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Una mirada a la arqueología (a través de la asiriología)

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Tablilla con el mapa del mundo (s. VI a. C.). Fuente: British Museum

De alguna forma, nuestros gustos y aficiones nos acompañan a lo largo del tiempo.

Hace catorce años, durante una estancia de estudios en el extranjero, compré en los bouquinistes de París un libro de Paul Garelli sobre L’Assyriologie (1964), dentro de la colección enciclopédica de pequeños volúmenes «Que sais-je ?» No conocía entonces qué era eso de la “asiriología” (según el diccionario académico, es la «Ciencia que trata de la escritura, lengua, historia y antigüedades de Asiria y Babilonia»), pero hojearlo me bastó para ver que trataba sobre la historia antigua de los pueblos y lo compré por el precio de un café.

Reconozco que me gustan las librerías de viejo más por el placer de rebuscar que por lo que realmente pueda encontrar: es decir, más el proceso que el fin, más la curiosidad por descubrir algo desconocido y la sorpresa que el libro en sí. Y así, en distintos lugares —Madrid, Galway, Verona—, he encontrado varios libros de arqueología que he ido comprando, como The Story of Archaelogy de Paul G. Bahn (1996) o los divulgativos de C. W. Ceram —pseudónimo del alemán Kurt Wilhelm Marek—, que tuvieron mucho éxito, aunque sus contenidos se repitieran un poco.

El pasado año, tras una visita a una exposición del Caixa Forum de Madrid, compré el que creo que fue el último (por ahora): un libro sobre la escritura cuneiforme bellamente ilustrado (Irving Finkel, Jonathan Taylor: Cuneiform. London, The British Museum, 2015).

La arqueología es una disciplina apasionante por lo que supone de redescubrimiento de un mundo olvidado del que aún queda mucho por descubrir (como los orígenes de Egipto bajo el desierto del Sáhara, las ciudades de la civilización del Indo o las antiguas ciudades sagradas de Anatolia…, pero no hace falta irse tan lejos: bajo un camino puede aparecer un ánfora llena de monedas o los restos de un antiguo poblado de la Edad del Bronce en Almería); cada nuevo descubrimiento es una pieza más sobre un tablero que rellena espacios hasta ahora no esperados y hace mover las fichas previas.

Pero la arqueología es también un trabajo silencioso que no cuenta con reconocimientos, de excavaciones sin fruto o sin presupuesto, y, cuando lo tiene, un gran quebradero de cabeza para intentar hacer coincidir las pequeñas piezas encontradas con las otras, a sabiendas de que no se han conservado todas. ¿No se ha sorprendido cualquiera al ver en la vitrina de un museo una vasija hecha añicos, con piezas pegadas hasta formar lo que debió ser en otra época? Recomponer semejante puzle llevaría muchos dolores de cabeza si no fuera por las herramientas informáticas.

No obstante, reconozco que prefiero ver esas reconstrucciones de puertas babilónicas y arqueros griegos coloreados del frontón del templo de Afaya a las tristes ruinas que quedan de aquella magnificencia que debieron tener tantos siglos atrás: «La ruina de grandes imperios deja grandes ruinas», como ya dije en un poema

El redescubrimiento de la ciudad de Nínive, Ebla, Mohenjo-Daro y tantas otras nos hace ver lo mucho que hemos olvidado en la no tan larga historia del hombre; las lagunas culturales de nuestra historia son grandes y queda aún mucho por conocer.

También queda por redescubrir libros pasados que han sido olvidados salvo entre los especialistas: si la invasión napoleónica de Egipto dio lugar a una impresionante publicación, los 37 tomos de la Descripción de Egipto, 1809-1829, no menos fue la de las excavaciones de Nínive por el francés Paul Botta, con dibujos de Flandin: Monument de Ninive (1849-1850) y de Austen Henry Layard (A second series of the Monuments of Nineveh, 1853). Damos los enlaces a estas obras ahora digitalizadas y algunas imágenes, para recordar la enorme labor de los arqueólogos e historiadores que las promovieron.

Botta - cuneiforme
Imágenes de Description de l’Égypte (arriba, en WDL)
y de Botta/Flandin, Monument de Ninive, 1849 (debajo)

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