En su nuevo poemario, José Ángel Barrueco realiza un viaje por el atlas del dolor propio y ajeno tan emotivo como certero. Dueño de un verso de sublime pureza, el autor también deja cabida a la esperanza en este excelente libro.
Considero necesario antes de analizar este impresionante El amor en los sanatorios editado por Canalla Ediciones referirme al anterior poemario de José Ángel Barrueco, Los viajeros de la noche (Origami) ya que se me antojan dos obras completamente relacionadas entre sí, o complementarias aunque a priori pudiera parecer descabellado. Ambos poemarios muestran dos caras de una misma moneda, dos vertientes vitales del autor que como cualquier poeta es, ante todo, un ser humano. Los viajeros de la noche es un apócrifo (aunque no tanto) diario de viajes en el que Barrueco relata mediante sus poemas las sensaciones y experiencias en cada lugar visitado, por placer o trabajo. Un poemario maravilloso y luminoso que viene a ser una celebración de la amistad, el amor y la vida, pero sin olvidar el lado oscuro de ésta, como demuestra el autor en diversos pasajes narrando su miedo a volar, el tedio de encontrarse solo la mayor parte del día en una ciudad y país extraños, o sobre todo esa parte oculta de pobreza y miseria que no ofrecen las postales de, por ejemplo, Paris. En ese sentido son impresionantes versos como: “Dios no existe y, si existiera, tampoco vendría a socorrerlos” pero este otro resume a la perfección el tema principal de Los viajeros de la noche: “El sentido de vuestras travesías está sólo en saber que ella te ama.” En definitiva este volumen es el libro de viajes deseado por quienes, como yo, detestamos los libros de viajes.
Como no hay luz sin oscuridad y, por desgracia la vida es como es, El amor en los sanatorios narra la parte más dolorosa. En este volumen los poemas de Barrueco giran en torno al dolor y la pérdida, propios y ajenos, y principalmente narra el terrible tránsito emocional desde que detectan una enfermedad incurable a la madre del poeta, durante la misma y tras el triste desenlace. El autor titula a cada parte del poemario con el nombre de uno de los estadios de la enfermedad nombrados en el proceso clínico Historia natural. De esta manera los poemas van creciendo en intensidad y desgarro; si al principio del libro estamos ante una continuación algo más melancólica de Los viajeros de la noche pronto y, evidentemente debido a las circunstancias, la incertidumbre, la negación, la rabia, el dolor y la tristeza van poblando los versos del autor, pero también la esperanza, la lucha y por supuesto el amor: la lucha por no dejarse vencer ante la desgracia, el amor de un hijo ante la pérdida temprana de su madre, y la esperanza depositada en el propio vástago, ese que, como el propio Barrueco dice en la hermosa dedicatoria, quizá se cruzó con su abuela en algún punto entre la vida y la muerte.
El amor en los sanatorios no es, en contra de lo que pudiera parecer, un libro duro o en el que el autor se deje llevar por una desesperación o tristeza difíciles de asimilar por el lector y esto es gracias a la manera de escribir de José Ángel Barrueco, en su forma de entender la poesía. Desviste su poesía de cualquier adorno superfluo, desnuda sus versos hasta el punto de dejar tan solo lo que él entiende necesario, de manera exquisita hace con las palabras lo que aquel famoso escultor; talla la piedra hasta encontrar la escultura que habitaba dentro, oculta, la belleza pura, primigenia. Sus poemas parecen esperar pacientes para ser construidos siempre con las palabras exactas y precisas, no se esconden tras alardes abigarrados que puedan disfrazar las carencias. Así nos encontramos, y no espero ser yo precisamente quien lo descubra ahora, ante una de las voces más imprescindibles del panorama literario actual, ante una forma de entender la literatura y la vida que se me antoja absolutamente necesaria. Cada poema de El amor en los sanatorios es un diamante tallado desde el corazón de su autor, poemas que hablan de dolor y muerte, pero también de belleza y amor, en definitiva de vida.