Decía Joanna Russ en Cómo acabar con la escritura de las mujeres (Editorial Dos Bigotes) que solo en los márgenes se puede crecer. Y esta afirmación ha llegado a mi mente mientras leía el nuevo y esperado libro de Rebecca Solnit, que, como en el resto de su obra, enfoca su discurso hacia las sombras de la sociedad, a ese lugar donde la existencia se desdibuja, en los márgenes, donde «la invisibilidad permite la atrocidad».
De la mano de la editorial Lumen, llega a España Recuerdos de mi inexistencia, el primer memoir de una de las voces más importantes del feminismo a nivel internacional. Y es que desde aquel ensayo, Los hombres me explican cosas (Editorial Capitán Swing), que nos sirvió para acuñar el término de ese mansplaining que todas hemos sufrido, la voz de Rebecca Solnit ha encontrado una centralidad que no siempre fue fácil habitar. Es este libro, sin duda, la clave para entender el conjunto de la obra de la autora, pero, sobre todo es la historia de una escritora que quiso «casar la poética de lo que deseaba con la política de por qué tenía dificultades para conseguirlo». De mente lírica, Solnit entrelaza en este libro sus vivencias con los temas de cabecera de sus celebrados ensayos: el feminismo, el arte y el medio ambiente.
«[…] la mesa a la que estoy sentada me la regaló una mujer a quien un hombre intentó asesinar, y me parece que es hora de contar lo que significó para mí crecer en una sociedad en la que mucha gente prefería que personas como yo estuvieran muertas o calladas, y de qué forma conseguí una voz y cómo al final llegó el momento de utilizarla […] para tratar de contar las historias que habían quedado sin contar».
Desde la fotografía de portada donde se puede ver a una joven Rebecca Solnit de espaldas, mimetizándose con su sombra en un acto de desaparición, la autora nos muestra en fragmentos perfectamente hilvanados de su vida cómo la carga diaria de la feminidad puede reducir a la mujer a una identidad mínima centrada más en la supervivencia que en la vivencia.
«En su aspecto más brutalmente convencional, la feminidad es un acto de desaparición constante, una eliminación y un silenciamiento para dejar más espacio a los hombres, un espacio en que nuestra existencia se considera hostil y nuestra inexistencia, una forma de gentil sumisión».

Son crudos los primeros capítulos de Recuerdos de mi inexistencia, pero, como ya nos tiene acostumbradas en sus ensayos, de la crudeza Solnit siempre extrae un mensaje de esperanza; sus textos invitan amablemente a quien los lea a una movilización optimista e inconformista. E, incluso en estas páginas, donde aparece el yo de Solnit con más fuerza que en sus ensayos, la autora no se olvida de quienes todavía buscan esa voz tan importante para cuestionar al statu quo y para desviar la centralidad cada vez más hacia los márgenes.
Pero, ¿cómo encontrar la propia voz? ¿Cómo hacerse escuchar? Rebecca Solnit nos cuenta en este libro su experiencia desde su inexistente existencia hasta el momento en el que consiguió lo que ella considera fundamental para descubrirse ante los demás: audibilidad, credibilidad y relevancia.
Nos descubre la autora estras tres claves que considera que debemos perseguir para que nuestro discurso sea escuchado, pero no nos deja solas en esa búsqueda, sino que nos recuerda que su voz, aunque afortunadamente en el centro, va a seguir al servicio del activismo periférico. Es gracias al préstamo de voces como la de Solnit que hoy muchas podemos sentir cómo el nudo en nuestras gargantas desaparece lenta, pero inexorablemente.
Termino Recuerdos de mi inexistencia con la sensación de encontrarme ante una Rebecca Solnit cómoda y liberada en una de las mejores versiones de su escritura elástica, en constante expansión y contracción. Atomiza Solnit la realidad para volver a recomponerla en una materia discursiva sólida y contundente; la no ficción preferida de la autora.
«La mejor no ficción es un acto de recomponer el mundo, o de romper una pieza de él para averiguar qué se oculta bajo las suposiciones y los convencionalismos, y en ese sentido la creación y la destrucción pueden ser análogas».