Revista Digital

Una emotiva danza

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Fuente: La Perla 29

El encantador espacio de la Biblioteca de Catalunya, escenario habitual de la compañía La Perla 29, ubica al público a dos bandas para presentarle los recuerdos que Michael Mundy guarda del verano de 1936 en el pueblecito irlandés de Bally Beg, donde vivía con su madre y sus cuatro tías. El maravilloso texto de Brian Friel, traducido con acierto por el director del montaje, Ferran Utzet, propone un flashback continuo. Entre los monólogos del presente donde el Michael adulto avanza al público lo que verá a continuación, el espectador se mete en la cabeza de ese hombre y es testigo de sus últimos recuerdos en los que aparecía toda la familia unida, los recuerdos previos a la debacle.

Aquel verano, los acontecimientos que retuvo especialmente fueron el retorno de su tío Jack, que llevaba veinte años como misionero en África cuidando leprosos, y las visitas de su padre, Gerry Evans, trotamundos tarambana que aparecía una vez cada muchos meses y que aquel verano anunció que se iba a España con las Brigadas Internacionales por un ideal por el que valía la pena luchar, la democracia y la libertad, el apoyo a un gobierno legítimo, como el del Frente Popular en nuestra Segunda República.

Se aprecia el contrapunto masculino de la obra y el buen trabajo de los tres intérpretes: Albert Triola como Michael, quien pasa del adulto al niño que fue en varias ocasiones, de manera verosímil, tierno como niño, frágil como hombre; Ramon Vila como Jack, encarnando bien ese retorno paulatino físico y mental del misionero; y Òscar Muñoz como Gerry, al que tiñe de exagerada ligereza y optimismo, capaz de considerar un buen negocio la venta de gramófonos cuando las radios están ya en la mayoría de casas.

A pesar de ello, es indudable que el peso de la pieza, tanto de la historia como de la puesta en escena, recae en las cinco hermanas Mundy, todas solteras, huérfanas, de entre 30 y 40 años, y que se mantienen gracias al sueldo de la mayor, Kate, maestra en la escuela parroquial del pueblo, y a los guantes que tejen y venden desde casa Agnes y Rosie, quien sufre una leve disminución psíquica. Las dos restantes, Maggie y Chris –la madre de Michael− se encargan de las tareas del hogar.

Porque el tercer acontecimiento que Michael recuerda con especial nitidez de aquel verano es cómo bailaban enloquecidas su madre y sus tías alrededor de Marconi, la radio que habían comprado y que siempre se estropeaba, en un intento de huir de ese ambiente asfixiante, demasiado condicionado por las apariencias, por el qué dirán, por la moral cristiana que impone Kate en la casa. Pequeños momentos de libertad infinita, de despreocupación, de felicidad arrebatadora en los que nada importa salvo bailar agarrándose de las manos y llenando toda la escena. En estos fragmentos se aprecia la labor de asesoramiento en movimiento de Marta Filella y en danza irlandesa de Betlem Burcet.

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Fuente: Teatre Barcelona

El elenco que encarna a las hermanas es de primera línea y aporta con sus interpretaciones, bien dirigidas por Utzet, una personalidad clara a cada una y una verdad estremecedora a la obra. Mónica López es esa hermana mayor sabelotodo y mandona que, a pesar de su aparente rigidez y seguridad, guarda toda clase de miedos; Marta Marco presenta una Maggie risueña y despreocupada con un fondo de infelicidad angustiante contra el que lucha y al que trata de vencer con sus ocurrencias chistosas y su buena cara; Nora Navas, como Agnes, lleva en la cara impreso el dolor de quien ama en silencio a quien no debiera; Carlota Olcina presenta una Chris que intenta aferrarse a su juventud, a sus ganas de enamorarse, de reír, de bailar…; y, finalmente, Màrcia Cisteró da vida a una Rosie en la que se advierte desde el primer momento en que entra a escena su diferencia, su mirada ligeramente extraviada, su risa impúdica, sus maneras especiales…

Todas ellas conforman un marco familiar que rebosa una emotiva complicidad y se complementa con los tres elementos masculinos del reparto que, cuando aparecen, varían la atmósfera de la casa y trasladan el foco de atención del espectador. La propuesta de dirección apuesta por un costumbrismo moderno y por basar el montaje en remarcar la nostalgia del pasado, que se incrementa en el momento en que el público conoce el destino de aquellos personajes con los que empatiza. Porque Ferran Utzet maneja el tiempo escénico y el ritmo con tanta gracia que el espectador se sumerge en el torbellino emocional de la obra, que pasa de una escena eufórica a una rabiosamente desesperada en cuestión de segundos. El director cierra con este montaje una trilogía irlandesa firmada por Friel y producida por La Perla 29, que inició en 2011 con La Presa, a la que le siguió en 2014 Traduccions/Translations.

Más allá de la delicada dirección y la magnífica interpretación, también merecen una mención la creación del espacio, tanto por la escenografía –de Sebastià Brosa y Elisenda Pérez− como por el diseño de iluminación y sonido –de Guillem Gelabert y Damien Bazin, respectivamente−. Todo acompaña la propuesta nostálgica, desde la música hasta los tonos cálidos de los focos que crean los ambientes, como si se observara una fotografía en sepia y en movimiento. El salón, la cocina y el jardincito frontales, que los espectadores ven siempre de perfil por su colocación, son todo el mundo en el que se encierra la acción que, si bien también la hay en la extraescena, no está al alcance de Michael y, por tanto, tampoco del espectador voyeur de sus recuerdos.

La danza con la que Utzet cierra la pieza, la danza propiamente de agosto, termina de estremecer y despertar la ternura del espectador, que va reconociendo cada secuencia del baile, perfectamente a tempo. Una vez vista la función, no resulta extraño que se considerara uno de los platos fuertes de la temporada teatral barcelonesa de este año, y que estará en cartel aún hasta el ocho de mayo, tras haber prorrogado una semana más en la Biblioteca de Catalunya.

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Fuente: Teatre Barcelona

 

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