Javier Cercas se mueve en esta novela por territorios demasiado tópicos y a la vez rocambolescos llegando a aburrir al lector en una historia que pretende ser mucho más de lo que consigue.
Siempre es de agradecer iniciativas como la de Literatura Mondadori, que pone a la venta colecciones como esta Biblioteca Javier Cercas, una gran oportunidad para el ávido lector de rescatar esos títulos o conocer a esos autores que por cualquier motivo se le habían escapado en su momento. Precisamente ese fue mi caso con Javier Cercas y esta novela, La velocidad de la luz: por una razón u otra jamás había leído nada del autor -ni siquiera su celebérrima Soldados de Salamina– y me pareció una buena manera de introducirme en su universo literario. Lamentablemente creo haberme equivocado por completo con mi elección. El propio autor ya advierte en su prólogo de que esta es una de sus novelas más extrañas y atípicas; con todo, y desconociendo el resto de su obra, La velocidad de la luz me ha decepcionado demasiado.
La novela es en parte un ejercicio de metatextualidad, de jugar a reconocer en el narrador al propio escritor proponiendo al lector si lo contado, o alguna parte de ello, es realidad o ficción. Un recurso propio de escritores como Javier Marías o el Paul Auster de sus comienzos; sin embargo, Cercas está muy lejos de la maestría de ambos y el resultado no produce ese ambiguo efecto deseado. Sin poder decir que escribe mal (jamás se me ocurriría), sí parece que el autor no encuentra el estilo que necesita o se olvida del que ha utilizado en la primera parte de la novela, algo más arriesgado, para cambiar de pronto a otro más convencional; además el libro está plagado de una serie interminable de sentencias sobre el arte de escribir y la condición de escritor tan cargantes como aburridas y gratuitas por reiterativas.
Hablábamos antes de Paul Auster y es que considero que La velocidad de la luz se asemeja consciente o inconscientemente en su propuesta a la literatura del neoyorquino; aparte de lo comentado anteriormente están presentes aquí las referencias a escritores norteamericanos, el autor que escribe una novela que resulta ser la que estamos leyendo, la atracción y su relación con un personaje enigmático y la indagación en su pasado, entre otras muchas cosas. Si bien Auster suele utilizar el azar como herramienta de sus tramas, Cercas pretende construir un artificio de vidas aparentemente paralelas bajo cimientos demasiado endebles, poco justificados y por ello inverosímiles a la vez que tópicos. El pretendido terrible secreto del amigo veterano de Vietnam resulta tantas veces utilizado, tantas veces leído o visto en cine o documentales que cuando es revelado es imposible creerlo albergando la esperanza no saciada de que sea una mentira que oculta otro secreto. Mismo error en la epopeya del protagonista devorado por el éxito y más tarde por la culpa de una tragedia, un pasaje en el que nunca se alcanza el punto de emoción o desolación mínimos. Partiendo de una situación casi idéntica un escritor como Víctor del Árbol realiza en Respirar por la herida una partitura tan conmovedora como exquisita del dolor humano, por continuar con los ejemplos y las odiosas comparaciones. El problema de La velocidad de la luz reside en la paradoja (o no) de haber sido escrita con cierta pedantería y autocomplacencia a la vez que con una dejadez sorprendente, de manera que el autor intenta transitar por diversos grandes temas haciéndolo siempre desde una óptica tan superficial como aburrida y manida. Únicamente en la descripción de las pequeñas ciudades norteamericanas donde transcurre buena parte de la trama y la adaptación del protagonista a éstas y su modo de vida Cercas despliega un gran nivel como escritor.
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