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«Limbo», la poética levedad del ser

Agustín Fernández Mallo vuelve a reformular los estancados códigos de la literatura actual en una novela excelente y visionaria en la que el desapego de su prosa le conduce a una poética inusual y hermosa.

limboLimbo, editado por Alfaguara, es el primer libro que leo de Agustín Fernández Mallo, un escritor del que había leído algún poema suelto y varios artículos o entradas de su blog y que tenía muchas ganas de leer debido, no voy a negarlo, al enorme ruido mediático que su figura levanta ya sea a favor o en contra. Desde tomadura de pelo hasta obra maestra he llegado a ver catalogada su obra, hecho que para mí significa que estamos ante un autor que no deja indiferente a nadie y que ya solo por esta razón debo leer. Una vez terminado Limbo y habiéndome sumergido en el peculiar universo de Fernández Mallo puedo decir que es fácil comprender las fobias y filias que su escritura despierta, pero que negar la evidencia de la brutal calidad literaria y el arriesgado paso al frente de su propuesta me resulta incomprensible o malintencionado.

Limbo es un excelente artefacto literario que juega con varias ideas, la central se basa en el principio de incertidumbre de Heisenberg, padre de la mecánica cuántica, para aplicarlo o extrapolarlo de las partículas a nuestra cotidianeidad, es decir: entender el mundo fijándose en los estados iniciales y finales de las cosas, sin importar lo que sucede en medio de ambos. De esta manera el autor, licenciado en Física, juega a plantear sutilmente la posibilidad de que esto que llamamos realidad, o vida, o existencia, no sea más que un estado intermedio, obligatorio y superfluo entre dos estados mayores o más importantes. No se asusten, si bien es cierto que nos encontramos ante una novela compleja y a menudo inquietante, el autor consigue que la lectura sea completamente amena y, a menudo, hasta intrigante. Para ello construye, más que una narración fragmentada en tres historias como se ha dicho, una suerte de red de historias conectadas por invisibles hilos, a veces más obvios, otras más débiles y de los que nacen a su vez infinitas ramificaciones.

De esta manera el mundo, o mejor dicho, el Limbo en el que se mueven los personajes y que da título al libro, funcionaría del mismo modo que internet, donde también tendrían cabida lo que podríamos llamar fallos del sistema. De este modo dichos personajes se enfrentan a aparentes casualidades que podrían devenir en causalidad, repeticiones, dualidades, personalidades multiplicadas o expandidas, influencia de los objetos, la importancia de los sonidos, espejos cósmicos… en definitiva lo que Fernández Mallo parece querer narrar o dilucidar es el papel del ser humano, condenado en este Limbo a repetir lo que otros habitantes ya vivieron (la historia), el sentido de todo aquello a lo que nos aferramos como humanos, el amor, el arte, la pasión, en un estado que se adivina transitorio y hasta fútil. Lo mejor de todo este discurso es su contención y el desapego o distancia que el autor impone tanto hacia lo contado como a los personajes, un estilo que al despojarse de pasión o vehemencia consigue, aunque pueda parecer paradójico, concebir una prosa poética tan sublime como hermosa.

Otro gran acierto es que Agustín Fernández Mallo no pondera o sentencia, es más lo que plantea son interrogaciones a partir de una conjetura, dotando a un texto bastante breve de miles de aristas y encrucijadas realmente bellas e interesantes. Las historias (o historia) que conforman Limbo podrían también funcionar perfectamente por sí solas, como relatos escritos por un Borges pop embriagado por el cine de David Lynch. No hace falta, Fernández Mallo demuestra poseer un estilo, voz, y talento suficientemente exquisitos y propios como para tener que nombrar a nadie más. Sea como fuere y comprendiendo que quizá Limbo no sea fácil de digerir por todos los públicos (algo que no es malo ni bueno) considero esta novela como magistral y fabulosa, ya no solo porque atreverse a transitar territorios rara (o ninguna) vez explorados por la literatura ya es digno de aplauso, sino por lo magníficamente airoso que sale el autor.

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