Mario Crespo da una lección de buen hacer literario en una novela poliédrica de magistral estructura y apabullante fondo en lo que podríamos definir como una biblia apócrifa, canalla y distópica.
«Planeemos un crimen, iniciemos una religión”: algo así bramaba el mesiánico y lisérgico profeta del rock Jim Morrison y algo así parece querer transmitirnos Mario Crespo en su excelente novela La 4ª, otra de esas joyas que nos brinda sin descanso la editorial Lupercalia. Estamos ante un libro abrumador en su perfección, entendida ésta como la suma de lo que el escritor ha querido contar, la forma de hacerlo y el resultado obtenido. La forma y el fondo de La 4ª son partes indivisibles y necesarias de un todo que cobra así una dimensión de artefacto literario inusualmente sólido y emocionalmente sublime. Mario Crespo elige un tono coral y fragmentado completamente idóneo para la trama en el que invita al lector a convertirse en algo más que un testigo pasivo al tener que completar el relato por medio de las distintas voces que lo conforman, pero también rellenando los huecos temporales dejados entre capítulo y capítulo por el autor en un magistral empleo de la elipsis.
No en vano el primer y prodigioso capítulo del libro transcurre en los años 80 y se titula La historia interminable como la maravillosa obra de Michael Ende que lee el protagonista de La 4ª en plena preadolescencia tratando de huir en un dragón blanco de la terrible realidad que le rodea. Cada capítulo de la novela de Crespo lleva por título el de una obra literaria o cinematográfica que será importante para la trama (El padrino, Un mundo feliz) en un ejercicio referencial que va mucho más allá de la búsqueda empática de compañeros de generación, algo que por otro lado consigue de forma espontánea. Cada capítulo casi podría leerse por separado sin resentirse, de no ser por el excelente conjunto final que forman, y abordan todos ellos no sólo una voz y puntos de vista distintos sobre lo acontecido sino que dan un paso hacia delante (o hacia atrás) en la historia aportando nuevas piezas al puzle; además Crespo le da a cada uno de ellos un tono y estilo propio.
De este modo La 4ª es una suerte de evangelio apócrifo y moderno sobre una nueva religión contada por sus heterodoxos apóstoles y su profeta y creada en torno a un mítico Jesús quinqui. Sin embargo en una novela que gira en torno a la religión es de agradecer el planteamiento que propone el escritor sobre esta cuestión, la influencia de la Semana Santa tan arraigada en una ciudad como Zamora y su peso en todos los ámbitos de la vida de sus habitantes, la visión sobre el auge de la música electrónica en los 90, en plena ruta del bakalao, como una experiencia mística o la dicotomía entre religión y secta, todo ello huyendo de juicios fáciles y gratuitos para ahondar de forma sorprendentemente amena en matices más complejos y nada transitados.
Porque la novela de Crespo es, pese a esa complejidad que esconde, muy divertida y entretenida, con momentos tremendamente brillantes y memorables. De manera inteligente el autor apuesta por un lenguaje sencillo en contraste con la estructura, pero exquisito (sé que repito mucho esta aclaración pero es que no quiero ser malinterpretado) que convierte la lectura de La 4ª en un placer tan inusual como imprescindible. Por último los múltiples guiños, el humor muy presente y muy de agradecer, el portento narrativo y la complicidad metaliteraria con el lector terminan de redondear una novela absolutamente fabulosa.