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Crónica del ciclo de lecturas dramatizadas «La RAE de nuevo a escena: Cómicos de la lengua»

Poner voz a algunas de las obras cumbres de la literatura española ha sido el objetivo del ciclo «La RAERAE de nuevo a escena: Cómicos de la lengua» que la Real Academia Española —en colaboración con el teatro Abadía y algunos de los más veteranos actores de nuestra escena— ha puesto en marcha como parte del programa de conmemoración del tricentenario de la fundación de la RAE. Esto explica que esta iniciativa no sea completamente nueva, pues la academia se creó en 1714 y este programa es de hecho su segunda edición. El éxito de público y el interés que supuso la iniciativa el pasado año ha hecho que se repita este.

¿En qué ha consistido este ciclo? Básicamente, en ofrecer al público de nuestra época lecturas dramatizadas de textos clásicos que abarcan desde la Edad Media al siglo xx. Que algunas de estas lecturas se realicen en el teatro Abadía —la otra mitad, en la Real Academia— no debe llevar a error, pues no son obras teatrales escenificadas, sino lecturas de viva voz de textos literarios por actores españoles de primera categoría, acompañadas del comentario filológico de un académico.

En el programa ideado para este año 2015, dirigido como el anterior por José Luis Gómez, han figurado obras como el Cantar de Mio Cid, el Libro de Buen Amor, la Celestina, Don Quijote, La vida es sueño de Calderón o La Regenta, entre otras. El ciclo, que comenzó el 12 de enero, se ha cerrado con un texto de Valle-Inclán el 23 de marzo. El programa se puede consultar en www.comicosdelalengua.es.

El propósito de esta reseña es sin embargo dar cuenta de la que se realizó el pasado 2 de febrero en el teatro Abadía. En sesión única, como en el resto de lecturas dramatizadas, fue el turno de los textos de Teresa de Ávila (de cuyo nacimiento se cumple además este año su quinto aniversario).

No podría haber sido una mejor actriz que Julia Gutiérrez Caba la que pusiera voz —y qué voz— a los fragmentos seleccionados del Libro de la vida, Las moradas y algunas de las poesías de Teresa de Jesús. El tono cercano e íntimo de la monja renacentista no podía haber encontrado un lugar más adecuado que la nave del Abadía, antiguo recinto religioso; una voz pura y sobria, sin parafernalia escénica, donde lo que importaba únicamente era el texto, fragmentos escogidos de esas obras.

En medio de ello, tras los primeros 35 minutos, tocaría el turno del académico, que para esta ocasión debía ser Víctor García de la Concha, reconocido especialista en la obra de Teresa de Ávila, pero, debido a sus compromisos como director del Instituto Cervantes, el encargado de leer sus anotaciones filológicas sobre el estilo de la autora fue el propio José Luis Gómez.

Se trató sin duda de un acto corto, de poco más de una hora, pero ese tiempo fue más que suficiente para adentrarse en el espíritu de las obras. Ya es hora de que este tipo de iniciativas, centradas en la revalorización de la palabra hablada más allá del espectáculo, fueran estimadas. Este ciclo de lecturas dramatizadas es un buen ejemplo, y la buena acogida que ha tenido el pasado año y que repite este, probablemente haga que se repita el próximo.

¿Volverán los textos clásicos a encontrar un hueco bajo este nuevo formato en la ajetreada vida de hoy? Los clásicos son un fondo que a veces se desestiman, pero estas iniciativas parecen resucitarlos y recordarnos que están ahí; y cuando las iniciativas se hacen bien, han de ser reconocidas.

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