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Teatro internacional en la Sala Atrium de Barcelona

Estos días ha podido verse en la barcelonesa Sala Atrium −que esta temporada cumple cinco años− Oda: Satans Kvinne (Oda: una mujer infernal), del dramaturgo Dag Nordgaard, con dirección de Ferran Audí. Un monólogo noruego, en versión original con subtítulos, que nos acerca la figura de la pintora Oda Krohg (1860-1935), de gran relevancia allí en Noruega, pero, posiblemente, desconocida para gran parte del público de aquí.Oda2

La obra, a modo de biografía teatral, nos narra la vida de la artista desde sus tempranos años de infancia hasta su decisión de viajar sola a Sudamérica en busca de un lugar utópico, una suerte de Youkali weilliano, que parece será la Patagonia. Oda se nos muestra como una mujer emprendedora, librepensadora, independiente, con una gran sensibilidad artística, decidida, valiente, fuerte, apasionada. Una mujer que decide anteponer sus deseos a las convenciones sociales de la época y de su estatus, que apuesta por su carrera como pintora, que no se limita a ser una mujer florero, una madre a la sombra, sino que reivindica su derecho a pertenecer a un mundo que parece hecho sólo por y para hombres.

A estos efectos, la actriz que encarna el papel, Eva Eklöf Mørkeset, transmite perfectamente al espectador todo el carácter del personaje y los embates de su vida, que encajan muy bien con la presencia exuberante de la intérprete. Vestida con un corsé y una falda blanca, que remite al interior de un traje nupcial, y que cubre en algunos momentos con batas sofisticadas, se pasea por el espacio escénico, en el que se recrea una estancia del momento, que pudiera ser la suya, con su diván, su butaca, su jofaina, su perchero, su caballete… y lo convierte en los distintos escenarios de la acción, siempre a partir de la palabra.

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Fuente: Sala Atrium

La palabra, algo fundamental ante una obra de teatro de texto, como la que nos ocupa, y más cuando se trata de una palabra que el espectador –salvo excepciones, tal vez− no entiende. Que la obra fuera en noruego es algo del todo significativo, claro está, sobre todo para aquellos que desconocemos totalmente el idioma y sólo podemos entender los nombres propios conocidos y reiterados durante el discurso. Sin embargo, la rabiosa expresividad de Eklöf hace imposible no comprender y sentir lo que está sucediendo, lo que se nos está narrando, a pesar de que resulta inevitable desear hablar noruego para comprender cada frase de los diálogos que ella misma escenifica, situando ya desde su cuerpo a los varios personajes a los que da voz. Si bien los subtítulos debieran ayudar, en esta ocasión no terminaban de coordinarse con la velocidad de enunciación de la actriz y daba la sensación de que se perdía, textualmente, una parte de la obra.

La vida de Oda Krohg, bajo la dirección de Ferran Audí, despierta el interés en el espectador por su acertada distribución de los ritmos en las escenas; de las acciones físicas que las acompañan, no siempre miméticas; y también de los momentos musicales, compuestos –como toda la banda sonora del espectáculo− por Monica Dominique e interpretados por la actriz con una voz rota, a modo de piezas de cabaret lúgubre centroeuropeo de principios del siglo XX. Por ello, la pausa entre la primera y la segunda parte del montaje resulta innecesaria, ya que tampoco está justificada dramatúrgicamente por una gran diferencia de contenido entre una parte y la otra. Si se contempla como recurso para ordenar el escenario, tal vez podría haberse resuelto de otro modo, con la actriz en escena.

Sea como fuere, resulta una apuesta arriesgada por parte de la Sala Atrium, pero de gran valor teatral: siempre es un privilegio poder conocer, casi sin movernos de casa, otros modos de hacer y escribir teatro, otros autores europeos contemporáneos y, además, en su idioma original. Si encima la propuesta resulta de una calidad como la presente y sirve para dar a conocer aquí una figura tan interesante como la de la pintora noruega, bienvenidas sean todas estas apuestas y esperemos que no sea la última.

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