Soy lectura asidua de cómics, de esas que entran en la tienda de su barrio y el dependiente ya le saca los tomos a sabiendas de lo que anda buscando. Saben mis amigos de Arte9 que hace un tiempo que dejé de inclinarme por las historias de superhéroes, pero conocen mi obsesión por todo lo que lleve la firma de Mariko Tamaki. Y resulta que la autora ganadora del Eisner por Aquel verano ha dado voz esta vez a una más que de actualidad Harley Quinn.
Harley Quinn. Cristales rotos inaugura (junto a Hola liga de la justicia y Superhero girls) la colección para jóvenes adultos de DC publicados en España por Editorial Hidra. “¿Otra vez Harley Quinn?”, podéis pensar. Yo, confieso, no quería saber nada más del Joker; este año he acabado empachada del bufón de la corte de Gotham. Sin embargo, al leer la sinopsis y ojear los dibujos de Steve Pugh decidí darle una oportunidad. Y no solo no me arrepiento, sino que me encantaría más Harley del tándem Tamaki/Pugh.
Esta es la historia de Harleen Quinzel, una adolescente de quince años que, después de haberse enfrentado desde niña a situaciones complicadas, se traslada a vivir a Gotham. Harleen es acogida por Mamá y todas las reinas del club de drag queens, su palacio particular. Además, conocerá a Ivy, que pronto se convertirá en su mejor amiga. Todo sería un cuento de hadas si no fuera porque se encuentra en Gotham, una ciudad amenazada por la gentrificación promovida por los verdaderos reyes del cotarro: los Kane. La familia de sonrisa vacía no parará hasta echar a Mamá de su local para construir un bloque de edificios para aquellos que puedan pagar un futuro de lujoso hormigón. Harleen está muy enfadada y deberá decidir cuál es el mejor camino: el activismo pacífico y aparentemente poco efectivo de Ivy o el método incendiario de un misterioso enmascarado que se hace llamar Joker.
Es Cristales rotos un cómic dirigido a un segmento joven de lectores, pero con un contenido que va más allá de una revisión para jóvenes del origen de un personaje. La narración ágil y vibrante de Tamaki consigue de una forma que parece fácil introducir un retrato social del neoliberalismo agresivo y una denuncia ferviente de las opresiones por motivos de clase, raza y género. La introducción del personaje de la que, suponemos, en algún momento podría llegar a convertirse en Poison Ivy (o Hiedra Venenosa) ayuda en este sentido, pues su apasionado activismo introduce los temas que luego vemos experimentar en sus propias carnes a los personajes. También juega un papel muy importante para este retrato social la narradora personaje en tercera persona que convierte la narración en una digresión continua con unos toques de humor tan ácido que puede llegar a los huesos (cuidado).
Mariko Tamaki y Steve Pugh nos colocan en lugares comunes mil veces transitados, presentan una dicotomía bien marcada del bien y el mal y plantean situaciones y personajes estereotípicos para poder, como Harley, arrearles bien fuerte con el bate.
Nos encontramos en Cristales rotos ante una Harleen Quinzel que todavía reflexiona sobre lo justo y lo injusto, un personaje que todavía no ha caído en la violencia psicótica del Joker y que tendrá que reflexionar sobre la pregunta que le hace su profesor: “¿Quiénes no conocen la historia están condenados a repetirla?”. ¿Repetirá esta Harley el mismo camino que sus predecesoras? Eso es algo que os tendréis que contestar leyendo el cómic.