«El mero acto de tratar de mirar hacia el futuro para vislumbrar posibilidades y ofrecer advertencias es en sí un acto de esperanza», Octavia Butler.
«Si “guerra” tiene un antónimo quizás sea “jardines”».
«En la primavera de 1936, un escritor plantó rosales». Se llamaba George Orwell,y unos años más tarde grabaría su nombre en la historia de la literatura con su famosa distopía 1984. Tan famosos se hicieron libro y autor que se acuñó el término «orwelliano» para calificar una situación desesperanzadora, totalitaria, un estado en que la memoria, la privacidad y la libertad de pensamiento están en entredicho. Es posible que por esta arrolladora popularidad Eric Arthur Blair (más conocido como George Orwell) se difuminara en medio de la leyenda, una que lo envuelve en en un carácter cínico, apesadumbrado y, quizás, oscuro.
Sin embargo, un día, no hace muchos años, Rebecca Solnit topó con un ensayo del escritor datado en 1936. En él encontró a un Orwell vivaz, un apasionado de la jardinería que acababa de alquilar una casa en el campo donde, efectivamente, plantó rosales. A partir de esta anécdota, Solnit rastrea la vida del escritor y construye un ensayo que reescribe la leyenda orwelliana. En Las rosas de Orwell, editada ahora en España por la editorial Lumen, la brillante escritora crea un libro que se encuentra transitando una fina línea entre la biografía y un tratado sobre las flores, la jardinería que se convierte en un manifiesto contra toda clase de totalitarismo.
«No había reflexionado con la suficiente atención sobre aquellos rosales del ensayo que había leído por primera vez hacía más de un tercio de siglo. Eran rosales y saboteadores de mi larga aceptación de la versión convencional de Orwell, y me invitaron a ahondar más. Eran preguntas acerca de quién era Orwell y quiénes éramos nosotros y dónde encaja el placer y la belleza y las horas sin resultados prácticos cuantificables en la vida de una persona—la de cualquier persona— que también se preocupaba por la justicia, la verdad y los derechos humanos, y por cómo cambiar el mundo».
Leer a Rebecca Solnit es siempre un placer. Cada vez que termino de leer uno de sus libros creo estar ante el mejor texto de su obra y con Las rosas de Orwell no iba a suceder algo distinto. En este libro, la propia Solnit me ha dado las claves para describir esa forma de escritura que yo llamaba elástica, pero que realmente es rizomática. La autora explica en un momento del ensayo que existen conjuntos de plantas y árboles que extienden sus raíces de manera horizontal para unirse a toda una red biológica subterránea. Y así es como entiendo yo la escritura de Solnit en este escrito, pero también en el resto de su obra. A partir de una curiosidad personal, Solnit lega a la historia de un personaje en particular con una afición muy concreta y a partir de ese punto de partida se adentra en temas de semiótica, lingüística, política, arte, filosofía e historia.
«Reflexionar sobre las rosas de Orwell y adónde conducían ha sido un proceso sinuoso y quizá rizomático, por emplear una palabra aplicada a las plantas que, como las fresas, extienden sus raíces o estolones en muchas direcciones».
Solnit usa la afición por la jardinería de George Orwell para hacer una retrospectiva de las rosas en el arte y para hablar de la vida del escritor lejos de sus rosales durante su participación en la Guerra Civil española, pero también para contar la historia de la explotación del carbón en Inglaterra; denunciar las condiciones de trabajo en los invernaderos de rosas en Colombia; o advertir sobre la disociación cada vez más acuciante de una sociedad ignorante. Pero, sobre todo, Solnit, visibilizadora incansable de quienes viven en los márgenes y defensora acérrima del poder del activismo y la voluntad popular, usa la figura de Orwell para construir un alegato en favor del placer y la belleza.
«La belleza puede ser tanto lo que no deseamos cambiar como adonde deseamos ir, la brújula o más bien la estrella polar del cambio».
Y es que Orwell, activista político era un observador de la belleza de los pequeños detalles, disfrutaba con la cotidianeidad y, aunque siempre enfermo, era, sobre todo, un amante de la vida. Y este espíritu de esperanza no solo se encuentra en sus ensayos, sino que, descubre Solnit, también recorre la espina de 1984. La escritora nos invita a una (re) lectura esperanzadora de la distopía y propone que «orwelliano» pueda ser sinónimo de esperanza, placer, amor y alegría. Y es que, al final, la belleza, en situaciones deshumanizadoras, consigue aferrarnos a la certeza de que seguimos siendo humanos. Así, Orwell sirve a Solnit para relacionar mucha historias y debates, pero, sobre todo la ayuda a prender el espíritu de lucha, de denuncia, pero también de esperanza y amor por la vida que siempre desprende la obra de la autora.
«Regresé a su literatura después de que la rosas me espolearan, y en ella encontré otro Orwell con otras perspectivas que parecían servir de contrapeso a su crítica de la monstruosidad política. Una de las sorpresas fueron las múltiples páginas dedicadas al disfrute, desde las numerosas formas de bienestar doméstico que pueden calificarse de acogedoras hasta las postales procaces, los placeres de la literatura infantil estadounidense del XIX, los escritores británicos como Dickens, “los buenos libros malos” y, sobre todo, los animales, las plantas, las flores, los paisajes naturales, la jardinería y la horticultura, el campo».
Si cuando leáis Las rosas de Orwell, os quedaís con ganas de más, en España se han publicado otros ensayos de Rebecca Solnit. En la editorial Capitán Swing podéis encontrar su famoso Los hombres me explican cosas, Un paraísos en el infierno, Una guía sobre el arte de perderse, Esperanza en la oscuridad y Wanderlust. Una historia del caminar. Lumen, además del libro del que aquí os hablo, ha publicado Recuerdos de mi inexistencia y Cenicienta liberada, y, próximamente, De quién es esta historia. Celebremos que tenemos Solnit para rato.