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Turquía-Armenia: cien años de heridas abiertas

La conmemoración del centenario de las deportaciones masivas de armenios del Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial ha reabierto el debate histórico sobre si lo ocurrido fue un genocidio. Varios países europeos reivindican a Turquía que reconozca las intenciones genocidas de aquellas expulsiones y matanzas, lo cual ha tensado las relaciones entre Ankara y Europa.

Niños armenios refugiados en Atenas - Wikipedia CommonsEl pueblo armenio no puede olvidar los trágicos hechos que se desencadenaron a partir del 24 de abril de 1915. En plena Primera Guerra Mundial, las autoridades del Imperio Otomano realizaron detenciones masivas de ciudadanos e intelectuales armenios en Estambul, obligándoles a atravesar el desierto sirio sin alimentos ni agua. Estas prácticas pronto se convirtieron en una política sistemática de deportación de la comunidad armenia del Imperio Otomano. Ahora, cuando se cumplen cien años de aquellos sucesos, Armenia sigue reivindicando que se reconozca que se trató de un genocidio, y cifra las víctimas mortales en 1,5 millones de personas hasta 1923.

Turquía, país heredero de aquel Imperio que perpetró las expulsiones, ha ido suavizando sus declaraciones al respecto, llegando a reconocer la “tragedia” vivida por el pueblo armenio durante la Primera Guerra Mundial. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha lamentado públicamente los hechos en varias ocasiones, pero insiste en que no se pueden tildar de genocidio. Erdogan asegura que no hay ninguna evidencia de que se tratara de un exterminio planificado, y argumenta que las deportaciones fueron actos de represión en respuesta a los continuos levantamientos de nacionalistas armenios.

Entre la población turca existen evidentes discrepancias con la versión oficial. El día de la conmemoración del centenario se reunieron en Estambul cientos de manifestantes para exigir al Gobierno que reconozca el genocidio, y entre ellos se encontraban algunos intelectuales como el escritor turco Roni Margulies, que asegura que “mientras el Estado niegue lo que pasó, está abierto a hacerlo de nuevo”.

Los historiadores internacionales, por su parte, se encuentran divididos con respecto a este tema. Por un lado, algunos defienden que la deportación de armenios no se puede considerar genocidio. Sus argumentos se basan en que algunas comunidades armenias fueron eximidas de las expulsiones, además de que las autoridades otomanas ofrecieron, en muchos casos, protección a los deportados para que no se cometieran abusos contra ellos en el largo camino por el desierto. Pero el principal sustento de las ideas contrarias al genocidio es que no existen documentos que prueben de forma fehaciente la voluntad otomana de eliminar al pueblo armenio. Por otra parte encontramos a los historiadores que defienden la tesis de que el Imperio Otomano cometió una limpieza étnica, entre los que destaca el turco Taner Akçam, que afirma que las intenciones genocidas del Imperio se reflejan en los archivos de los juicios militares que tuvieron lugar en Estambul tras la victoria aliada en 1919; en ellos, las deportaciones de armenios fueron un tema central, tal y como asegura Akçam.

Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía - Wikipedia CommonsEn medio del debate, el Gobierno de Erdogan trata de atajar las protestas acercándose al pueblo armenio y evitando la represión que aplicaba hasta ahora basándose en el artículo 305 del código penal, que permite condenar a todo aquel que haga referencia al genocidio, ya que se considera un “insulto a la nación”. El 24 de abril el ministro turco de Asuntos Europeos, Volkan Bozkir, asistía a la misa que el Patriarcado Armenio de Estambul celebrada en memoria de los compatriotas muertos durante la Primera Guerra Mundial. Es la primera vez, desde que sucedieron los hechos, que un representante del Gobierno de Turquía asiste a un acto de homenaje a las víctimas armenias. Sin embargo, desde Ankara no están dispuestos a hablar de genocidio bajo ningún concepto, y han respondido de forma tajante a todo aquel que ha utilizado ese término.

La primera víctima de la hostilidad turca ha sido el Papa Francisco, al que el presidente Erdogan acusó de decir “estupideces” tras el sermón en el que el Pontífice describió las deportaciones de armenios como el primer genocidio del siglo XX. Al Papa se han unido otras muchas autoridades y organizaciones, como es el caso del Parlamento Europeo, que ha instado a Turquía a reconocer el exterminio sistemático del pueblo armenio. Además, 23 países de todo el mundo ya han reconocido el genocidio. Los últimos en sumarse a la lista han sido Alemania y Austria, cuyo paso hacia delante es muy importante para este debate internacional, pues ambos países formaron parte del Imperio Austro-húngaro, aliado del Otomano durante la Primera Guerra Mundial. En Alemania, el presidente del Parlamento, Norbert Lammert, ha hablado por primera vez de genocidio al referirse a los hechos durante un acto conmemorativo a las víctimas, y ha reconocido la corresponsabilidad alemana. En Austria, por su parte, las seis formaciones con representación parlamentaria han publicado un comunicado oficial condenando el genocidio armenio y reconociendo también su responsabilidad histórica en aquellos hechos. Sin duda, todas esas reivindicaciones internacionales de los últimos meses han supuesto un duro golpe para Ankara, que hasta ahora se había beneficiado del silencio internacional.

Otros países han evitado reconocer el genocidio para no dañar sus relaciones con Turquía. Es el caso de España, cuyos eurodiputados, curiosamente, votaron a favor de la propuesta del Parlamento Europeo para exigir responsabilidades a Ankara por el genocidio. Estados Unidos también se ha mantenido al margen del debate. La comunidad armenia esperaba que Barack Obama presionara a Erdogan para que cambiara su postura, pero la potencia norteamericana sigue sin hablar de genocidio. Otro caso de benevolencia hacia Turquía es el de Israel, que a pesar de las pésimas relaciones con Ankara, mantiene la postura oficial contraria a reconocer el genocidio; sin embargo, el presidente israelí, Reuven Rivlin, siempre ha defendido personalmente que los armenios fueron víctimas de una limpieza étnica, y en una reunión con los principales líderes políticos y espirituales armenios afirmó que aquella masacre supuso “el primer asesinato en masa moderno”. No obstante, reconocer oficialmente el genocidio podría ser contraproducente para Israel, pues son muchas las voces que también califican de limpieza étnica las deportaciones de millones de palestinos sobre cuyos territorios se erigió el Estado israelí.

Lo cierto es que Turquía tiene motivos para resistirse a ceder a las presiones internacionales, pues reconocer el genocidio supondría tener que hacer frente a responsabilidades legales y económicas, ya que se trata de un delito que no prescribe. Además, en la sociedad turca existe una profunda división que también condiciona las acciones del Gobierno: según una encuesta del Centro de Estudios de Economía y Política Exterior de Turquía (EDAM), el 9,1% de los turcos considera el caso como un genocidio y cree que se debería ofrecer una disculpa, un porcentaje pequeño pero que no ha parado de crecer en los últimos años. Sin embargo, la mayoría de los turcos, un 23,5% cree que se debe expresar dolor por todos los muertos de aquellos trágicos años, no solamente por los armenios, lo cual indica que consideran las deportaciones armenias como un acto de guerra más.

En 1948 la Organización de Naciones Unidas estableció como genocidio “todo acto perpretrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Ahora los países de todo el mundo debaten si las intenciones del Imperio Otomano en las deportaciones armenias tenían que ver con esos actos de exterminio definidos por la ONU. Pero no se trata de buscar culpables o encontrar el término adecuado para definir un hecho histórico; se trata de aceptar conjuntamente el pasado para poder cerrar las heridas y mirar hacia delante.

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