El pasado día 13 de febrero se presentó en Valencia El país donde duermen las sombras, el nuevo libro de Cristina Rausell editado por Alacena Roja. Sirvan estas líneas como crónica apócrifa y agradecimiento infinito por una velada maravillosa.
No muy a menudo, pero sí a veces, suceden este tipo de cosas. Un jueves cualquiera en una ciudad como cualquier otra se abre una especie de puerta por la que se puede entrar (o salir, depende de cada uno) hacia otros mundos, quién sabe si fantásticos (puede que los fantásticos seamos nosotros), a países donde duermen las sombras y habita la magia. Tampoco son necesarias grandes conjunciones astrales o descifrar textos arcanos, basta simplemente con un buen lugar de reunión como la estupenda librería Bartleby situada en el barrio de Ruzafa, auténtico punto neurálgico del ocio y la cultura en Valencia; añadimos un nutrido grupo de gente dispuesta a disfrutar, sumergirse y participar de la literatura y la imaginación, un gran maestro de ceremonias como Santiago González Carriedo, unos vídeos que muestren las maravillosas ilustraciones de Luisa Navarrete, una editorial como Alacena Roja decidida a apostar por el talento frente al nombre; una escritora con voz autoral propia y mecánica fabular sublime como Cristina Rausell y, por supuesto, un libro tan delicioso y exquisito como es El país donde duermen las sombras. Y ya está, el pórtico está abierto, la magia sucede.
Sí, es posible que quien firma esto también estuviese allí y que dijera cosas como que leer este libro es iniciar un viaje extraordinario por la desbordante imaginación y el exquisito uso de las palabras de su autora, traspasar las fronteras de lo cotidiano y lo fantástico para fundir ambos conceptos en un universo onírico y disfrazado de cuento de hadas en el que las sombras duermen pero están muy latentes. Tal vez quien firma esto añadiera que precisamente eso es lo que hacen los personajes que pululan por El país donde duermen las sombras, iniciar viajes, traspasar fronteras absurdas e impuestas (como todas), enfrentarse a la idea de pérdida y crecer para asumir la propia diferencia e individualidad frente a la masa. Es bastante probable que dijera todavía más cosas, pero todo esto que es posible que uno dijera no fue ni mucho menos lo importante.
Importó mucho más la certera mirada de Santiago González Carriedo, su magistral disección del universo literario de Cristina Rausell, sus acertadas impresiones, sus vueltas de tuerca no exentas de humor, su decir impecable, la cadencia de su emoción ante una literatura tan bella, poética y honesta como la que Rausell ejerce en su libro. Importó la forma elegante de quitarse importancia. Importó porque fue magia y para comprenderlo había que estar allí, verlo y escucharlo. También importó mucho la complicidad generada con el público, las impagables aportaciones de la gente que acudió a la llamada de la fantasía colmada de realidad propuesta por la autora, esos espectadores que quisieron jugar y se dejaron llevar por el cálido tacto de las palabras que contiene el libro.
Y sobre todo lo más importante fue que Cristina Rausell presentó su libro, su país donde duermen las sombras. Y que lo hizo leyendo fragmentos de sus fabulosos relatos y que al hacerlo el libro fue como una caja de Pandora que al abrirse en lugar de vientos dejara escapar sueños. Sueños con la forma de niños-globo, de muñecas de pelo azul, de extraños tíos de nombre Andrés e incluso con el aspecto de la mismísima diosa Afrodita. Y que al hacerlo se desbordaron la imaginación y la magia, la realidad latente de sombras que duermen agazapadas bajo cada fábula, el mensaje subyacente bajo cada experiencia onírica, la literatura en sí misma. Y que al cerrar el libro y callar la voz y salir de la estancia todo volvió a la normalidad, todos volvimos al mundo cotidiano, pero sabiendo que no éramos los mismos, tal vez porque muchos llevábamos en nuestras manos ese tesoro llamado El país donde duermen las sombras con la seguridad de poder abrirlo cuando la realidad se volviera demasiado aterradora. Sí, a veces, no muchas, suceden este tipo de cosas, y a veces uno tiene la inmensa suerte de haber sido invitado para poder vivirlas y contarlas.
Imagen principal: librería Bartleby (Valencia); estebanhernandez.net