Notas para unas memorias que nunca escribiré (2021) es el título del último inédito de Juan Marsé (1933-julio 2020) que ha sido publicado recientemente por la editorial Lumen (grupo Penguin-Random House). Se cierra así el conjunto de volúmenes aparecidos en la Biblioteca Juan Marsé sobre su obra, tras la publicación del Viaje al sur que reseñamos en otra ocasión anterior («La Andalucía de 1960 vista por Juan Marsé»).
Este no es un libro de memorias al uso. De hecho, no se puede calificar siquiera de libro de memorias, y de ahí el título escogido. Si uno lo abre pensando en otros diarios que ya conozca, como El oficio de vivir de Cesare Pavese, el Diario de Metropolitano de Carlos Barral o incluso los Cuadernos de Lanzarote de José Saramago, no podrá hacer una comparativa. Aunque en teoría son obras similares, sus contenidos y —sobre todo— la voluntad puesta en aquellas dista mucho de lo que encontramos aquí: a manera de dietario, Marsé se impone la obligación de la escritura diaria como una autodisciplina, como un hábito necesario con el que potenciar —o, al menos, no perder— su inventiva narrativa; una imposición, pues, planteada como experimento.
Como señala el prólogo del crítico y amigo Ignacio Echeverría, este no es un diario íntimo, sino una bitácora, un apunte de las cosas hechas o sucedidas este y el otro día. Lógicamente, esto afectará tanto a la forma como al contenido: en lo que se refiere a la primera, no hay una voluntad literaria: lo escrito cada día se ajusta al máximo establecido por la columna de la agenda que se estaba usando; en cuanto al contenido, no hay apenas introspección, reflexión. Sí hay vivencias, recuerdos, y el libro resulta interesante para conocer la rutina diaria y los círculos de un escritor de renombre, consistente en leer (Philip Roth, Coetze, Mutis, Barnes…), escribir, ver películas clásicas y escuchar música, ir a nadar, asistir a homenajes o premios, invitaciones a conferencias, charlas…, pero falta la profundidad que se esperaría en esta obra tan personal. Solo alguna vez desaparece el tono rutinario que encorseta todo el diario y asoma el Marsé reflexivo y más personal, normalmente para rememorar la infancia y el recuerdo de los almendros en el huerto de sus abuelos…: «como escritor, mi único compromiso moral es con la memoria de los derrotados» (27/11/2006, p. 216).
El diario cubre anotaciones realizadas para todo el año 2004; la edición de Lumen incluye también, no obstante, la edición de varias libretas escritas entre 2006 y 2019, libretas que el escritor solía llevar consigo encima y donde apuntaba aquello que le impresionaba o le llamaba la atención, como notas sueltas con ideas para futuros relatos o novelas. Sin duda son mucho más interesantes que el diario, al que su propio autor califica como «prosa inventarial», un listado de cosas sucedidas en el día o por hacer. Se agradece la inclusión de algunas de sus páginas reproducidas fotográficamente, con los dibujos que él mismo hizo y otros recortes pegados, y las notas aclaratorias del editor, pues muchas notas se refieren a hechos concretos de esos días.
La justificación de publicar esta obra se explica con claridad en el prólogo: buscando nuevos materiales para publicar en la Biblioteca Marsé de Lumen, la editora acude a casa del autor y, ante la falta de una nueva novela o cuentos, este le entrega este cuaderno escrito durante el 2004 («Diario de un año (2004)») y algunas libretas. No era, en principio, un material destinado a ser publicado. Si ha acabado siendo impreso ha sido sin duda por la magnitud del escritor y por la mercadotecnia editorial.
No obstante, a pesar de su escasa importancia literaria, sí es una obra interesante, pues a través de ella conocemos su rutina cotidiana, el contexto que rodeó al escritor en ese año y sus distintas preocupaciones: las amistades que lo frecuentaban, el círculo literario en el que fue agrupado (como “niño de la guerra”, con la narrativa de Sánchez Ferlosio; como escritor catalán, con sus amigos Vázquez Montalbán y Terenci Moix, Enrique Vila-Matas, Javier Cercas); también sabemos las opiniones que tenía de otros escritores: a Cela lo consideraba «un buen prosista, un novelista palabroso y mediocre y un ciudadano detestable»; a Julia Navarro la fulmina con un «grado cero de la escritura»; de Javier Marías escribe: «Una inteligencia descapotable y un ego a piñón fijo, buen escritor, pero […] demasiado intelectual para conmover» (p. 239). Tampoco tenía gran estima personal hacia Goytisolo o hacia la prosa de Rosa Regàs… Sin embargo, este círculo no deja de ser su propio círculo (con Carmen Balcells por medio): hay mucha más literatura en castellano que esta selección de escritores del cercle català…
Su odio a la telebasura o a la manipulación mediática le hacen una persona crítica, que se acentúa especialmente en lo referido a la política («Follar en catalán está subvencionado por la Generalitat de Catalunya», p. 234). De forma recurrente aparecen observaciones sobre política, tanto sobre el gobierno de Aznar como sobre la deriva nacionalista catalana, que no compartía (un «dislate político y social que vivimos los ciudadanos de Cataluña», 12/05/2018):
«No soy nacionalista, pero puedo respetar una aspiración independentista; respetarla, no compartirla. Allá cada cual con sus sueños. En cualquier caso, la Catalunya independiente que nuestros políticos nacionalistas nos están preparando no me gusta nada. Es una Catalunya excluyente, patriotera, insolidaria y beatorra» (20/10/2010, libreta 1, p. 226).
Su desapego como catalán mal valorado entre los catalanes por escribir en castellano y el recelo de los castellanos por ser catalán será otra de las cuestiones recurrentes que le harán estar en tierra de ninguno: «ni catalanista ni españolista», escribirá en 2014 (p. 245).
Para él, las cuestiones importantes eran «el amor, la amistad, el sexo, la escritura, el paso del tiempo…» (p. 107); «el escritor escribe para ajustar cuentas con su pasado», «para reconstruir y honrar una memoria: la de mis padres biológicos y mis padres adoptivos, y la de mis abuelos».
No siempre hay que compartir sus opiniones ni ver a Marsé en todas las ocasiones con simpatía: porque en esta obra se muestra al hombre, no al novelista reconocido, es también posible estar en contra de sus gustos y valoraciones. Este libro nos permite ver cómo era, lo que sentía, más allá de cualquier ficción literaria, con lo que bienvenido sea.