El pasado 12 de Febrero, la Canciller alemana Angela Merkel y el Presidente François Hollande lograron en Minsk (Bielorrusia) que el presidente de Ucrania, Petró Poroshenko y Vladimir Putin acordaran el inicio de un alto el fuego que empezó el domingo. En general, tanto los rebeldes prorrusos como las fuerzas leales a Kiev, están cumpliendo con el cese de la violencia, sin embargo, esta ya es la segunda vez que ambas partes llegan a un acuerdo similar, que acaba quebrándose para dar paso a las hostilidades.
Vladimir Putin no cede ante las sanciones económicas que están resquebrajando la economía rusa. Tampoco se deja impresionar por el creciente asilamiento internacional al que se está viendo sometido. El líder de la Federación Rusa tiene claro que el no inició la guerra en Ucrania, sino que se vio obligado a responder ante una amenaza que provenía de Occidente, para defender sus fronteras y a sus ciudadanos, y es el discurso falaz detrás del que se escuda.
Desde la Unión Europea (UE), y desde Ucrania, no comparten esta visión de los hechos, lo que hace imposible llegar a un acuerdo de reparto de responsabilidades y casi inviable la protección de los civiles que se encuentran en “las áreas en disputa”.
Como Merkel y Hollande son conscientes de que el espíritu imperialista y egocéntrico de Putin le impide reconocer las atrocidades a las que ha sometido y está sometiendo a Ucrania (país desorientado, sin liderazgo y sin una posición clara respecto de los acontecimientos) y saben de la inestabilidad política, social y económica de la vecina Ucrania, han decidido poner sobre la mesa los pasos que conduzcan a una progresiva instauración de la paz en la frontera entre Ucrania y Rusia, que pueda devolver a Kiev la soberanía y los derechos perdidos y a la UE la estabilidad comercial, energética y geopolítica que tan falta le hace en tiempos de anemia económica.
Pero no solo la UE y Ucrania se verán beneficiadas si este acuerdo de alto el fuego progresa. La caída del precio del crudo en más de un 40%, ha hecho que Rusia deje de ingresar entre 90.000 millones y 100.000 millones de dólares (entre 72.000 y 80.000 de euros), según cifras divulgadas por el ministro de Finanzas, Antón Siluánov, a finales del año pasado en Moscú. Las sanciones económicas, por su parte, han supuesto pérdidas de unos 40.000 millones de dólares (32.000 millones de euros). El control y el abastecimiento armamentístico de las zonas de conflicto, es también un agujero en el bolsillo de las arcas públicas rusas.
Por ello, la materialización del cese de las hostilidades como punto de partida para la construcción de la paz entre Ucrania y Rusia -si es tomada en serio esta vez por ambas partes (sobre todo por Putin, que debería asumir la realidad de una vez por todas y dejar de combatir en un mundo que ya no existe)- traerá a Moscú estabilidad económica en tiempos de caída en el precio del curdo, recuperará la confianza del Viejo Continente (desde donde se adquiere la mayor parte del gas que Rusia produce) y podrá ofrecerle a sus ciudadanos una actuación legal de acuerdo a los estándares de derechos humanos y respeto de las fronteras que parecía, ya se habían interiorizado, al menos, en el continente europeo.