consciente también de que toda historia cambia o se pervierte al ser contada, de ahí este maravilloso juego entre realidad y ficción, memoria y fabulación en que el narrador es y no es el propio autor que también se desdobla en otros personajes. París no se acaba nunca es un brillante elogio de la ironía, un excelente testimonio de una gran época a la vez que una desmitificación agridulce de París, pero también una novela excepcional y un ensayo exquisito sobre el desoficio de escribir. A Enrique Vila- Matas habría que repetirle una y otra vez ese otro gran consejo que recibe de Rybeiro y que al final se convierte en el único mensaje posible que se le puede dar a cualquiera que quiera ser escritor: “Usted escriba, no haga otra cosa”.

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