Roberto Wong firma una magnífica primera novela en la que el deseo y la realidad se confunden al mismo tiempo que los mapas de la ciudad vivida y la soñada.
Galaxia Gutenberg publica este libro ganador del Primer Premio de Novela Dos Passos, una ópera prima que sorprende tanto por su calidad como por su audaz propuesta. Si generalmente solemos desconfiar con razón de los premios literarios, en esta ocasión debemos aplaudir al jurado. El desconocimiento del resto de aspirantes nos impide calificarlo como merecido, pero sí es motivo de celebración que este premio nos haya descubierto París D.F. y a Roberto Wong, un joven autor cuyo futuro en la literatura parece augurar lo mejor para regocijo de los lectores.
Si 62, modelo para armar era una suerte de deconstrucción (perdón por la palabra) del universo de Rayuela por su propio autor, París D.F. se muestra como espejo deformado de una nueva generación embebida y mitómana del imaginario de los escritores del boom latinoamericano. El desquiciado protagonista de esta novela es una especie de Quijote que en lugar de por los libros de caballería se hubiese vuelto loco por las lecturas de este grupo de escritores. De este modo Wong utiliza una prosa a medio camino entre Cortázar y Bolaño pero sobre la que termina por imponerse la suya propia. El homenaje explícito al argentino llega a materializarse en un excelente pasaje en el que el personaje narrando en primera persona alude al cuento La noche de mantequilla y se pregunta hasta qué punto llega el plagio. Un magnífico ejercicio de metatextualidad o autoficción que no es el único que encontramos en estas páginas.
Y es que París D.F. es una novela de múltiples capas y sublecturas, un puzle en constante movimiento en el que la realidad y la ficción se van superponiendo de la misma manera que los mapas de México y París. En este sentido México, la ciudad del protagonista, es la realidad mediocre y asfixiante, violenta y mezquina, mientras que París se alza como el paraíso soñado, el frágil punto de fuga idolatrado por el protagonista. Roberto Wong construye con pulso magistral todo este recorrido entre frustración y deseo con un estupendo uso del ritmo y el lenguaje en el que destaca el cambio de tono utilizado para las distintas voces, y en particular el acertado uso de coloquialismos en los diálogos. Bien es cierto que el punto débil del autor viene también en crear cierta confusión a la hora de mezclar estas voces. Con todo algo nimio ante el brillante conjunto final.
Encontramos también en París D.F. un cruce de caminos de géneros, thriller, novela negra, realismo sucio, (des)amor, también salpicados con algunas dosis de humor sarcástico (ese impagable momento en que el protagonista a punto de recibir una paliza levanta las manos y se defiende alegando ser poeta). Pero estamos ante un libro que habla con contundencia poética sobre la soledad, el desarraigo, la incomprensión y el vacío existencial. Sobre la fragilidad de nuestros territorios íntimos, verdaderos o anhelados. Una novela escrita impecablemente que destaca por el alarde de sutilidad, por las innumerables cosas que es capaz de proponer, sin explicar ni darlo todo masticado, al lector.