Gloria Fuertes nació en Lavapiés, un barrio humilde del centro de Madrid, en 1917. A los cinco años ya escribía e ilustraba sus propios cuentos y a los catorce dejó la escuela, no sin antes haber sido expulsada de tres colegios por replicar a sus profesores. Posteriormente, trabajó como contable en una oficina y, con el tiempo, consiguió ver sus primeros libros de poesía publicados, mientras frecuentaba recitales en su ciudad. De hecho, sus primeros recuerdos conservan forma de poema y podemos rastrear sus huellas en «Nota autobiográfica», «Desde siempre» y «Autobio».
Su vida está marcada por la guerra: perdió dos de sus parejas en ella y en «Desde entonces no sé lo que me digo» y en «Menudo menú» recuerda el hambre pasada. Aboga por la paz, por la justicia y afirma ser poeta (que no poetisa), mientras se rebela contra lo que se debe hacer («Es obligatorio…»). Defiende los derechos que les niegan a las mujeres («No dejan escribir») y apuesta por el amor por encima de todo («Te vi», «Ya ves qué tontería» o «Nunca terminaré de amarte»). Por los niños, juguetea con versos, como si de una maga buena se tratara, en los que son frecuentes las aliteraciones y onomatopeyas; esa vertiente lúdica, que ofrece a los más pequeños, también nos hace disfrutar a los mayores.
En esta colorida edición, titulada Me crece la barba y publicada por Reservoir Books, redescubrimos a la inolvidable Gloria: alegre y crítica, acertada en sus juicios, sensible y valiente, luchadora y feminista. Su poesía nos obliga a hacer un recorrido por el siglo pasado: con sus miserias, sus abusos, sus silencios y su falta de libertades, evidenciándolo y obligándonos a reflexionar: Me gusta, / divertir a la gente haciéndola pensar.
Un afamado periodista y escritor ha manifestado que no debiéramos recordarla, dudando de su enorme valía, y yo me pregunto cómo no hacerlo si es una obligación. Gloria fue y es necesaria, igual que lo es su reconocimiento y cada una de sus obras. Ella supo rodearse de versos, logró hacer belleza de lo cotidiano, poesía de la penuria y, mal que nos pese, algunos seguirán infravalorándola. Pero ella, Gloria Fuertes, lo sabía: Sale caro señores ser poeta.