La Semana Santa, como bien dice su nombre, es una semana en la cual la iglesia católica se dedica a recordar la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Y aunque se celebra en toda España, no en todas las comunidades autónomas es igual. Por excelencia, la más conocida a nivel internacional es la andaluza. Dicen que hay que vivirla, por lo menos, una vez en la vida, así que esta última semana de Cuaresma cambié Madrid por Málaga.
Y vaya si es diferente. Empezando porque no son pasos de Semana Santa, sino tronos, y terminando por la gran cantidad de personas que encontramos en las calles malagueñas durante toda la semana. Una se plantea qué hace tan diferente la celebración de una misma fiesta católica dependiendo de la zona en la que nos encontremos.
Hay muchas cosas que en Madrid nunca había visto, y que desde la televisión pasan desapercibidas: los niños pequeños hacen una bolita de papel de plata, y la agarran a un palo; cuando pasan los nazarenos les piden la cera que va cayendo de sus velas, y ponen su bolita debajo de la vela para que le caigan las gotas. Con el paso de los días y las Semanas Santas consiguen que su bola de cera crezca y crezca, hasta alcanzar tamaños bastante considerables. Otra curiosidad es que los momentos más bonitos de las procesiones, como cuando bailan a los tronos o se encuentran dos cofradías diferentes, no se dan en el recorrido oficial (parte del recorrido por el que desfilan todos los tronos), sino en el resto de las calles, como en la Tribuna de los Pobres, que simplemente son unas escaleras donde la gente llega a esperar todo un día a que pasen los tronos. Y cuidado con llamar paso a las estructuras donde van colocadas las figuras; un malagueño las lleva en tronos porque las vírgenes y los cristos son reyes y, como toda persona de la realeza, se sientan en tronos.
Pero si hay algo que se lleva la medalla de oro es el contraste de edades que encontramos entre Málaga y otras provincias durante la semana festiva.
Muchos jóvenes recorren las calles malagueñas en dicha semana, no sólo para ver las procesiones sino para participar en ellas, ya sea como hombres del trono o nazarenos. Mientras en otras provincias encontramos mayoritariamente personas de mediana edad en adelante, en Málaga son los adolescentes los más partidarios de llevar a cabo esta celebración, dándole un aire completamente diferente que, unido a la pasión y devoción que impregna el ambiente, nos da una de las bases que marca la diferencia con la Semana Santa de otras comunidades.
Entonces esto nos haría pensar que un chico de veinte años que se mete bajo los varales de la Virgen de la Esperanza, que pesa 5.500 kilos, durante más de ocho horas, lo hace por devoción y creencia cristiana. Porque si no, ¿qué sentido tiene que alguien se meta semejante paliza? ¿Qué sentido tiene que una joven camine vestida de nazareno durante catorce horas alzando una vela con un incómodo capirote que sólo enseña sus ojos si no es creyente?
¿Por qué cofradías tan famosas en Málaga como Crucifixión, Fusionada o Archicofradía de la Esperanza están formadas por más jóvenes que adultos siendo esta nueva generación más recelosa a creer en la religión?
Esto nos hace plantearnos si la tradición familiar es tan fuerte como para transmitir de generación en generación los sentimientos hacia diferentes imágenes religiosas y la pasión por vivir la Semana Santa desde dentro, sin transmitir a su vez el sentimiento religioso que para sus antepasados conllevaba. Preguntamos por qué participan en la Semana Santa a algunos de estos jóvenes cofrades que siguen la tradición familiar, y lo primero que aclaran es que en muchos casos no es por creencia religiosa: “Porque mi padre sacaba el trono”, “Porque toda mi familia participa en la cofradía”, “Porque heredé el puesto de mi madre”, “Por tradición familiar, por ver a mis abuelos emocionados”.
Pero luego te encuentras con que muchas veces ni siquiera es una tradición heredada de la familia, simplemente han crecido con ello, asistiendo cada año a las procesiones solo porque viven en Málaga, haciendo bolas con la cera para divertirse, esperando en primera fila horas y horas a que pase el trono que alguien de su familia o grupo de amigos quiere ver… Y al final le gusta, se deja llevar, acepta el sentimiento que tantos otros comparten solo porque es algo que también puede pertenecerle, algo de su ciudad, algo que les hace diferentes y les une, algo de lo que estar orgulloso.
La Semana Santa se ha convertido en algo tan típico de Málaga, en algo que los malagueños llevan tan en el fondo, que lo viven a diario y lo disfrutan cada año como si fuese la primera vez, ya sea por tradición familiar, por devoción o simplemente porque has crecido con ello y te ha ido gustando con el paso de los años.
Si lo vives desde fuera, cuesta comprender por qué si hay posibilidades de lluvia los malagueños miran la predicción meteorológica cada media hora, rezando porque haga viento y no llueva, por qué lloran si no puede salir una procesión por la lluvia y maldicen si solo chispea en vez de caer el diluvio universal, por qué salen durante horas y horas de penitentes si no creen en la Biblia… Pero cuando lo vives desde dentro, entiendes por qué se mira al cielo con miedo, por qué se llora y maldice y por qué vale la pena el dolor de pies, hombros y espalda. La sensación de pertenecer a algo tan grande, de saber que una persona está esperando en la calle todo el día para verte, de enseñar a los demás las cosas tan maravillosas que tiene Málaga, hace que todo valga la pena.
Las cofradías empiezan a prepararlo todo meses antes, y detrás de un solo día de procesión hay cientos de horas donde se limpian las túnicas, se reparten los puestos de nazarenos y se preparan las imágenes; algunos hombres del trono practican debajo de tronos improvisados mientras que otros se lanzan a la aventura el día de la procesión; los penitentes que participan en la señalada fecha van tachando en sus calendarios los días y salen a las calles para recibir la Semana Santa cuando comienzan los días de traslados y procesiones no oficiales. Y cuando llega el gran día, la emoción se niega a moverse del estómago de todos lo que van a pisar las calles con sus túnicas puestas, las iglesias se abarrotan de gente: dentro todos los componentes de la cofradía, fuera los miles de devotos que esperan con ansia la salida de los tronos… y la sensación de un pueblo unido por su tradición se palpa en el ambiente, contagiando hasta al último malagueño que espera el inicio de la música y la salida de la cruz guía, que marca el inicio de la procesión.
No hace falta ser creyente para contagiarse por ese espíritu que recorre Málaga durante más de los siete días reglamentarios, solo es necesario tener ganas de disfrutar y estar dispuesto a dejarte llevar por el momento.
Cada persona que lea este artículo pensará “la Semana Santa de mi ciudad es la mejor”, y estoy de acuerdo con ello. Para los granadinos, su Semana Santa es la mejor, para los sevillanos no hay Semana Santa como la suya, para los riojanos, madrileños, malagueños… la Semana Santa de su localidad es la mejor, y no se puede discutir contra ello, porque todas son diferentes; y el sentimiento que alberga cada persona por su Semana Santa no lo va a albergar por otra, digan lo que digan los demás.
Gracias a Rocío y Marina, Rosa Caro García, José Núñez Gutiérrez y José Carpena por enseñarme desde dentro la Semana Santa de Málaga.