Alpha Decay nos sorprende con una novela extraña y atrayente que supone toda una experiencia para el lector.
Con Los vivos y los muertos, Joy Williams optó al prestigioso Premio Pulitzer en el año 2001; aunque finalmente el galardón lo obtuviera Michael Chabon con Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, es innegable que esta autora presenta una obra de calidad, innovadora y tremendamente curiosa, empleando un lenguaje bello y rico. Williams no es primeriza en el mundillo literario: es docente de escritura creativa en la Universidad de Wyoming y ya ha publicado tres obras más, siendo nominada al National Book Award en 1984 con State of Grace, su primera novela.
Los vivos y los muertos es una obra coral, en la que se descubren personajes de lo más variopinto; en ocasiones, éstos son episódicos, cumpliendo la misión de resolver las tramas de otros personajes. Entre ellos destacan tres niñas huérfanas (Alice, Annabel y Corvus) que se sienten perdidas y tienen que entretenerse ayudando en un asilo de ancianos con nombre californiano (Las Palmeras Verdes), en el que trabaja una enfermera que pronuncia discursos funestos, en el Museo de la Fauna Salvaje y en la casa de una de ellas donde ocurren sucesos inexplicables. Williams nos muestra la difícil etapa de la adolescencia y cómo cada una de las chicas va buscando su camino en un mundo extraño y cruel que resulta imprevisible para los lectores. No podemos olvidarnos de otros grandes secundarios que logran conquistarnos como Ray Webb, un joven que posee un monito en su cabeza, o Emily Bliss Pickless, una niña prodigio de ocho años.
La novela de Joy Williams combina, sin perder la comicidad, momentos tiernos con escenas macabras o sumamente insólitas, que cabalgan entre el realismo y lo fantástico. Los personajes se hallan entre la vida y la muerte: vivos que quieren estar muertos y difuntos que desean continuar existiendo y, a veces, ellos mismos se confunden e intentan mediar con el otro mundo, puesto que «la muerte no es más que una noche entre dos días». En esa coyuntura se desarrollan situaciones sorprendentes, en las que los ciervos caen en piscinas y que, en ocasiones, recuerdan a las historias de Carson McCullers.
Por si fuera poco, en esa amalgama de personajes y circunstancias peculiares se hace referencia a Schopenhauer o a Virgilio, a versos de P.B. Shelley, Wallace Stevens o Rainer María Rilke, a canciones de Nat King Cole o a obras como La telaraña de Carlota de E.B. White. Los personajes se cruzan, los hechos se entrelazan, las vidas se truncan mientras los lectores, absortos, nos dejamos conducir por ese entorno surrealista. Sea como sea, Los vivos y los muertos no deja indiferente y eso es un gran logro.
La imagen principal corresponde a la miniatura del salterio de Rober de Lisle.