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El origen del árbol de Navidad

Árbol de Navidad. David Alfaro
Árbol de Navidad. David Alfaro

Si existe una tradición navideña extendida prácticamente por todos los rincones del mundo occidental es la del árbol. Adorno navideño casi por excelencia, el árbol nos visita casi cada año entre la segunda y la tercera semana de diciembre, aunque hay algunas casas en las que a finales de noviembre ya asoman las primeras ramas, mientras que en otras crece casi de sopetón y a penúltima hora, cuando la niña o el niño de San Ildefonso nos da la alegría de que este año, una vez más, lo más importante es tener salud.

Pero, ¿cuál es el origen de esta tradición? ¿De dónde surge lo de plantar un árbol en mitad del salón? ¿Y por qué un abeto?

La simbología clásica, el arquetipo del árbol, implica entenderlo como origen y desarrollo, la raíz y la copa, nacer y crecer. René Guénon, en su ensayo Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada explica que “el fenómeno se debe a que la raíz representa el principio mientras que las ramas representan el despliegue de la manifestación”. Es fácil, por tanto, que el árbol, o su representación, adquiera un carácter ritual.

En los ritos celtas los bosques y los árboles tenían una importancia especial. Francisco Marco, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Zaragoza, cuenta que “el santuario por antonomasia parece ser el nemeton, término que designa la claridad sagrada y celeste, que se manifiesta fundamentalmente por un claro en el bosque”. El cielo y la tierra conectados simbólicamente a través de los árboles, que hunden sus raíces en la tierra y extienden sus copas hacia el cielo. ¿Qué mejor lugar para conectar con los dioses de los cielos que un claro de un bosque?

De entre todos los árboles de los bosques los celtas tenían en especial estima al roble, como ya recogía Plinio en una de sus crónicas, “nada tienen más sagrado que el muérdago y el árbol que lo porta”, de cuyas ramas recolectaban el muérdago, planta semiparásita que crece preferiblemente en las ramas de encinas, pinos y robles, de tallos siempre verdes y propiedades medicinales (bueno para combatir la arterioesclerosis o regular la tensión arterial) y que ha gozado siempre de cierta fama mística. Las propiedades mágicas del muérdago se deben a su especial manera de crecer: al tratarse de una planta rastrera y semiparásita, sus raíces no contactan con la tierra pero su ápice tampoco tiende a alejarse de ella. Cuando los druidas lo recolectaban lo hacían siempre con una hoz de oro y de un solo tajo, evitando que cayera a la tierra, pues perdería sus propiedades.

Panoramix, uno de los druidas más famosos.
Panoramix, uno de los druidas más famosos.

Esta costumbre se mantiene a día de hoy en aquellos países en los que colgar muérdago de los techos de los hogares, para evitar que toque el suelo y, por tanto, pierda sus propiedades, es una tradición navideña más, una parte de la simbología original que ha sobrevivido, debidamente actualizada, hasta nuestros días. Francisco Marco recuerda que “el muérdago, como el árbol que lo porta, constituirían una expresión inmejorable de la divinidad para los celtas”. Ese muérdago recogido con tanto mimo fomentaba la fecundidad de los animales domésticos y, además, besarse bajo el mismo traía buena suerte. Siglos después, la literatura romántica, tan cercana a la naturaleza, recuperó esa tradición druídica y la actualizó: aquellas parejas que se besaran bajo el muérdago obtendrían el amor eterno. La simbología druídica alrededor del muérdago sigue presente hoy día, casi inalterada.

Los pueblos germánicos mantenían ciertas costumbres heredadas de o influidas por los celtas. Francisco Beltrán, también catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Zaragoza, explica que “los germanos no gustaban de representar a sus dioses en forma humana ni construían templos para ellos, sino que les rendían culto en espacios naturales, particularmente en bosques y arboledas”. Estos pueblos son el origen de los vikingos que, tras sucesivas migraciones desde el centro de Europa, ocuparon todas las tierras de Escandinavia.

Entre sus celebraciones religiosas cabe mencionar la del solsticio de invierno. Los ritos asociados a los movimientos de la tierra alrededor del sol han formado parte de la cultura humana prácticamente desde su inicio. César Esteban, doctor en Astrofísica e investigador del CSIC, explica que “uno de los conceptos de partición del año que parece haber sido utilizado en diferentes culturas prehistóricas del mundo es el del punto intermedio en tiempo entre ambos solsticios, que permite una partición del año en cuatro periodos de igual duración”. En el caso particular del solsticio de invierno, la conexión con las celebraciones actuales es directa, según algunos autores. “El sacrificio a mitad del invierno, la fiesta de Jul (o Yule), es el antepasado directo de nuestras celebraciones navideñas”, como señala Rudolf Simek en su trabajo Los Vikingos, de 2001. ¿En qué consistía la fiesta de Jul? ¿Guarda alguna relación con los árboles?

Para los pueblos vikingos Frey era el dios de la dorada luz del Sol y de las cálidas lluvias de verano.

Invierno en el robledal. Casa Rural El Arroyal
Invierno en el robledal. Casa Rural El Arroyal

El solsticio del invierno se produce cuando la Tierra, en su órbita alrededor del Sol, se encuentra más alejada de éste. Pasado este punto la Tierra vuelve a acercarse; en el hemisferio norte las horas diurnas son, poco a poco, mayores que las nocturnas lo que, tradicionalmente se ha asociado al renacimiento de los dioses, al triunfo de la luz sobre la oscuridad y de la vida sobre la muerte. No es de extrañar que durante la fiesta de Jul, asociada al solsticio de invierno, se conmemorara a Frey, el portador de la luz. Las representaciones físicas de este dios, como todas las del resto de las divinidades nórdicas, eran bloques de madera toscamente tallados.

La madera procedente de los árboles; los árboles, representaciones de los dioses. Mircea Eliade, en su estudio Imágenes y símbolos, señala que “las diversas significaciones de un símbolo se encadenan, son solidarias del modo de un sistema”. ¿Cuál es la simbología arquetípica del árbol, cuál su valor original? La renovación máxima de la vida. “El árbol del mundo, símbolo por excelencia de la renovatio integral”, concluye Eliade. El árbol cósmico, origen de todo, árbol de la vida védico, asimilado por el cristianismo en el árbol de la sabiduría que crecía en el paraíso divino. El árbol siempre asociado a los dioses, a través del organismo vivo o por medio de tallas de madera. Hasta la cruz cristiana, de madera, es un reflejo de este árbol cósmico. Es comprensible, entonces, que el árbol sea una figura recurrente en todas las celebraciones, presente de una manera u otra en la fiesta de Jul.

En este punto se debe añadir otro elemento adicional que enlaza con la historia del muérdago: el roble. El culto de los robles y las mitologías acerca del roble estaba muy expandido en toda Europa en los tiempos anteriores al cristianismo. En la mitología clásica griega los árboles también simbolizaban a los dioses: el olivo a Atenea, la vid a Dionisio y el roble a Zeus, señor del Olimpo. En Roma se veneraba también al roble, al que asociaban a Júpiter, el equivalente romano de Zeus. En la mitología escandinava, Odín, el padre de todos, se representaba por un roble.

Si se enlazan todos los elementos de que se dispone para imaginar cómo sería la fiesta de Jul, es evidente que sucede en un bosque, probablemente en un claro, donde los vikingos rendirían homenaje a Frey que, como portador de la luz, acababa de derrotar a la oscuridad. El agradecimiento a Odín, presente en forma de roble, como padre de todos, también estaría presente. Además, los druidas procederían a recolectar el muérdago y se bebería y se comería hasta altas horas de la noche.

San Bonifacio
San Bonifacio

Éste sería el escenario que encontrarían los primeros misioneros cristianos en Escandinavia, la última zona de Europa en convertirse a la religión cristiana. ¿Cómo lograr adaptar la simbología tradicional de la fiesta de Jul a la cristiana? Se mezcla aquí la Historia con la mitología, como recoge Alfred López en su artículo sobre el origen del árbol de Navidad: “según cuenta la leyenda, entre los años 680 y 754, San Bonifacio, evangelizador de Alemania, entendió que era imposible arrancar de raíz esta tradición pagana, por lo que decidió adaptarla dándole un sentido cristiano. Fue así como cortó con un hacha un roble que representaba a Odín, y en su lugar plantó un pino, que por ser perenne simbolizaba el amor de Dios, adornándolo con manzanas y velas. Las manzanas representaban el pecado original y las velas, la luz de Jesucristo”. Y voilà, acababa de surgir la tradición del árbol de Navidad. El resto, el banquete, la celebración y la reunión con las amistades y la familia, no había que cambiarlo: la fiesta de Jul se había transformado en la fiesta de la Navidad.

Se cumple en este caso lo que los expertos llaman la naturaleza del símbolo: se correlaciona activamente con el contexto cultural, se transforma bajo su influencia y, a su vez, lo transforma”. Se podría establecer una analogía entre cualquier símbolo y la evolución de los seres vivos: adaptarse o morir.

Igual que las diferentes especies animales y vegetales, todo símbolo que no sea capaz de cambiar para sobrevivir al entorno que le rodea está condenado a desaparecer. Como el árbol de Navidad, presente en nuestras sociedades desde la época de los druidas.

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