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La nueva novela de Claudia Piñeiro se adentra en los lazos entre poder corrupto y prostitución VIP

«Al menos 12 agentes del Servicio Secreto de EE.UU. llevaron trabajadoras sexuales a sus habitaciones del hotel en Cartagena donde se alojaban, con motivo de la visita realizada a Colombia, en abril, por el presidente Barack Obama, en ocasión de la cumbre de las Américas»La mirada diaria, Bogotá, agosto de 2012.

 

Verónica Balda es periodista y conduce uno de los programas de radio más escuchados de la mañana. Cierto día, recibe una noticia que cambiará que trastocará su día a día: una joven cayó de un quinto piso en el barrio de Recoleta, en Buenos Aires. El apartamento pertenece a un reconocido empresario agropecuario y la mujer es alguien que Verónica creía haber dejado en el pasado fuera de su vida, pero que, con su muerte, vuelve a tocar a la puerta con fuerza. La periodista luchará entre su miedo a ser relacionada con esta joven que se descubre que se dedicaba a la prostitución VIP y la necesidad de entender las circunstancias de lo que quieren hacer pasar por accidente o suicidio. En medio de este maremoto de emociones, la protagonista regresará forzosamente a su trauma de infancia que la liga indefectiblemente con la muerta de la calle Recoleta.

«Es extraño cuánto puede afectar la muerte ajena cuando la hacemos propia, no conocí a esa chica, pero supe de su destino y ya no pude quitármela de la cabeza».

Claudia Piñeiro.

La editorial Alfaguara publica La muerte ajena, la nueva novela de la escritora argentina Claudia Piñeiro, consagrada ya como una de las plumas más incisivas del thriller argentino y latinoamericano. La conocí por Las viudas de los jueves y Betibú y años después, leído su último trabajo, creo que puedo decir que a Piñeiro el éxito la ha vuelto más audaz en temática y forma, si cabe. Y es que en La muerte ajena, la autora señala directamente al poder corrupto en Argentina, pero desliza indirectamente una advertencia sobre el auge de la extrema derecha y el efecto de la onda expansiva reaccionaria, una crítica a los prejuicios sobre las mujeres prostituidas y un análisis doloroso sobre el efecto que las relaciones familiares tienen sobre nosotros, incluso cuando intentamos escapar de ellas.

«Estoy convencido de que la decisión de contar esta historia con el punto de vista y la voz de un hombre fue la más acertada en muchos aspectos, no solo el literario. No tengo dudas de que así respondí al requerimiento de un clima de época que es evidente y que muchos aún no se atreven a mencionar: el malestar de los varones frente a la imposición de protagonismo de las mujeres».

Piñeiro da voz en este libro a lo que parecen cuatro narradores distintos (ya entenderéis por qué digo que «parecen»). Uno de ellos, el que ya veis en la cita de arriba, es un hombre próximo a la periodista Verónica Balda, y representa esa ola reaccionaria de la que os hablaba. No sé si os habéis fijado últimamente en el estado del mundo, pero la realidad es que estamos rodeadas, compañeras.

Más allá de recordaros que tenemos que estar vigilantes, la cita de este narrador misógino hasta le médula me sirve para explicaros lo que me parece el punto más importante de La muerte ajena y es su estructura laminada en varios puntos de vista. Me diréis que eso es un recurso típico de la narrativa y, sobre todo, de la de suspense, para poder entender las diferentes aristas de un crimen, pero esto no es lo que vais a encontrar aquí.

Piñeiro despliega este recursos precisamente para que no lleguemos a entender a ciencia cierta lo que sucedió ni quién era esa chica que cayó por la ventana porque, la realidad, es que solo ella podía contárnoslo. Así, la estructura y dinámica narrativas son un elemento más de la crítica afilada de la autora porque, sobre la muerte ajena de una prostituta todos opinan y señalan y pocos se preguntarán quién era ella más allá de esa etiqueta que le quita a una otra identidad posible.

«El mundo no es lo que nos prometieron. Ellos y nosotras somos lo que queda de una gran desilusión. Nosotras, chicas que vivíamos con las comodidades de nuestra clase media o media alta, y que cuando estamos por ser adultas nos damos cuenta de que ya no podremos tener una vida como la que llevábamos junto a nuestros padres».

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