Juan siempre me dice que la vida es así, que no la ha inventado él y tampoco Sergio Dalma, quien utiliza la misma frase en una de sus canciones. Y yo estoy hecha de una pasta parecida a él… soy de las que piensan que si hoy no te rompen el corazón, ya ocurrirá con el tiempo. Un día eres el blanco, y otro día ese tirano sin piedad que tanto detestamos las y los que quedamos al margen de todo, juzgando lo desconocido.
La vida es así, repito recordando el tono de Juanito. Y a mí me gusta. Es intercambio de papeles; es emoción. ¿Cuándo me tocará a mí y cuál será mi papel? Se preguntan desde su habitáculo gris. Yo prefiero pensar en quién me armará cuando todo se acabe. Cuando me destrocen y esté tan abajo que escuche la canción de mi eco y el vacío existencial del mismo.
Es un verdadero enigma. Es como pensar, también, en una pieza que no existe, y que tan necesaria es para armar un rompecabezas complicado y simple a la vez… simple cuando se ha resuelto. ¿No es eso la vida? ¿Ir juntando piezas desconocidas mientras armamos un mundo extraño que tiene forma con la edad? ¿Donde los recuerdos trazan el porvenir y la toma de decisiones son las que te convierten en quién serás mañana?
– Sé que piensas en algo, Sara.
– ¿Alguna vez te han dicho que eres un amor imposible?
– Supongo que nadie me ha querido tanto para llegar a formular esa pregunta.
– Te equivocas, Juan. Creo que es al revés, no te quiere tanto si la llega a pronunciar. La gente se engaña.
– ¿A qué te refieres?
– Es un acto de cobardía decirle a alguien que eres su amor imposible. De hecho, más que cobardía, es un acto tirano. Se convierte en el trazo de la desilusión que se refleja en el receptor. Y en el trazo de la maldad que envuelve misteriosamente al emisario.
– Pues yo creo que alguien que dice eso está enamorado de verdad, como nunca lo había estado en su vida.
– Y yo empiezo a dudar de por qué te quiero tanto. Verás, Juanito… A mí me lo dijeron. Sufrí tanto que mi coraza protectora hizo que me perdiera, y esto sólo ocurre en situaciones de emergencia. Me llevó al fin del mundo, y allí me quedé dormida. No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces. Tal vez meses, días, puede que incluso horas o minutos, no lo recuerdo. Lo que sé es que perdí la noción del tiempo y la consciencia. Ni si quiera recuerdo el tono de voz del tirano cuando pronunció las tres palabras que cambiarían el rumbo de la historia.
– ¿Qué historia?
– La que escribíamos juntos. Ya no hay historia.
– Pero, Sara, si te dijo eso significa que te quiere…
– No niego que me quiera, sólo que se ha equivocado conmigo. No me quiso lo suficiente para ser en lugar de imposible, realizable… y eso me defraudó. Nunca me gustó la gente cobarde, la gente que se adapta a las circunstancias y se deja llevar por las mismas. A mí me van los que se arriesgan. Los que me dicen hoy que me detestan cuando mi torpeza emotiva sale a flote; pero los que al mismo tiempo quieren decirme que están locos… locos de amor por mí.
– A veces pienso que estoy enamorado de ti, Sara. Que me has vuelto loco.
– Voy a hacer que no has dicho nada, ¿vale?
– Ahora, ¿quién es el tirano?