Hace algo más de cuatro años, Raimon Molins estrenaba en su Sala Atrium Les tres germanes (Deconstructing Txèkhov), una variación de la obra del dramaturgo ruso que José Sanchis Sinisterra escribió en 2011 a petición de la propia Compañía Sala Atrium. Esta temporada, para celebrar el quinto aniversario de la sala, su director ha decidido recuperar aquel montaje que ya entonces despertó interés, «y empezar un nuevo ciclo con la fuerza del mensaje chejoviano», según apunta en el programa de mano.
La magia del montaje reside en su mayor parte en la magnífica deconstrucción de la obra original que hace el dramaturgo valenciano. Sanchis Sinisterra es una figura clave del teatro español de la segunda mitad del pasado siglo, no sólo como autor dramático –con títulos tan célebres como ¡Ay, Carmela!−, sino también como teórico y pedagogo teatral, y como investigador desde la práctica escénica. Su faceta de dramaturgista es un referente dentro de la profesión, sobre todo por sus adaptaciones teatrales de textos narrativos, entre las que se cuentan desde el Ulises de Joyce hasta la Rayuela de Cortázar, pasando por Melville o Cervantes. Pero también por sus adaptaciones de obras teatrales –Shakespeare, Calderón, Strindberg, Brecht, Sófocles, Fernando de Rojas o el Chéjov que nos ocupa−, que si bien son menos numerosas que las anteriores, tienen igualmente interés dramatúrgico.
Qué mejor ejemplo de ello que este Éramos tres hermanas, traducida al catalán por el director del montaje, Raimon Molins. En esta pieza, Sanchis reconstruye la historia de las hermanas Prozórov deconstruyéndola. Es decir, su variación consiste en suprimir el resto de personajes y contar la historia sólo con Olga, Masha e Irina en escena que, cuando es necesario, interpretan el papel del resto de los personajes de su fábula y les dan voz, en una lectura personal pero sin alterar la trama. Sanchis juega, como siempre, con la metateatralidad, con la conciencia de los personajes de ser personajes, con las incursiones de la realidad en la ficción y viceversa, como, por ejemplo, al incluir comentarios analíticos sobre el texto chejoviano hechos por el teórico teatral Patrice Pavis, o indicaciones del propio autor ruso sobre cómo deben interpretarse los papeles. La palabra, en este texto, lo construye todo, incluido el espacio escénico, ya que las didascalias forman parte de lo enunciado.
Molins dirige con gran acierto la pieza, en consonancia con el texto, ya que no se limita a describir ciñéndose a él, sino que le saca partido a todo lo lúdico propuesto por el autor y lo lleva a escena con una soltura y una organicidad en la que hay lugar incluso para incluir de soslayo ejercicios de dramaturgia actoral, una de las innovaciones de Sanchis Sinisterra en los últimos años. El tratamiento de todos los elementos escénicos –el espacio sembrado de relojes de madera, cuyas manecillas mueven las actrices, y que apuntan impertérritos el paso del tiempo; la luz que los enmarca y que define las escenas y los espacios, diseñada por Raimon Rius; el espacio sonoro, del que destaca ese grácil «Komm, lieber Mai» de Mozart que nos remite a Andréi y su violín;…− realza la calidad de la puesta en escena, del texto y de la interpretación de las actrices.
Marta Domingo, Mireia Trias y Partícia Mendoza conforman el reparto familiar de la pieza. Con una interpretación acurada, bien dirigida por Molins tanto en el ritmo como en los movimientos y su dominio y utilización del espacio escénico que ofrece la sala, las tres intérpretes llevan al público de la mano al interior de sus vidas y de sus emociones, en las que hay lugar para la risa y para el llanto ahogante. Domingo brilla especialmente en el rol de Olga, en el que debuta, ya que tanto Trias como Mendoza interpretaban ya a las hermanas mediana y menor en el estreno de 2012.
Si algo sorprendió a quien firma estas líneas fue la edad de las actrices, ya que en los otros dos montajes que se han hecho hasta la fecha de esta obra, uno en el Teatro de la Abadía de Madrid en 2014, dirigido por Carles Alfaro –de quien surge esta idea de cásting−, y otro este pasado septiembre por la Compañía Nacional de Teatro de México, en Ciudad de México, dirigido por el propio Sanchis Sinisterra, se optó por un reparto formado por actrices mayores, grandes nombres del teatro en ambos casos, que otorgaba a la obra un sentido aún más pronunciado del tan presente paso del tiempo. Sin embargo, el texto no indica la edad de los personajes, y la propuesta de respetar las edades originales funciona perfectamente.
En conjunto, es una pieza que merece la pena verse, porque sobresale en puntos fundamentales de un montaje de teatro textual, como es el propio texto, una filigrana dramatúrgica; la interpretación de las actrices, que llenan el escenario; y la buena dirección, tan certera que logra que la hora y cuarto de espectáculo se perciba como un plácido suspiro. Todo ello puede comprobarse aún hasta el 17 de abril en la Sala Atrium de Barcelona.