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Periodistas literatos: de Dostoievski a Camba y Malaparte

Obras teatrales de principios del siglo XX, Camba, Malaparte y Dostoievski

Un recorrido por la cuesta de Moyano en Madrid siempre suele reservar sorpresas: como con los bouquinistes de la orilla del Sena, la callecita que sube al Prado y al Retiro se ha convertido en un lugar de paso donde es fácil caer en tentaciones de nuevas lecturas de verano.

Puede que uno no lleve más que intención de curiosear y no le agraden del todo los manoseados libros de viejo… En un mundo digitalizado como hoy, una gran cantidad de libros está en internet, especialmente los antiguos, pero las casetas del libro de Moyano han sabido adaptarse: no compiten con las librerías de libro nuevo, tampoco con la sobreabundancia de internet, sino con la curiosidad del bibliófilo y con el hallazgo fortuito, inesperado, de lecturas reposadas.

Ha sido en uno de estos paseos donde me he topado con las ediciones de época de Los intereses creados de Jacinto Benavente y La malquerida («Drama en tres actos y en prosa, estrenado con grandioso éxito en el Teatro de la Princesa por la Compañía Guerrero-Mendoza»): no me hacían ninguna falta, la verdad, pero me ha agradado poseer uno de estos folletines coleccionables del teatro contemporáneo que hace cien años se vendían por unos céntimos (por ejemplo, en la colección «La novela teatral», a 30 céntimos el título en 1922).

No es la primera vez que compro algo así: en otro lugar encontré Los pergaminos, «juguete en tres actos» de Pedro Muñoz Seca, encuadernado con otros textos de Marcel Gervidón (sic, i. e. Gerbidon: Un negocio de oro, adaptado a la escena española) y En el pecado, la penitencia de Antonio Sabatel Alcázar («estrenado con beneplácito en el teatro de Martos, Jaén, en la noche del lunes, 24 de febrero de 1913»: puede verse un ejemplar digitalizado, dedicado por el autor, en Internet Archive).

No se puede negar un cierto placer al rescatar, más de cien años después, estos librejos, libros viejos perdidos en bibliotecas particulares que luego se venden al peso en librerías de segunda mano.

Sin embargo, ¿quiénes fueron Antonio Sabatel, Marcel Gervidón? El paso de los años los ha medioenterrado en el olvido, no así a otros con más suerte o pluma más diestra. Así, descubrir estos libros y estos autores tiene algo de arqueología, y también muestra una voluntad de no dejarse caer en las listas de libros más vendidos del momento y otras lecturas prototípicas impulsadas por las grandes editoriales.

Obra de Sabatel, en el ejemplar de la University of North Carolina (Internet Archive)

Si los escaparates de la cuesta de Moyano no nos han mostrado ningún título de interés o nuestro bolsillo no llega, desempolvemos de las bibliotecas algunos de estos libros. En mi caso, me giro hasta la mía y enlazo autores de geografías y cronologías dispares, pero unidos por un mismo género, por el sentido común y por las necesidades económicas: redescubro las crónicas y críticas literarias que Dostoievski (1821-1881) publicó en revistas como El Tiempo (Vremia), El Ciudadano (Grachdanin) y La Cuota (Skladchina), reunidas en una especie de antología titulada Diario de un escritor. Fueron escritas para sobrevivir durante un periodo de hambruna y son y no son un diario, pues a veces son solo textos circunstanciales, pero sin su experiencia periodística quizá no habríamos tenido sus novelas.

Aunque con otro estilo muy distinto, las crónicas de Dostoievski me llevan a las de otro gallego ilustre, Julio Camba (1884-1962). Camba supo hacer lo que le gustaba: recorrer el mundo escribiendo crónicas y, de paso, viviendo a todo tren. Corresponsal para diversos periódicos de principios de siglo XX en Londres, Berlín, Nueva York, etc., plasmó sus viajes en crónicas breves, directas y con mucho humor. Muchas de ellas se publicaron luego retocadas en libros como Alemania: Impresiones de un español (1916), Londres (1916), La rana viajera (1920) o La ciudad automática [= Nueva York] (1934). En Aventuras de una peseta (1923) recopila textos variopintos escritos en Italia, Reino Unido o Portugal. También las necesidades económicas le llevaron a dar a la imprenta, con retoques o sin ellos, textos ya publicados, pero ¿es que los escritores no tienen también que vivir? ¿No hay autores de hoy que, bajo distintos títulos, repiten una y otra vez las mismas ideas, si no casi el mismo texto?

Camba se ha puesto de moda desde hace poco porque el autor tiene su gracia y la merece, pero la persona que más sabe de él, antes de la biografía de Francisco Fuster y de las ediciones de Renacimiento (anteriores fueron las de Austral), es Almudena Revilla Guijarro, profesora de la Universidad Europea en Madrid, que le dedicó buena parte de su vida y tesis doctoral con Periodismo y literatura en la obra de Julio Camba (Diputación Provincial de Pontevedra, 2002).

Con la obra de Camba no ha pasado lo mismo que con la de Josep Pla (1897-1951) porque este tenía una situación económica más holgada y no dependía tanto como el gallego de los ingresos. Tampoco cayó en el olvido: escribió en catalán y siempre fue valorado, a pesar de la política, entre sus coterráneos. Si el Cuaderno gris (quadern gris) es un dietario que ha sido a la larga reivindicado por escritores de todo tipo, como la reciente Marta Riezu, sus crónicas periodísticas son las que le traen a colación aquí: si los Viajes en autobús (1942) nos muestran la Cataluña del año previo, Cartes de lluny nos resume sus viajes por la Europa Central y países nórdicos. Haría muchos viajes más: para la revista Destino escribió sobre la Nueva York de los años 50, sobre Italia (Cartas de Italia) y sobre las Ciudades del mar (Mediterráneo). Leer a Pla es una dedicación grande, pues escribió realmente muchas páginas…

El último autor traído a la palestra es Curzio Malaparte (1898-1957), que en realidad se llamaba Kurt Erich Suckert por sus padres italo-alemanes. Fue una figura controvertida, su vida pasó por un cierto apego al fascismo y luego al comunismo, pero tuvo en común con Camba el gusto por la buena vida.

Si bien sus obras más conocidas son las que escribió durante la Segunda Guerra Mundial (Kaputt, 1944, y La piel, 1949), mi sorpresa han sido las crónicas hechas para distintos periódicos, como Il Corriere della Sera. Bajo el pseudónimo de Cándido nos cuenta, en L’inglese in paradiso (1960), sus vivencias por la Inglaterra de preguerra (1932-1935), y en sus Picotazos (Due anni di battibecco, 1955), finalizados en Forte dei Marmi (un bonito lugar bajo las Cinque Terre), una variada prosa sobre política, sociedad y vida cotidiana de la Italia y Europa de posguerra, porque lo mismo las escribía en Fráncfort que a orillas del lago Constanza o del lago suizo de Sankt Moritz.

En los libros hay tantas vivencias como autores. Pero si alguien prefiere la realidad, no deje de ver otros recorridos culturales como los recomendados en años anteriores: el norte de España o el sur tienen también mucho que ofrecer.

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