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Luces y sombras de Georges de La Tour

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Fuente: Museo del Prado

El Museo del Prado presenta, en la sala C del Edificio Jerónimos y hasta el 12 de junio, una exposición sobre el pintor francés Georges de La Tour (1593-1652). Pintor originario de la Lorena (Nancy, Metz), ha pasado desde hace relativamente poco a ser una de las figuras más representativas de la historia de la pintura francesa. Su caso podría ser, en cierto modo, paralelo al de Vermeer, revalorado tras un olvido de dos siglos.

Se conoce poco de su vida, y la exposición del Prado tiene no solo valor por tratar de dar a conocer su obra en España, sino también por ser una retrospectiva, en la que se han conseguido reunir treintaiuna pinturas de las apenas cuarenta que se le adjudican. De estas, muchas provienen de museos franceses, como el Louvre, el Musée Départamental Georges de La Tour de Vic-sur-Seille, museos de Bellas Artes de Grénoble, Nancy, Dijon o Albi, pero otras están repartidas por museos internacionales como el Metropolitan, la Washington National Gallery, el Fine Arts Museum of San Francisco o entre particulares, de aquí que no sea siempre fácil verlas en relación. Dos que también se exponen –y relevantes por su ejecución– están entre los fondos del Prado.

Las  técnicas y temáticas de las pinturas de La Tour se reducen a unas pocas y esto da una homogeneidad a la muestra: desde el punto de vista técnico, prácticamente todas muestran fondos negros o de colores planos porque lo que importa es realzar las figuras. La iluminación, emanada a veces únicamente de velas, refleja la influencia de Caravaggio y recuerda a Zurbarán, hasta el punto de que alguno de sus cuadros fue atribuido al español (como el San Jerónimo leyendo una carta, en depósito en el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales). Este tratamiento de la luz hace también que predominen los tonos marrones, rojizos y ocres.

En cuanto a las temáticas, pintó sobre aspectos religiosos, pero sin atributos sagrados: sus santos o apóstoles están humanizados hasta el punto de ser casi personas cotidianas (a este respecto, es un lujo poder ver juntos cuatro de los seis cuadros conservados de su apostolado: se pintaron para la catedral de Albi, pero tras la Revolución fueron separados). En otras ocasiones, son escenas con cuatro o cinco personajes que narran algo: desde una partida de cartas amañada hasta una riña de músicos o el robo sutil a un joven adinerado (los detalles importan: cuando vaya al museo fíjese en el juego de miradas y en los alicates de la joven que rompe la cadena de oro para llevarse el colgante).

Algunos cuadros tienen varias versiones, a veces con variaciones mínimas, como El tramposo del as de tréboles (en el Kimbell Art Museum)-El tramposo del as de diamantes (en el Louvre): la composición es la misma, pero cambian las cartas y los vestidos; al estar confrontados, podemos compararlos. Del mismo modo con el San Jerónimo penintente, o el San Jerónimo leyendo. Quien visitara en su día la exposición que hizo también el Prado sobre otro pintor francés, Jean Simeon Chardin (1699-1779), recordará este mismo método de trabajo en serie.

La exposición es una buena iniciativa para conocer este pintor francés y una forma de ver paralelismos con la pintura velazqueña y de interiores holandeses del siglo XVII: sin duda, muy adecuada para el Prado y una opción recomendable para una tarde de domingo.

Enlace al vídeo sobre la exposición

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