«Las cosas no son lo que parecen. Nunca confíes en las cosas»
Los Iremonger son una familia peculiar. Es una afirmación, me diréis, que puede hacerse de la mayoría de las familias. Pero qué pasaría si os digo que se ha montado toda una crisis de Estado Iremonger porque la tía Rosamud acaba de perder su picaporte de latón, su objeto de nacimiento, o que la abuela Iremonger nunca ha salido de su habitación porque no puede separarse de la repisa de su chimenea—sí, todos los Iremonger tienen objetos de nacimiento—. Y si, además, os cuento que esta familia vive en Heap House, una mansión hecha de pedazos de otros lugares y asentada sobre la montaña de basura de Londres que hizo rico al fundador Iremonger, puede que la canción que vuestra tía canta después de beberse dos copas de mistela os parezca la cosa menos peculiar de cuantas peculiaridades puedan haber.
Os ha picado el gusanillo, ¿verdad? Pues os diré que la historia de la familia Iremonger, escrita e ilustrada por Edward Carey, está siendo publicada en España por Blackie Books, que, sin dejarnos recuperarnos de la fiebre Blackwater, ya está publicando la que, os aseguro, será vuestra nueva adicción. Aquí os voy a hablar del primer volumen de la trilogía, La caída de Heap House, pero ya está a la venta el segundo, por si pensáis que no podréis parar de leer.
Nos acompañan en esta historia sus dos protagonistas: los jóvenes Clod Iremonger y Lucy Pennant. El primero es el nieto del cabeza de familia de Heap House. Es un joven sensible y enfermizo con muy poca popularidad entre los suyos, pero que tiene un don único: los objetos le susurran cosas. La segunda es Lucy Pennant, una joven que llegará a servir en la mansión desde más allá de los cúmulos, las montañas de basura que rodean la casa. Pero Lucy no es como el resto de sirvientas y su llegada hará temblar los cimientos de Heap House.
Es delicada, primorosa y pormenorizada la forma en que el autor nos introduce en las vidas de Clod y Lucy. Poco a poco, colocándonos en la mirada inocente de los dos protagonistas, nos descubre los rincones de Heap House y los secretos que guarda, que son más de los que podría imaginarse. Además, mientras acompañamos a los dos jóvenes, descubriremos que esta gran mansión, un espacio compuesto de otros espacios, es algo más que un lugar. La casa se revelará como un personaje más, como un gigante vivo, guardián de esa masa aglutinante llamada Iremonger.
Tener los dos puntos de vista de Clod y Lucy me ha parecido un acierto, pues, por un lado, él es un personaje marginal, pero dentro de la cúspide Iremonger; y, por otro lado, está ella, que viene de fuera, de más allá de los cúmulos. Clod es un adolescente que ha asimilado desde la más tierna infancia el funcionamiento de esta misteriosa y extravagante familia, mientras que Lucy es como nosotros, los lectores, una persona ajena que llega a un lugar extraño por su aspecto, pero también por su funcionamiento, un lugar que no se puede mirar más que con incredulidad e, incluso, mofa, pues todo es grotesco y absurdo. El humor afilado Carey afianza lo cómico de la situación.
Sin embargo, gradualmente, y casi sin que nos demos cuenta, lo cotidiano y lo hilarante se transformará en situaciones cada vez más extrañas y en un ambiente más y más abrumador y opresivo. Terminaréis la lectura en el mismo estado que sus protagonistas: atribulados y temerosos, acechados por demasiados frentes y, creo que Lucy y Clod estarán de acuerdo conmigo, deseando vislumbrar cómo se va a solucionar la situación. Pero, para eso, tendremos que adentrarnos en la segunda entrega de esta trilogía, La caída de Foulsham, que ha sido publicada recientemente por Blackie Books. ¿Qué les deparará a los habitantes de Heap House en esta próxima entrega?