Ana María Matute trama en Los hijos muertos, publicada en Cátedra, la que probablemente sea su obra más compleja y monumental. A través de sus dos protagonistas, Daniel Corvo y Miguel Fernández, y de los entresijos de sus familias somos testigos de la posguerra española: el alzamiento del bando nacional y el fallecimiento o la huída de los republicanos. Aunque no se narran directamente los acontecimientos históricos, estos influyen en las actuaciones de los personajes (así, Daniel llega a Francia) y nos muestra una nación enfrentada, dividida y rendida ante el odio y la barbarie.
Si en la primera parte dominan las memorias de Daniel, en la segunda son claramente las de Miguel, equilibrándose en la última parte de la novela y forjando un final redondo, aunque amargo. Aún así, los desenlaces de Matute no suelen tener ese final feliz que ansiamos, pero sí esa eterna decepción de los personajes ante sus allegados. En ocasiones, las reminiscencias buscan ese lector cómplice que sepa encontrar la voz del protagonista y la etapa en la que se desarrollan los sucesos. La complejidad de la obra también reside en que el pasado y el presente, ligados a las vivencias y los recuerdos de los dos jóvenes, pueden llegar a confundirnos, puesto que algunas situaciones tienen similitudes.
La inolvidable autora recupera alguno de sus grandes temas (la infancia perdida, la muerte, el amor o la injusticia) y lo engrandece, conmoviéndonos como nunca lo había hecho. Y, sin embargo, no deja de ser nuestra Matute de siempre: la tenacidad de Verónica y de Mónica nos evoca a la de Matia en Primera memoria. A pesar de ser una novela cuyos protagonistas y narradores son hombres, los personajes que poseen más fuerza o tienen una mayor importancia en la novela son los de las mujeres: ellas desencadenan pasiones, por ellas se arriesga uno la vida y a ellas no se las olvida. Sin desmerecer el personaje de la envidiosa y asfixiante Isabel, también debemos mencionar el de la Tanaya, la desgraciada mujer que intentó sobrevivir por sus hijos.
Probablemente no sea la novela más sencilla de esta escritora y quizás tampoco sea la más recomendable para empezar (aconsejaría leer previamente Primera memoria, Paraíso inhabitado o algún volumen de sus cuentos). Sin embargo, es imprescindible para los lectores de Ana María Matute, que valorarán la indudable calidad y la dificultad que entraña esta obra. En todo caso, para facilitarnos la labor, tenemos que destacar el extenso e interesantísimo prólogo de esta edición, a cargo de José Mas y María Teresa Mateu, que acompaña a Los hijos muertos en la edición de Cátedra.