«Contar una historia es una muestra de cariño», («A la perfección», Grand Union).
«En los últimos tiempos adoro los fragmentos. No concibo que un fragmento sea defectuoso o incompleto en ningún sentido». Bien podría ser yo la que dijera esto mientras le cuento a alguna amiga mi acuciante afición por las antologías de relatos, pero no. Esta cita la extraigo de «Letra y música», historia incluida en Grand Union, libro de relatos de la aclamada Zadie Smith, publicado en castellano por la editorial Salamandra. Mi adoración por el fragmento narrativo, por fin, ha hecho que caiga en mis manos el primer trabajo que leo de una autora a la que ya hacía tiempo que tenía ganas.
Había fichado a Zadie Smith por sus libros de ensayos, Con total libertad y Contemplaciones (también en Salamandra), y lo cierto es que en Grand Union he encontrado una agudeza e ingenio a la hora de representar la realidad social que me ha demostrado, sin duda, primero, que me encuentro ante una autora con escrupuloso sentido ensayístico, y segundo, que debo hacerme con esos libros cuanto antes.
El ensayo es un género donde la presencia de la autora está ahí, de manera más o menos clara, pero es, sin duda, una escritura del «yo». Y no suelto esta obviedad por nada. Lo digo porque a través de estos diecinueve relatos que componen este mosaico neoyorkino que es Grand Union he sentido la presencia desbordante de Zadie Smith. Quizás no tanto en las historias con un narrador omnisciente en tercera persona con personajes muy claros, pero sí en aquellas con un narrador en primera persona con, en alguna ocasión, focalización interna. Y es en estos relatos en los que he podido sentir el torrente de ideas que salen de la pluma de la autora. Siento que he rozado con la punta de los dedos la plasmación escrita de una mente salvaje, dispersa y a la vez precisa, cambiante, innovadora y fascinante, y eso me hace tan feliz. Estoy encantada de saber que todavía tengo material atrasado con Zadie Smith, del que daré buena cuenta mientras espero por más.
«¿Estás en tu bolsa de lona? ¿Estás en las plantas? ¿En la fuente con soda de mala fe? ¿En tu felpudo? ¿En la mezquina apuesta del ayuntamiento por el reciclaje? ¿En tus hijos? ¿En tu decisión de no tener hijos? ¿En tu tribu? ¿En tu vicio? ¿En tu puesto de trabajo? ¿En tu nómina? ¿En los “me gusta”? ¿En los rechazos? ¿En tu documentación? ¿En esta frase?».
Sí, es cierto, el párrafo anterior parecía una conclusión y estaréis pensando que todavía no he sacado a relucir la necesaria sinopsis, pero, me perdonaréis mi fervorosos párrafos anteriores, el entusiasmo se ha apoderado de mí. Y la cuestión es que, como me sucede con el análisis de toda antología, me resulta complicado daros un resumen rápido. Sí puedo deciros que el espacio se concentra casi exclusivamente en la ciudad de Nueva York, que se extiende temporalmente hacia el pasado, presente y futuro y que es habitado por distintas vidas contadas con formas muy diversas, desde la narrativa más clásica a la más experimental. Cabe pensar que la autora se lo pasó bien moldeando distintos tipos de narrativas.
Y en medio de una pluma magistral aparece lo que ya os he anunciado anteriormente: la realidad social. Identidad racial, de género y de clase, política, medioambiente, familia, cultura, (meta) literatura, medios de comunicación, redes sociales y todo un largo etcétera de temas plasmados en este retrato protagonizado por personajes de toda índole, pero unidos por un persistente anhelo de vida. Y es que, como dice la narradora en primera persona de uno de los diecinueve relatos:
«Según mi experiencia, cuanto menos derecho tiene alguien a hacer algo, con más ahínco lo persigue».