Tiempo de soñar (Alpha Decay) es una crónica de la década de los 60 escrita por Geoffrey O’Brien, un libro de culto escrito con lirismo en el que se suceden diversos episodios, apenas fogonazos, de aquella época convulsa.
La década de los 60 en Estados Unidos fue, efectivamente, un tiempo para soñar. Por desgracia, era un sueño delirante cargado de pseudociencia y budismo para turistas que se rompió en mil pedazos con el final de la guerra de Vietnam. La vuelta a lo «natural», a los clanes, al rechazo de la racionalidad, desembocó casi de manera natural en los crímenes de la familia Manson en 1969, a los de la matanza de Jonestown o a la secta Puerta del Cielo y la Cienciología, anunciando la década de los asesinos, y enterrando casi por completo un sueño que periódicamente resurge con más o menos fuerza en diversos movimientos sociales, cargados de la misma irracionalidad. Sí, los neohippies que hoy sufrimos, la izquierda irracional, no tiene nada de innovador, sigue siendo algo tan rancio como en los años 60. Al menos, eso sí, en aquella década muerta, la música era muy superior, y la inocencia era real.
El doctor Timothy Leary, retratado en este libro, era una celebridad para los hippies: un psicólogo que en 1966 fundó una religión cuyo dios no era otro que el LSD. Básicamente, el credo era poco más que un chanchullo para evitar que las autoridades pudieran perseguir a los consumidores de ácido (en octubre de ese año el LSD se ilegalizó en Estados Unidos, incluso para experimentos científicos), basándose en la loca idea de eso que han dado en llamar «libertad religiosa», que en Estados Unidos es tan sagrado como comprarse un fusil. Su libro Start Your Own Religion era uno de los libros de cabecera del movimiento, si es que los hippies pueden ser considerados un movimiento. En realidad, todo el mensaje del doctor era profundamente conservador: forma tu propio clan, vuelve a lo más antiguo, forma tu propia tribu, tu propia religión y pasa de política. Un mensaje profundamente reaccionario, como lo eran las ideas de los también venerados charlatanes Wilhelm Reich (gracias al cual tenemos las delirantes y fraudulentas orgnonitas) y Carlos Castaneda, este último embustero profesional.
En los años 60 Haight-Ashbury -el barrio de San Francisco en el que triunfaban la citada droga, el amor libre y una rebeldía ficticia que predicaba la vuelta a lo «natural» y las creencias orientalistas debidamente cribadas para no resultar agresivas a jóvenes de clase media- era un hervidero cultural y político. Los herederos de la subcultura beatnik soñaron que podían cambiar el mundo mediante el pacifismo y la introspección. Por supuesto, con LSD y amor pocas cosas se pueden cambiar, lo que dio lugar a la radicalidad política surgida al calor de la guerra de Vietnam, momento en el que las autoridades decidieron que igual no eran tan buenos aquellos chicos de la contracultura. Mucho mejor tenerles drogados.
Tiempo de soñar es una obra hipnótica que en ocasiones abusa de la mecánica cuántica como metáfora (costumbre bastante fea entre algunos escritores) para describir las idas y venidas de los hippies. Además, es un buen libro sobre drogas, un extraño poema en prosa que nos describe la explosión del LSD, el posterior apropiamiento de su venta por parte de la mafia, y la aparición, aún no masiva, de la temible heroína, que tanto dolor y muerte ha provocado desde entonces, como la droga que vino a sustituir al ácido. O’Brien despliega ante nuestros ojos un retrato nostálgico y al mismo tiempo desmitificador en el que las historias ficticias apenas esbozadas le sirven para narrar el auge y caída de la subcultura hippie, intercalándolas con cientos de referencias culturales, desde los cómics Marvel hasta Jimmy Hendrix pasando por el estafador Maharishi Mahesh Yogui, el gurú de los Beatles, al que O’Brien le concede el lujo de no ser nombrado, pero sí descrito.