Manuel Astur firma una primera novela decepcionante ambientada en la década de los noventa con el grunge de fondo y con un tema tan trillado como la adolescencia.
Más o menos por la época en que transcurre Quince días para acabar con el mundo Ray Loriga publicaba una novela titulada Héroes que supuso en un principio un éxito de crítica y público pero que más tarde se diluyó en eso que ahora se da en llamar hype. Con una temática muy parecida pero cosa de veinte años después Manuel Astur comete los mismos errores o incluso más y menos disculpables que cometió Loriga en aquella novela que al poco se reveló como lo que entonces se llamaba bluff. Digo que los fallos de Astur son menos disculpables que los de Loriga porque mientras el segundo, pese a su vacuidad y artificio realizó una novela bastante rompedora en la forma para el momento, Astur se queda en un decepcionante «quiero y no puedo», y lo que es todavía peor, en un libro demasiado pagado de sí mismo para el plano resultado final.
Quince días para acabar con el mundo no comienza mal y durante unas pocas primeras páginas tienes la sensación de que te encuentras ante un buen libro. El paisaje en un pueblo aislado cercano a Oviedo, la angustia existencial propia de la adolescencia, la acertada ambientación de la época y sobre todo la presentación del personaje de la hermana por medio de su diario resultan más que correctas y prometen o hacen intuir el deleite una vez la cosa avance. Y ese es precisamente uno de los problemas; que la cosa no avanza y se va tornando terriblemente repetitiva. Con todo esa reiteración no es ni el único ni el mayor de los inconvenientes. La prosa de Astur comienza a hacer aguas por todas partes, tanto que a menudo cuesta seguir el hilo de lo que intenta narrar por culpa de la dejadez y el descuido con la que parece escribir sobre todo cuando utiliza la tercera persona o la voz de un narrador omnisciente. El autor que parece tan solo centrado en la pretendidamente ingeniosa estructura del libro puebla este de frases mal construidas, párrafos que de pronto pierden el hilo o la continuidad, metáforas o adjetivos sonrojantes y coloquialismos fuera de lugar entre otras perlas demasiado y desgraciadamente graves.
Aunque Quince días para acabar con el mundo remonta bastante en su tramo final el resultado total de la obra se podría calificar como un auténtico despropósito. La trama se pasea durante su mayor parte en una serie de tópicos trillados sobre la adolescencia y en un terreno baldío casi ridículo que jamás llega a alcanzar un mínimo grado de emoción o pulsión narrativa en ninguna de sus formas. El diseño de las dos historias paralelas, o mejor dicho, en opuesta trayectoria queda como un armazón demasiado débil y falso que se desmorona de inmediato. Me duele decir esto, pero para terminar de rematarlo la edición de Principal de los Libros es terrible, el libro está repleto de erratas y faltas de ortografía tremendas, algo que me parece inaceptable por parte de la editorial y del autor que parecen no haberse esmerado lo más mínimo en realizar una corrección decente. También me parece increíble que con lo muy recomendado que ha sido este libro y su autor en la mayoría de medios patrios nadie se haya atrevido o haya querido resaltar este último hecho. En definitiva todas estas cosas hacen que Quince días para acabar con el mundo se convierta en una lectura que requiere una fe ciega por parte del lector para poder terminarla.