La Biblioteca de Catalunya se convierte en la trattoria de Mirandolina, la hostalera de Goldoni en su célebre comedia. La Perla 29, en la línea de buenas producciones a la que nos tiene acostumbrados, apuesta esta vez por un clásico italiano del siglo XVIII que su director, Pau Carrió, ha decidido actualizar y traerlo hasta los años cincuenta, además de contar con un reparto de sólidos actores jóvenes de la escena catalana, como Laura Aubert o David Verdaguer, sus protagonistas.
La obra del dramaturgo veneciano no deja de ser una comedia de enredos con los juegos del amor y la seducción como tema central. Mirandolina, dueña del hostal, es una joven astuta y bonita que trae de cabeza a todos los huéspedes masculinos e incluso a su camarero. A ella le gusta gustar, así que se deja querer por los hombres que tratan de conquistarla, pero sin comprometerse con ninguno, pues tiene claro que quiere ser una mujer independiente y libre. Sin embargo, se desconcierta el día en que un nuevo huésped parece no caer cautivado por sus encantos, ya que dice aborrecer a las mujeres y no creer en el amor. Mirandolina no puede más que sentirse retada y trata de seducirle para desmentir las afirmaciones del hombre, provocando así los enredos que construyen la acción dramática de la pieza.
En la propuesta escénica de Pau Carrió, el texto es sólo la excusa para explotar la comicidad de los actores y la de los personajes, que están casi caricaturizados, sobre todo en el caso de los secundarios, interpretados por dos magníficos –como siempre− Marc Rodríguez y Javier Beltrán, Jordi Oriol, Júlia Barceló y Alba Pujol. Los protagonistas, Aubert y Verdaguer, tampoco se libran de potenciar la risibilidad de la comedia, aunque Goldoni se encarga de caracterizarlos con más matices y ofrecerles algún que otro momento de reflexión. Carrió parece añadir matices a esos papeles en un final que, si bien Goldoni lo plantea como feliz, en el montaje de La Perla es claramente agridulce para su protagonista, quien se ve víctima de su propia broma amorosa.
Sin embargo, el montaje se vive, tanto por parte de los actores como del público, como una fiesta, como un espectáculo lleno de jolgorio donde no falta la música en directo, el vino e incluso la comida. Y es que la trattoria no es meramente un decorado, sino que todo el espacio, obra del propio Carrió y del escenógrafo Sebastià Brosa, está dispuesto realmente como un restaurante italiano de lo más casero. Los espectadores se sientan en mesas redondas con manteles a cuadros blancos y rojos que ocupan todo el espacio del teatro y disfrutan, como clientes más del hostal, del espectáculo. Esa sensación festiva que desprende es, seguramente, la mayor clave de su éxito, ya que las funciones de L’hostalera en la Biblioteca de Catalunya se han prorrogado hasta el 5 de marzo, y seguro que muchos días se quedan sin mesas disponibles.